—¿Quieren ir por un helado? —preguntó Cali, cerrando la libreta y caminando como si la clase hubiera intentado robarle la paz interior.
—¡Sí! Y después vamos a ver ese vestido rojo hermoso que me está llamando desde la vitrina —dijo Sonia, emocionada como si el vestido le hablara por telepatía.
Íbamos rumbo al centro comercial. Mi mamá no estaba muy feliz con la idea, pero gracias al talento profesional de Cali y Sonia para suplicar dramáticamente, logré permiso por dos horas.
Solo dos horas... porque según mi mamá, después de ese tiempo "la calle se pone peligrosa".
Ajá. A las cuatro de la tarde. Claro.
—Desde que te comiste el helado de caramelo estás rarita, Lina —dijo Cali, mirándome por el retrovisor como detective de serie policial.
Suspiré tan fuerte que empañé la ventana. —Solo estoy tratando de ordenar todo.
—¿Y "todo" qué es? —preguntó Sonia, girándose como búho entrenado.
—Pedro me besó —solté, pegando mi frente al vidrio.
Cali frenó tan duro que por poco perdemos los dientes.
Sonia se volteó COMPLETA hacia mí —cintura, torso, alma y espíritu— y Cali me miró como si acabara de decirle que me uniría a un culto.
—¿¡CUÁNDO!? ¿¡DÓNDE!? ¿¡CÓMOOOO!? —gritaron las dos al unísono.
—Hoy, saliendo de Educación Física —expliqué, tragando mi orgullo—. Le iba a entregar las entradas del cine para que las usara con quien quisiera y... mientras hablábamos... puff, de repente estaba sobre mis labios. Y yo... yo no lo aparté.
—¿Cómo que NO lo apartaste, Lina? —preguntó Sonia, justo cuando los carros detrás empezaron a tocar corneta como si hubieran pagado por hacerlo.
Cali volvió a arrancar y lanzó unas cuantas groserías educadas por la ventana.
—A ver, Lini, ¿qué está pasando? —preguntó luego, ya más zen.
—Estoy confundida —dije mirando las nubes—. Solo eso.
—Ajá —respondió Cali, tono detective nivel avanzado.
Fruncí el ceño.
Ella solo levantó una ceja.
—Es por Boris, ¿verdad? —dijo como quien anuncia que descubrió América.
No respondí.
Porque sí.
Porque obvio.
Porque mi corazón hace estupideces cuando oye su nombre.
Mi celular empezó a sonar.
—¿Hola?
—¿Podrías regalarme diez minutos de tu tiempo? Prometo comportarme —dijo la voz responsable del 97% de mi presión arterial.
Tragué saliva. —¿Dónde?
—Puedo ir a donde estés.
—Estoy por llegar al centro comercial —murmuré.
—Perfecto —dijo él... y colgó.
Así. Como si mi corazón NO fuera un órgano frágil.
Cali y Sonia me estaban mirando con cara de "Queremos chisme. AHORA."
—No voy a decir nada —advertí levantando un dedo— hasta que Sonia confiese el nombre del chico con novia que, según ella, 'es solo un amigo'.
—¡Eso es chantaje! ¡Y no es legal! —protestó Sonia, pero ya estaba roja y riéndose.
Cali soltó una carcajada. Yo también.
Llegamos al centro comercial. Les dije que fueran a divertirse sin mí.
Cali me lanzó una mirada de "más te vale contarme después" y Sonia hizo un corazón con las manos antes de entrar.
Me quedé afuera, esperando.
El corazón me golpeaba la caja torácica como si quisiera escapar.
Y entonces apareció.
La camioneta negra de Boris se estacionó frente a mí, brillando como si viniera directamente de mi perdición emocional.
Tragué saliva.
Di un paso.
La puerta se abrió desde adentro.
Y mi paz se evaporó como si nunca hubiera existido.
Me subí al carro y no lo miré; estaba nerviosa como si hubiera entrado a un examen sin estudiar... tres años seguidos.
—Hola —dije, apretando los dedos como si fueran botones de pánico.
Boris arrancó sin mirar atrás. Yo lo observaba de reojo: serio, callado, con esa expresión de "estoy pensando demasiado" que siempre me daba ganas de abrazarlo... o correr.
El silencio duró tanto que hasta pensé en fingir un desmayo para romper la tensión.
Entonces tomó un desvío desconocido.
—¿Vas a enterrarme por aquí o algo así? —pregunté medio en broma.
—Más o menos —respondió con una sonrisa que NO me tranquilizó.
Llegamos a una colina. Él me hizo bajar y empezamos a subir.
Bueno, él subía... yo más bien hacía lo que podía.
Cuando llegamos arriba, estaba sudando, jadeando, reconsiderando la vida.
—Necesitas hacer ejercicio, Lina —dijo riendo.
Le lancé una mirada que decía claramente: "Dilo de nuevo y rodarás colina abajo."
Me dio agua. Bebí como si fuera un cactus en el desierto.
Nos sentamos al borde, viendo un campo lleno de flores lilas y violetas.
Hermoso.
Pero él seguía silencioso.
Y eso NO era buena señal.
—Lo siento —dijo de repente.
—¿Por qué?
—Por meterte en este lío... por lo de tu mamá... por ese viaje al que te están obligando. Y... porque estoy molesto.
—¿Molesto conmigo? —pregunté, confundida y con ganas de lanzar algo.
—No contigo. Con todo —dijo apretando el volante invisible de sus emociones—. Con el estúpido del jugadorcito que cree que puede jugar contigo y conmigo.
—¿Qué?
Sacó su teléfono, lo apretó como si fuera una naranja y me lo entregó.
Había una foto.
Yo.
Pedro.
Un beso.
Mi alma abandonó el edificio.
—Eso... —murmuré.
—Es un montaje —dijo él rápido, con rabia en los ojos—. Ese imbécil solo quiere molestar.
Y ahí mi cerebro hizo pantalla azul.
El problema no era la foto.
Era que él creía que NO había pasado.
Y sí pasó.
—Boris... es complicado.
—¿Por qué sería complicado? Sé que es montaje. Yo te creo.
Ay. Ay. AYYYY.
No podía mentirle.
—Boris... eso sí pasó —susurré.
Él parpadeó, como si su alma acabara de desconectarse un momento.
—¿Cómo? —preguntó, tomando mi mano, como buscando equilibrio.