Ositos de Felpa.

Capitulo 25 - Solo se derrite.

—Señorita Lina, las preguntas esperan por ser respondidas. —HOLK me miraba con fuego en los ojos.
El examen no estaba nada fácil, y con los nervios que traía... más los estúpidos labios de Boris rondando por mi cabeza, no ayudaba en lo absoluto.

Habían pasado solo unos minutos desde que empezó y apenas llevaba tres preguntas respondidas; el resto, en blanco.
Me enderecé en la silla, tomé aire y volví a leer cada pregunta. Cerré los ojos un momento y recordé todo lo que Boris me había explicado la noche anterior. Entre sonrisas y un par de suspiros, logré concentrarme y empecé a escribir. No estaba cien por ciento segura de todo, pero respondí lo mejor que pude.

Cuando entregué el examen, HOLK me lanzó una mirada que claramente decía: “hoy es el día de tu muerte”.
Tragué saliva y salí del salón.

Aún faltaban unos minutos para el receso, así que decidí ir al jardín y respirar un poco. Caminé por los pasillos hasta un banco bajo un árbol. Me hubiera encantado ponerme los auriculares y perderme en mis canciones favoritas, pero mi madre seguía sin levantarme el castigo.
Resignada, saqué la guía de química y comencé a leerla. Estaba tan concentrada que casi salto del susto cuando Cali y Sonia aparecieron gritando mi nombre. Todo lo del bolso terminó desparramado en el suelo.

—¿Qué te tiene tan distraída, amiga mía? —preguntó Cali, recogiendo la hoja rosada.

—Nada… —empecé a decir, intentando arrebatársela.

Pero Sonia fue más rápida. La tomó, la leyó y empezó a reír como una loca.

—¡Dame eso! ¡Es privado! —protesté, juntando mis cosas.

—¿Privado para tus mejores amigas? —dijo Cali, poniéndose con las manos en la cintura.

—Es súper privado, Cali… y mira que el responsable es súper público —respondió Sonia con tono travieso.

La fulminé con la mirada.
—No entiendo —dijo mi otra amiga, confundida.

Sonia, como buena amiga —nótese el sarcasmo—, aclaró:
—Boris le hizo una guía de estudio. Y sé que fue él, porque reconozco su letra… además, abajo dice: “parte de tu osito de felpa”.

—¿Y quién dijo que Boris es mi osito de felpa? —dije tratando de mantener la compostura.

—¿No? ¿No? —repitieron las dos al mismo tiempo, con sonrisas idénticas.

—Las odio, ¿saben? —murmuré.

—Ajá —respondieron al unísono mientras se colgaban de mis brazos y me arrastraban hacia la cafetería.

Nos sentamos, y entre papas fritas y jugo, Sonia preguntó:
—Entonces… ¿cómo te fue en el examen?

—Creo que bien, pero no estoy segura —contesté.

—Seguro lo lograste, Lina —me animó Cali con una sonrisa.

Pasaron unos segundos de silencio. Ellas me miraban con esa cara de “sabemos que algo más querés contar”.
Tragué saliva.

—Bese a Boris —susurré.

Sonia empezó a toser. Cali le dio palmaditas en la espalda mientras escupía un poco de jugo.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? —preguntaron las dos al mismo tiempo.

—Anoche —fue todo lo que dije.

—Oh no, no, no. Responde cada pregunta, Lina —me acusó Sonia.

—Sí, cada una —remarcó Cali con dramatismo.

Iba a hablar cuando sonó el timbre.
“Se acabó el descanso”, pensé. “Es hora de saber la verdad… o de despedirme del mundo”.

Caminé comiéndome las uñas mientras mis amigas me decían que parara. Un grupo de estudiantes se amontonaba frente al aula de química. Me abrí paso entre ellos, buscando mi nombre en la lista.

Estaba casi al final.

Cuando lo encontré, el aire se me fue de golpe. Sentí frío, las lágrimas amenazaron con salir.

—No puede ser… —murmuré, antes de salir corriendo.

Llegué casi sin aire, buscando oxígeno como si fuera oro. Mierda, necesitaba hacer más ejercicio.
Sin pensarlo, sin medir consecuencias y, sobre todo, sin detenerme a razonar qué demonios estaba haciendo, bajé las escaleras corriendo.

Lo vi ahí, en la cancha, haciendo calentamientos con sus amigos.
—¡Boris! —grité.

Él levantó la mirada justo a tiempo para verme correr hacia él y en cuestión de segundos me lancé a sus brazos. Lo agarré con tanta fuerza y tan de sorpresa que perdió el equilibrio y terminó cayendo sentado en el pasto, conmigo encima.

Yo no podía parar de reír.
—¡Lo logré! —dije, entre risas y lágrimas, abrazándolo por el cuello.

Durante unos segundos, él no dijo nada, todavía tratando de entender qué acababa de pasar, mientras yo lloraba y reía al mismo tiempo.
Luego me sujetó suavemente por la cintura, separándome apenas unos centímetros.

—Sabía que lo lograrías, mi osita de felpa —susurró con una sonrisa, y rozó su nariz con la mía en un gesto tan suave que me dejó sin aire.

Y ahí fue cuando mi cerebro simplemente… se apagó.

Porque, claro, ¿cómo se supone que una piensa cuando el chico que te gusta (sí, lo admito, me gusta y mucho) te llama osita de felpa y te frota la nariz?

Exacto: no se piensa. Solo se derrite.




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