Mi mamá me arrastró hasta la casa como si yo fuera un saco de papas de oferta. Ni siquiera cerró la puerta: la empujó, rebotó en la pared y yo terminé cayendo en el sofá junto con mi mochila, mi abrigo y, honestamente, el poco orgullo que me quedaba.
—¿Hasta cuándo, Linaaaa? —gritó, haciendo aspavientos como si estuviera audicionando para una telenovela—. ¡¿Hasta cuándo!? ¿Quieres que te encierre? ¿Que te corte el Wi-Fi? ¿Que te dé un Nokia de esos que solo tienen Snake? ¡Porque lo hago, no me tiembla el pulso!
Yo estaba llorando, pero también tenía ganas de decirle que, por favor, NO amenazara con quitarme el Wi-Fi porque eso sí era cruel e inhumano.
—Mamá, no fue lo que tú piensas... —musité, limpiándome los ojos con la manga, que ya parecía una toalla mojada.
—¿Ah, no? —alzó una ceja—. Porque lo que YO vi fue a mi hija besándose con un muchacho en un carro. ¡En mi calle! ¡A plena luz del día! Ni los ladrones son tan descarados.
—Boris no es lo que tú crees —dije, casi suplicando—. ¡Gracias a él saqué un nueve y medio en química! Nueve y medio, mamá. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Yo! ¡Chemistry disaster! ¡Nueve y medio!
Metí la mano en mi mochila buscando el examen, pero mi mamá lo arrancó de mis dedos como si fuera un papel de evidencia incriminatoria.
—¡No quiero ver nada! —exclamó—. A mí lo que me importa es que ese chico te está confundiendo, y NO voy a permitirlo.
—¡No me está confundiendo! —dije subiendo la voz por primera vez en mi vida—. ¡Estoy feliz, mamá! ¡Y tú siempre arruinas todo!
Ella abrió los ojos como si hubiera presenciado un crimen federal.
—Escúchame bien, Lina —dijo acercándose tanto que pude contarle las pestañas—. Si ese chico vuelve a aparecer por aquí, TE JURO que voy a hacer que lo metan preso. ¿Me entendiste?
Y ahí... ahí se me desconectó el cerebro.
Literalmente. Click. Se apagó todo.
—Ojalá la que se hubiera ido hubiera sido tú y no papá —solté.
Sí. Lo dije.
Sí. Me arrepentí instantáneamente.
Sí. Mi alma salió de mi cuerpo y me miró feo.
La casa quedó más silenciosa que un cementerio a las tres de la mañana.
Mi mamá levantó la mano, temblando, pero no me pegó.
Solo me miró con una mezcla de "me duele" y "te mataría si no te hubiera parido".
—Sube a tu habitación —dijo, con una voz quebrada que me atravesó como un ladrillo emocional.
Subí corriendo, tiré la puerta y me tiré en la cama abrazando a mi osito lila como si fuera un flotador y yo estuviera hundiéndome.
No entendía por qué mi mamá era así.
Ok, sí, quería protegerme... pero controlar hasta la forma en que respiro ya era demasiado.
"Lina, compórtate."
"Lina, estudia."
"Lina, ballet."
"Lina, piano."
"Lina, haz las maletas."
"Lina, nueva escuela."
"Lina, deja de respirar tan fuerte que gastas oxígeno."
Todo en mi vida era un "Lina haz esto".
Menos enamorarme. Eso sí estaba prohibidísimo.
Sentí que alguien se sentaba en la cama.
Mi mamá.
Otra vez.
Yo seguía llorando, pero en versión silenciosa.
La lágrima emocional premium.
—Esta semana que viene irás con tus abuelos —dijo de pronto.
Me congelé.
—¿Qué? —giré lentamente, como en cámara lenta—. Mamá, por favor no...
—Solo serán siete días —respondió sin mirarme—. Tengo mucho trabajo y no quiero dejarte sola.
Me reí. Esa risa triste que parece "jajaja pero llorando".
—¿Mucho trabajo o miedo de que vea a Boris?
—Lina... —advirtió.
Me levanté, respiré hondo y activé mi modo dramática nivel 3000.
—¿Cuál es tu problema con él, mamá? Ni lo conoces.
—Conozco a los chicos de su edad —dijo cruzándose de brazos—. Y conozco las consecuencias.
—¿Y si no quiero ir?
—No me retes, Lina. —Y salió del cuarto como si fuera una villana dejando un ultimátum.
Bajé a recoger mis cosas.
Subí de nuevo, saqué la osita que Boris me regaló y la puse justo en el centro de mi mesa de noche.
Le apreté el botón.
"Lina, mi osita de felpa de 9.5."
Me sonreí chiquito. Muy chiquito.
Como si mis labios tuvieran miedo de que mi mamá los oyera.
La abracé fuerte.
Cerré los ojos.
Y me dormí escuchando su vocecita.