Habíamos llegado hacía diez minutos.
DIEZ.
Y ya yo no era persona, era una papilla emocional con forma humana.
Porque claro... ese beso bajo la lluvia más su "¿quieres venir a tomar chocolate caliente?" fue demasiado para mi pobre cerebro.
Así que en vez de contestar algo sensato como:
"No, Boris, es tarde, mi mamá me mete en un convento."
Lo que salió de mi boca fue:
—Me encantaría.
Y ahí fue cuando mis dos diablas guardianas, Cali y Sonia, entraron en escena.
Les mandé un mensaje pidiendo que le dijeran a mi mamá que me quedaría con ellas un rato por la lluvia.
¿Y qué hizo Sonia?
La chantajista profesional, experta en manipulación emocional, líder espiritual del caos...
Pues aceptó.
Y hasta le envió a mi mamá fotos de libros, cuadernos y trabajos. Cosas que NO estábamos haciendo ni en mi imaginación.
—Sonia sí que sabe armar un buen plan —dijo Cali, orgullosa.
Pero antes de mandar el "mensaje final" que cerraría la mentira mundial, me hicieron jurar tres cosas:
* Salidas al centro comercial (PAGADAS POR MÍ).
* Contarles TODO con lujo de detalles, cámara lenta, slow motion, Dolby Surround.
* Hacerles todos los talleres de física y matemática del semestre (o sea, prisión académica).
Ni al presidente lo presionan así.
La casa donde vivía con mi mamá era cómoda, bonita, con sus lujos...
pero Boris vivía en una urbanización privada de esas que parecen sacadas de una película romántica donde la protagonista siempre dice:
"¿Y cómo no me di cuenta de que era millonario?"
Para entrar te revisaban hasta el ADN.
Yo seguía sentada en el carro y ya sospechaba que había cámaras apuntando a mi alma.
Su casa era básicamente el doble de la mía.
Tenía chofer, aunque al parecer Boris lo usaba tanto como yo uso las matemáticas: nunca.
Una señora abrió la puerta del carro por nosotros.
Otra me quitó el bolso con una sonrisa perfectamente entrenada.
Y una tercera chica, joven e increíblemente bonita, apareció preguntando:
—¿Desean algo?
Boris, como si nada:
—Chocolate y galletas.
Y la pobre salió corriendo como si hubiera pedido una receta médica urgente.
Subimos por unas escaleras en espiral que brillaban como si les hubieran pasado limpiavidrios con diamantes, y entramos a su cuarto.
Blanco.
Gris.
Blanco.
Más gris.
The Fifty Shades of Boris.
Yo era el único toque de color en esa habitación.
— deberías quitarte esa ropa mojada —dijo él, súper serio.
Lo miré.
Horrorizada.
Ofendida.
Muerta.
Él se rió fuerte.
—Tranquila. En el baño hay de todo.
"De todo" fue la frase más subestimada del universo.
El baño era más grande que mi habitación.
Había velas, jabones, cremas, toallas suaves, agua caliente...
y todo olía tan rico que pensé:
"¿Y si me quedo a vivir aquí?"
El shampoo de Boris...
Ay.
Ni un jugo de frutas huele tan bien.
Me duché, me envolví en una toalla enorme (obviamente gris), y justo estaba respirando para no morirme de frío cuando tocaron la puerta.
—Señorita Lina, le traje ropa. ¿Puedo pasar?
Ropa.
Ropa nueva.
Ropa que NO era mía.
—S-sí —dije casi ahogada.
La chica dejó un conjunto sobre un banquito.
Y yo...
Yo casi me desmayo.
Había:
✔ Un vestido verde, corto, de tirantes finitos.
✔ Ropa interior negra, fina, suave, elegante (demasiado).
✔ Medias tan delicadas que si las respirabas se rompían.
—Ok, esto NO es muy yo —susurré mientras agonizaba.
Pero mi ropa estaba empapada y no iba a volver a ella, así que...
me la puse.
Todo.
TODO.
El vestido me quedaba tan bien que hasta me enojé con él.
No tenía derecho a quedarme bien.
No tenía derecho a hacerme sentir así.
No tenía derecho a existir.
Respiré hondo, me miré una última vez en el espejo, me acomodé el cabello medio húmedo... y abrí la puerta.
Boris estaba viendo una pantalla que era básicamente un muro con wifi.
Cuando escuchó la puerta, volteó...
Y se quedó congelado.
No exagero.
Congelado.
Pausa dramática.
Cara de error 404.
—Y-yo... —empecé a decir.
Él parpadeó como si tratara de reiniciar su sistema nervioso.
—Lina... —su voz salió ronca—... te ves... wow.
—¿Demasiado? —pregunté, lista para correr.
Él negó, despacio.
—No. Perfecta.
Sentí que mi alma se fue, regresó, me dio una cachetada y volvió a irse.
Boris se levantó, caminando hacia mí como si la habitación fuera cámara lenta profesional.
Se detuvo a medio metro.
—Solo quería que te sintieras cómoda —dijo suave—. No sabía que te traerían... eso.
—Es muy corto —murmuré, sujetando la falda.
—Es precioso —me corrigió—. Y tú te ves... —trago saliva— increíble.
Yo me reí nerviosa.
Él me acomodó un mechón del cabello detrás de la oreja.
Y mi piel decidió tener su propio festival eléctrico.
—Ven —dijo al fin—. Sigues temblando.
Nos sentamos en su cama gigante.
El chocolate caliente humeaba.
Las galletas parecían salidas del cielo.
Yo trataba de no desmayarme.
Él levantó su taza.
—Brindo por nuestra primera noche como novios.
Mi corazón dio tres vueltas y se tiró a una piscina.
Levanté mi taza también.
—Salud —sonreí.
Chocamos tazas.
Y pensé que tal vez...
solo tal vez...
esto apenas estaba empezando.
*Traducion*
(Las cincuenta sombras de Boris)