Braulio se detuvo en seco al verme. Sus cejas se alzaron, sus hombros se hundieron y su expresión se transformó en el clásico:
"Ay Dios, ¿qué dijo este desgraciado ahora?"
—¿Lina? —preguntó, avanzando con cautela—. ¿Todo bien? ¿O debería ir preparando la demanda contra Brian?
Solté una risita débil.
—No... está bien. Solo... necesitaba respirar un poco.
Braulio se sentó a mi lado sin pedir permiso (él era así: amable, invasivo y sorprendentemente útil).
—Ok, mira —dijo señalándome con un dedo—. Antes de que digas cualquier cosa, quiero que recuerdes algo muy importante.
Respiré, esperando un consejo profundo tipo "sé fuerte" o "no dejes que te afecten".
Pero no.
—Tú eres demasiado linda para que Brian sea tu primer trauma —dijo con total seriedad—. Como mínimo, que tu primer trauma venga con beneficios médicos: un esguince, una fractura... ¡algo que valga la pena!
Solté una carcajada torpe.
—Braulio...
—Habla en serio —siguió, indignado—. ¡Mi hermano mayor no merece ese privilegio! Es como recibir tu primer diagnóstico psiquiátrico de un cactus.
Reí un poco más fuerte.
Y él sonrió como si acabara de ganar una batalla emocional.
—Ahí está —dijo—. Suena feo, pero si no te ríes primero... lloras después.
Negué con la cabeza, limpiándome la nariz.
—Gracias.
—No hay de qué —respondió, dándome una palmadita en la espalda—. Además, Boris está por TODOS lados dando vueltas como gallina asustada. Si no te encuentra, va a creer que Brian te raptó, y vamos a tener que llenar otro reporte de daños materiales.
—¿Hace eso mucho? —pregunté entre risas.
—¿Qué? ¿Romper cosas por mujeres?
—Se encogió de hombros—. Normalmente solo rompe cosas por nosotros, así que esto es un avance. Estoy orgulloso y asustado. Mitad y mitad.
Lo miré con ternura.
Braulio tenía esa energía de hermano mayor... pero uno bueno. Uno que te prestaría dinero, pero solo después de hacerte firmar un contrato absurdo de "págueme con snacks".
—Lina —dijo de repente, serio—. No te sientas mal. Te juro que Brian es así con todo el mundo. Con Boris. Conmigo. Con los repartidores de pizza. Si pudiera, le pondría una multa a las palomas por aterrizar torcidas.
Me cubrí la boca para no reír demasiado alto.
—¿De verdad?
—Por Dios —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Una vez le dijo a un vendedor de empanadas que la empanada estaba 'existencialmente mal doblada'. El tipo se fue llorando.
Reí tanto que me dolió el estómago.
Y por unos segundos, todo el peso en mi pecho se aflojó.
—Y tú no —añadió Braulio, bajando la voz—. Tú no estás mal doblada, ni mal criada, ni mal nada. Eres una chica normal que le gusta a mi hermano.
Punto.
Mi corazón dio un pequeño salto.
—Gracias, Braulio... de verdad.
—De nada. Aunque si te quedas un minuto más, te adoptaré —dijo señalándome con advertencia—. Y créeme: no quieres ser mi responsabilidad médica.
En ese momento, una voz desesperada retumbó desde arriba:
—¡¿Lina?! ¡¿Dónde estás?!
Braulio sonrió de lado.
—Ahí viene tu príncipe... más preocupado que elegante.
Me giré y lo vi.
Boris bajaba las escaleras dos escalones por paso, despeinado, con el celular en la mano y la expresión de alguien que estaba a punto de declarar una emergencia nacional.
Cuando me vio, frenó en seco.
—Lina —dijo, casi respirando por fin—. Pensé... que... no estabas.
—Solo sali a tomar aire —susurré.
Boris soltó un suspiro tan grande que hasta Braulio lo imitó por burla.
—Voy a buscar las llaves —dijo el mayor, levantándose—. Porque si no, este niño va a decir que es capaz de manejar sin ellas por amor.
Boris le lanzó una mirada asesina.
Braulio le devolvió un beso volado.
Cuando se fue, Boris se acercó y se agachó frente a mí para quedar a mi altura.
—¿Estás bien? —preguntó suave, con ese tono que solo tenía conmigo—. ¿De verdad quieres irte? Porque si quieres quedarte, echo a Brian de la casa. Lo juro. Lo meto en un Uber y lo mando a un monasterio.
Reí bajito.
—Sí quiero irme —susurré—. Pero no por ti.
Él bajó un poco la mirada, nostálgico.
—No quería que esta fuera tu primera cena aquí...
—Tampoco yo quería una cena temática "interrogatorio de la CIA".
Y sin postre —añadí con un puchero exagerado.
Boris soltó una risita pequeña.
Esa que solo me mostraba a mí.
—Lo siento —dijo, tocando mi mano—. Va a ser diferente la próxima vez.
Prometo que la mesa no morirá.
Le apreté los dedos.
—Tú... ¿estás bien? —pregunté.
Él respiró profundo.
—Ahora sí.
En ese momento, Braulio reapareció sacudiendo un llavero en el aire.
—¡Taxi privado listo!
Bueno, no taxi.
Ni privado.
Pero tiene gasolina.
Boris rodó los ojos.
Yo me puse de pie.
Y cuando Boris tomó mi mano, sentí que, por más desastre que hubiera arriba... él seguía siendo mi lugar seguro.