Salí del local, estaba a punto de cruzar la calle cuando sentí una mano en mi brazo.
—Lina, espera —me llamó Boris.
Me giré, con el corazón todavia a mil. Sentía las mejillas arder y mis labios... bueno, mis labios picaban, como si quisieran volver a besarlo.
—¿Qué te parece unas alitas de pollo? —me dijo.
Yo era pura gelatina; todo en mí temblaba. ¿En serio quería comer justo ahora, cuando lo único en mi cabeza era ese beso?
—Bueno... —logré responder.
—Ven, Max, prepara las mejores alitas de pollo que comerás en tu vida —me arrastró al local. Nos sentamos en una mesa y yo no podía ni mirarlo a la cara; mi corazón ni siquiera volvía a su ritmo normal.
Una bandejita de alitas picantes fue dejada sobre nuestra mesa. Me insistió en tomar una, y lo hice.
El sabor picante explotó en mi lengua. No era fan de la comida picante, pero no podía negar que estas no eran demasiado fuertes; el sabor era exquisito.
—Vaya, sí que están buenas —le dije.
—Te lo dije, las mejores del lugar —dijo, tomando una y llevándosela a la boca. Quisiera decir que no reparé en sus labios, pero adivinen... sí lo hice. Por un momento quise ser esa alita de pollo.
Negué con la cabeza, sonriendo.
—¿Te sientes lista para mañana? —rompió el silencio Boris.
—Creo que sí —dije, un poco más relajada, aunque no del todo.
—Solo piensa en "El agua que buscaba amigos" y todo saldrá bien.
Soltó una risita. Él iba a decir algo, pero entonces miré la hora en la enorme pantalla donde una chica cantaba y me quedé helada.
—¡Mi mamá va a matarme! —exclamé horrorizada.
Boris me miró, dejó el resto de su alita en la mesa, nos limpiamos las manos y me tomó de la mano, llevándome directo a su auto.
El camino fue silencioso; solo se escuchaba el aire acondicionado del carro. Quería decir algo, él también... pero, ¿qué se dice después de eso?
Cuando doblamos por la esquina para llegar a mi casa le pedí que parara.
—Aquí está bien —murmuré.
Él frunció el ceño.
—¿Pasa algo?
—Si mi mamá te ve... —dije bajito, retorciéndome los dedos.
—Ah, cierto. Me odia —respondió él colocando los ojos en blanco.
—No te odia. Es solo... ella —dije, encogiéndome de hombros.
Silencio otra vez.
—Lina...
—Boris...
Hablamos al mismo tiempo y terminamos riendo bajito.
—Gracias por ayudarme con química y por todo... —dije, intentando sonar normal.
—Cuando me necesites, solo grita —respondió él con ese tono entre dulce y desafiante.
Ninguno se movió.
Toqué el picaporte, pero su voz me detuvo.
—Lina.
Me giré. Boris acercó su rostro y me tomó suavemente por detrás de la cabeza. Yo levanté un poco la mía, y me besó. Esta vez no hubo dudas, ni miedo, ni explicaciones. Solo un beso más firme, más seguro... más provocador.
Pude sentir cómo su mano apretaba ligeramente mi cuello por detrás, mientras mis manos subían a su pecho. Su respiración se volvió rápida, y la mía un completo desastre. Sus labios se encontraban con los míos, se separó un poco y pasó su lengua por mi labio. Quise abrir los ojos, pero no me dio tiempo: su boca volvió a atacar la mía, más fuerte, más demandante. Tuve que apartarme un poco, necesitaba oxígeno.
Su respiración era tan agitada como la mía. Nos miramos a los ojos, buscando una respuesta, pero lo único que surgió fue un:
—Buenas noches —susurré, con la voz temblorosa.
Salí del auto casi corriendo, con las piernas flojas y el corazón desbocado.
Entré a casa, cerré la puerta y me recosté contra ella, apretando la mochila contra mi pecho. Me dejé caer hasta quedar sentada en el suelo y solté un suspiro profundo. Llevé los dedos a mis labios, y una sonrisa se dibujó sin querer.
Mi madre aún no había llegado.
Suspiré otra vez, agradecida por ese pequeño milagro...
¿Qué estás haciendo con mi cordura, Boris?
Susurré, entre asustada, divertida y totalmente confundida.