Sentí cómo mi espalda chocaba contra su pecho firme, y cómo sus manos rodeaban mi cintura, cálidas a pesar de la lluvia.
—Lo siento —susurró cerca de mi oído, su voz vibrándome en la piel.
—Un "lo siento" no arregla nada —dije intentando liberarme, empapándome más con cada gota que caía.
—Soy un idiota... —murmuró—. Pero Lina... tú me gustas. Mucho. Eso es lo único que tengo claro.
Rodé los ojos.
—Eres un tonto.
—Lo sé —dijo sin vergüenza, apretándome un poco más antes de girarme para quedar frente a mí.
La lluvia caía más fuerte, pegándome el cabello a la cara. Sentía frío, frustración, y otras cosas que no quería nombrar.
—Ese beso no cambia nada —dije bajito—. Estoy hecha un desastre emocional. Pero... —tragé duro—. Pedro no es lo que siento. No realmente. Boris... tú eres lo más real que he sentido.
Sus manos subieron a mis mejillas, acariciándolas con tanta suavidad que mis lágrimas, mezcladas con lluvia, parecían desaparecer en sus dedos.
—Estoy tan celoso que podría manejar hasta su casa y partirle la cara —soltó, acercando su nariz a la mía.
—¡Agh! ¡Estoy TAN molesta! —dije empujándolo.
—Yo también —respondió sin moverse un centímetro.
—¡No te atrevas! Estoy furiosa porque dudaste... porque pensaste que no eras suficiente.
Él se rascó la nuca como niño atrapado haciendo travesuras.
—Bueno... técnicamente, tenías un crush con el jugadorcito.
Crucé los brazos encima de mi pecho, congelándome más por la camisa empapada.
Boris lo notó. ¿Cómo no iba a notarlo si la lluvia ya me había dejado vestida "modo filtro transparente"?
Desvió la mirada por un microsegundo, pero volvió inmediatamente a mis ojos, con culpa y un "no vi nada, lo juro" grabado en la cara.
—Eres un idiota —dije—. Y sí, Pedro es guapo. Tiene encanto. Pero adivina: NO es el chico que yo quiero besar.
Él pasó una mano por su cabello mojado, dejando claro que estaba tan nervioso como yo aunque intentara parecer galán de película.
—Lo sé —susurró—. Pero me importas demasiado.
Un trueno retumbó a lo lejos, como banda sonora dramática cortesía del universo.
Me di la vuelta para irme, pero él me tomó del brazo. Su mano fría me erizó la piel. Un tirón suave, y choqué contra su pecho como si fuera imán.
—Perdóname —dijo, su voz en mi boca más que en mis oídos.
—Vas a dejar de pensar como idiota —tartamudeé, temblando por el frío y por él.
Boris apoyó su frente en la mía. La lluvia nos recorría la cara como si alguien hubiera abierto un grifo encima.
—Nunca —dijo con una sonrisa arrogante—. Pero puedes estar tu para corregirme cuando quieras.
Rozó mis labios. Apenas. Un susurro de contacto que me dejó estática.
Los labios de Boris estaban fríos.
Pero ese toque minúsculo fue... calor.
—Si quieres que esté... —susurré, incapaz de mentirle a ese centímetro de distancia.
Él sonrió, esa sonrisa suya que francamente debería estar prohibida por peligros cardíacos.
Sus manos bajaron a mi cintura, y aunque mi camiseta estaba empapada y helada, el roce me encendió el alma.
—Lina —murmuró—. Eres mi Osita de Felpa. Pero... quiero que seas más que la chica que me gusta.
Mi corazón hizo maromas olímpicas sin previo aviso.
Me acerqué más, tan cerca que nuestra respiración se mezclaba.
—Quiero serlo —respondí.
Me miró solo un segundo, pero ese segundo contuvo todo: miedo, deseo, cariño, caos, ganas de quedarse.
—Quiero ser más que la chica que te gusta —añadí, rozando apenas su labio inferior con un toque pequeño, suave, que lo dejó sin aire—. Quiero poder besarte cuando yo quiera.
Él soltó una risa suave, maravillado.
—Entonces... ¿aceptas serlo? —preguntó con la voz ronca.
—Sí —susurré—. Acepto.
Su sonrisa fue tan bonita que casi me olvidé de la lluvia cayéndole por la cara.
—Te quiero, Lina.
—Yo también te quiero, Boris.
Y entonces, el beso empezó.
De verdad empezó.
Al principio, sus labios estaban helados por la lluvia.
Pero en cuanto se movieron contra los míos, lentos, profundos, necesitados... la temperatura cambió.
El frío desapareció.
La tormenta dejó de importar.
Las flores lilas parecían girar alrededor.
Sus manos me atrajeron más, y mis dedos se aferraron a su nuca. La lluvia nos empapaba, la ropa se pegaba a nuestros cuerpos, pero era lo último que recordaría de ese instante.
Porque él era calor.
Calor que me recorría el pecho.
Calor que me derretía el miedo.
Calor que hacía que cada segundo valiera la pena.
Y ahí, en esa colina mojada, con la tormenta rugiendo y nuestros labios diciéndolo todo...
supe que ese beso era el inicio de algo grande.
Algo que no iba a poder evitar.
Y tampoco quería.