Ositos de Felpa.

Capítulo 29 - Entre la lluvia y los mensajes. (editando)

La lluvia caía como si el cielo estuviera llorando conmigo. O compitiendo, porque sinceramente yo llevaba ventaja.

No bajé a desayunar.
Ni a almorzar.
Ni a existir, básicamente.

Mamá tampoco se había ido a trabajar. Toda la casa llevaba horas siendo su oficina improvisada: teléfono, pasos rápidos, cajones que se abrían y cerraban como si buscara pruebas de un crimen que no cometí.

Bueno... del beso sí, pero ese fue un crimen divino, no uno legal.

—Lina —tocó la puerta y entró sin esperar permiso.
Yo seguía mirando la lluvia, modo estatua deprimida.

Se sentó en la cama con el suspiro más "mamá cansada" del planeta.

—Sé que no vas a entenderlo ahora —empezó, con tono "yo también sufro pero soy adulta así que lo disimulo"—. Estás en una etapa muy bonita... pero yo tengo que preocuparme por tu futuro.

Traducido: Tu futuro sin Boris.

—La partida de tu papá fue dura para las dos —añadió bajito—. A veces también quisiera que estuviera aquí... pero no podemos cambiar lo que pasó.

Sacó algo de su bolsillo: mi teléfono.

Mi corazón dio un salto olímpico.

—¿Me lo devuelves? —pregunté, con la esperanza temblando.

—No te estoy levantando el castigo —aclaró antes de que me ilusionara—. Solo puedes usarlo aquí y para cosas de la escuela. Nada más.

Lo dejó y se fue sin mirar atrás, como si fuera una villana dramática abandonando la escena.

Encendí el teléfono.
Explosión inmediata de notificaciones:

TikTok: "Fuiste etiquetada en un video."
Instagram: "Fulano publicó algo nuevo."
WhatsApp: "Tu vida social ha resucitado."

Pero yo solo buscaba un perfil:
Boris.

Entré.

Y como buena enamorada-cuasi-stalker, revisé TODAS sus publicaciones.
Memes estúpidos, fotos de objetos random, cero selfies...
Hasta que encontré una foto seria: él con sus hermanos, todos de traje, todos guapísimos.

Y entonces mi dedo traicionó mi existencia.

LIKE.

—NO, NO, NO —grité en susurro histérico.

Vibración.
Mensaje.

Cali llamando.

—¿Dónde estás escondida, delincuente emocional? —gritó Cali al responder.

—En casa —murmuré.

—Sabíamos —dijo Sonia—. ¿Y esa cara de panda triste con alergia?

—Discutí con mi mamá —admití.

—Vamos más tarde —dijo Cali—. Y no aceptamos negativas.

Colgaron.

Dos segundos después...
Un mensaje de él.

Boris:
¿Estás bien?

Yo:
¿Cómo sabes que tengo el teléfono?

Boris:
Me llegó tu like accidental. Y estás "en línea".

Digno de un interrogatorio policial.

El chat siguió:

Boris:
¿Cómo estás?

Yo:
Bien... creo.

Boris:
¿Crees?

Yo:
Estoy siendo exiliada. Vacaciones obligatorias.

Boris:
Lo siento. Es mi culpa.

Yo:
No lo es.

Boris:
Nada es tan simple, Lina.

Yo ya estaba suspirando como tonta cuando llegó otra notificación:

Pedro:
Lina, ¿cómo estás? Las entradas del cine vencen el sábado.

Ay.
El cine.
Lo había olvidado totalmente.
Culpa de un cierto chico con una sonrisa de "peligro emocional".

Yo:
Gracias, pero no podré. Lo siento.

Y otra vez... como si tuviera radar:

Boris:
¿Helado de chocolate o fresa?

Yo:
Caramelo.

Boris:
¿Desde cuándo te gusta el de caramelo?

Yo:
Desde ahora. Chocolate y fresa es lo que come todo el mundo.

Boris:
Caramelo será.

Mi madre gritó desde abajo:

—¡Lina, se me presentó algo! ¡Voy saliendo!

La puerta se cerró y quedé sola.

Me recosté en el sofá frente a la ventana, teléfono en mano, viendo la lluvia y pensando en... él.
Otra vez leí:

Caramelo será.

Y mis labios hicieron una sonrisita traicionera.

Sentía algo en el pecho:
¿Amor?
¿Hormonas?
¿Locura nivel adolescente?
No sabía.

De repente, me levanté y salí.
Así, literal.
Abandoné el teléfono en el sofá y caminé descalza hasta el jardín.

La lluvia me empapó en segundos.
Pero no me importó.
Me senté en el columpio viejo que papá instaló hace años.

Cerré los ojos.
Y la niña valiente que él decía que yo era... no estaba.
Solo quedaba una Lina rota.

—¿Por qué te fuiste? —murmuré.

La lluvia se mezcló con mis lágrimas.
Y me quedé así, no sé cuanto tiempo.

Hasta que alguien me agarró por los brazos.

—¡Lina! ¡Por favor! —gritó Cali, empapada.

Sonia apareció detrás.
Ambas parecían gallinas mojadas del estrés.

Me llevaron a rastras adentro.
Me metieron a la ducha caliente.
Y luego terminamos las tres bajo las cobijas como burritos emocionales.

Sonia me abrazó y dijo bajito:

—Todo va a estar bien, Lina... te lo juro.

Lloré.
Ellas también.
Fue como un ritual sagrado de amistad y mocos.

Luego, como si nada, Sonia sacó una bolsa.

—Boris te mandó esto —dijo Cali, sirviendo helado de caramelo.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Él?

—Dijo que no quería meterte en más problemas —explicó Sonia—. Pero que te quería "un poquito mejor".

Yo derretida.
Ellas felices por mi miseria romántica.

—Bueno —dijo Cali—, ahora sí. Contalo todo....




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.