La película ya había terminado... hacía cinco minutos... y Boris seguía sin volver.
Yo no quería bajar porque tampoco quería parecer la novia desesperada del thriller psicológico, así que me quedé sentada en su cuarto, abrazando una almohada y preguntándome qué tanto podía tardar ...
Entonces escuché voces abajo.
Voces subiendo de volumen.
Y luego...
¡CRASH!
Algo se estrelló contra el suelo con tanta fuerza que casi me tragué mi propia lengua.
Ok. Suficiente suspenso.
Abrí la puerta y bajé las escaleras corriendo.
Cuando llegué a la sala, me congelé.
Boris estaba en el piso.
Una mesa de vidrio hecha trizas.
Y su hermano mayor parecía una furia humana mientras Braulio lo agarraba como si intentara abrazar a un toro enojado.
Mi alma tardó dos segundos en volver a mi cuerpo cuando vi a Boris levantarse. Tenía las manos lastimadas.
Bajé el resto de los escalones y los tres se quedaron mirándome, como si acabara de aparecer el fantasma de la paz mundial.
Fue Braulio quien habló:
—Lina...
Y eso fue suficiente para que Boris caminara hacia mí y se pusiera delante como si fuera mi guardaespaldas profesional contratado por mí misma.
—Ok, vamos a calmarnos —dijo Braulio, intentando sonar zen, pero con cara de "me va a dar algo".
—¿Calmarnos? Tu hermano es el que necesita pensar —tronó Brian, y esa voz grave hizo que yo me encogiera como un hámster friolento.
—¿Pensar? ¡Tú eres el que quiere dirigir mi vida! —respondió Boris, molesto.
Braulio estaba en el medio con la vibra de:
si uno de ustedes me rompe otro mueble, los reviento.
—Se están comportando como animales —dijo, absolutamente harto.
—¿Qué esperabas cuando tu hermano no quiere empezar a pensar con la cabeza de arriba? —Brian se acomodó el traje como si hubiera salido de una portada de revista.
Boris soltó:
—No eres mi padre y nunca lo serás.
Ufff.
Golpe directo al hígado emocional.
Brian solo endureció los hombros.
—No. Pero mientras sigas viviendo aquí, son mis reglas.
Y se fue escaleras arriba.
Al pasar junto a mí, Boris se movió como si yo fuese un artefacto frágil:
No la mires, no la mires, NO LA MIRES.
La tensión bajó un poquito cuando Braulio suspiró:
—Lina, ¿quieres comer algo?
No supe qué decir.
—NO —soltó Boris al instante.
Braulio cruzó los brazos.
—¿Y vas a dejarla sin comer, genio? ¿O solo quieres que se muera de hambre porque te da celos que yo le pregunte?
—No digas estupideces, Braulio.
—¿No? ¡Porque estás actuando como un perro alfa de caricatura! "YO CUIDO. YO DECIDO. YO HUELO. GRR". —Lo imitó.
Yo...
No pude evitar reírme.
Boris me lanzó una mirada como:
¿en serio te estás riendo de esto?
Luego miró a una empleada.
—Clara.
Clara apareció, sonriendo como siempre.
—¿Puedes conseguirle algo a Lina para cubrir... sus piernas muy bonitas?
Clara asintió y salió tan rápido que ni la vi subir.
Yo le di un codazo a Boris.
—¿Qué haces?
—¿Quieres comer con ese vestido frente a mi hermano? ¿Quieres morir? —susurró.
—Yo...
Braulio se carcajeó.
—Ustedes son la pareja más caótica del mundo. Los amo. Los espero en el comedor.
En eso vi a Boris sacándose vidritos de las manos, poniendo cara de: "soy muy macho pero duele".
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Mi hermano es idiota.
—Ven, déjame ayudarte.
Lo senté y justo Clara bajó con un camisón gris adorable que parecía gritar no me miren, soy niña buena. Me lo puse y ella lo ajustó con cuidado. También dejó una cajita con curitas y cosas.
Mientras atendía las manos de Boris, él hacía muecas como si yo le estuviera amputando los dedos.
—Listo, cobarde.
—Eres una enfermera terrible.
—Y tú un llorón.
—¡Tengo hambre! —gritó Braulio desde el comedor.
Caminamos hasta allí.
El comedor era enorme. Tan elegante que sentí que cualquier estornudo mío costaría mil dólares.
Braulio estaba ya sentado.
Boris me acomodó la silla como si fuese un caballero medieval con complejo de celos.
—Estás bonita, Lina —dijo Braulio—. Y perdón por todo esto. Bienvenida a la familia de locos.
Me sonrojé.
Todo bien. Normal.
Hasta que escuché pasos.
El sonido de esos pasos...
Ay, Dios.
Me dejó tiesa.
Brian apareció en la entrada del comedor como un anuncio de perfume caro: impecable, perfecto, helado.
Pero con cara de no estoy para nadie.
Se sentó sin saludar, sin mirar, sin existir para nadie... hasta que levantó la vista.
Y me vio.
Su mirada fue como una radiografía emocional:
¿Quién es?
¿Por qué está vestida así?
¿Y por qué Boris tiene cara de idiota enamorado?
Me quedé tan quieta que si parpadeaba, seguro me moría.
Boris lo notó.
Puso su mano en mi rodilla por debajo de la mesa.
Un gesto pequeño.
Pero sentí que decía:
Estoy aquí. Respira.
Braulio intentó romper el hielo:
—¿Cómo estuvo la reunión?
—Bien —respondió Brian, sin dejar de mirarme—. Cuando la presentan como se debe.
Boris tensó la mandíbula.
—¿Quieres conocerla? —dijo él, molesto.
Brian dejó los cubiertos.
—No he dicho lo contrario.
Me miró otra vez.
Con precisión quirúrgica.
—Tu apellido, Lina.
—Rosaless —susurré.
Él asintió como si acabara de resolver un caso criminal.
—Interesante.
Boris apretó mi rodilla.
—¿Y tu mamá? —preguntó Brian, con tono amable disfrazado de juicio—. ¿A qué se dedica?