Ositos de Felpa.

Capitulo 37 - Pésimo Novio.

El humo del café de mi mamá subía en espiral frente a mí como si estuviera haciendo señales de auxilio.
Yo empujaba mis huevos revueltos de un lado a otro del plato, pobres, ya estaban más mareados que yo después de la fiesta.

No tenía hambre.
Tenía ansiedad. Y trauma. Y sueño. Y encima ese sueño raro con la risa de mi papá... después de tantos años. Como si mi cerebro hubiera dicho: "¿Te acuerdas de tu estabilidad emocional? Pues no."

—Lina, hoy compraré el pasaje —dijo mamá, tan tranquila como si estuviera anunciando la compra de una cebolla.

Sentí mi estómago caer hasta Brasil.

—Mamá, en serio no quiero ir.

—Ya hablamos de eso.

—¿No te das cuenta? Mis abuelos no me quieren —y PUM, ojos aguados, sin aprobación previa.

Mamá suspiró, se acercó y me abrazó fuerte.

—Lina, mírame. Tus abuelos te aman.

Yo solté una risa tan triste que si fuera música sería un violín desafinado.

—Por Dios, ¿cuándo ha sido la primera vez que me han mandado siquiera un "hola"?
¿Una tilde? ¿Un sticker? ¿Un "visto"? ¿Algo?

Mamá no dijo nada, solo me apretó como si eso fuera a resolver treinta generaciones de trauma familiar.

El camino a la escuela fue puro silencio dramático. Nivel telenovela.

Y es que... no mentía.

Mis abuelos nunca me quisieron.
Soy, básicamente, el recordatorio viviente de lo que ellos consideran "el error romántico más grande de su hija".

Mi mamá se enamoró de mi papá, se embarazó, dejó la hacienda familiar, se vino a la ciudad... y bueno, spoiler: no hubo final feliz.

A los cuatro años se divorciaron.
A los siete murió mi papá en un accidente del trabajo.
Y ya van diez años sin él.

A veces lo recuerdo perfecto.
A veces es como si mi memoria tuviera mala señal.

—Ten un buen día, hija —dijo mamá, dándome un beso antes de bajarme del carro.

Cali y Sonia ya estaban en la entrada.

—¡Cómo está mi bebé! —Sonia me agarró las mejillas como si fueran plastilina.

—Mira esto —dijo Cali, mostrándome su teléfono.

Tragué saliva.

Era una foto mía en la fiesta.

La noche del Apocalipsis.
La noche en que mi vida se viralizó.

—¿De dónde salió?

—Ni idea. La subieron hoy al club de fans de "Osita de Felpa".

Rodé los ojos tan fuerte que casi me vi el cerebro.

—¿No tienen nada mejor que hacer?

—Tú das mucho de qué hablar, amiga —se burló Cali mientras caminábamos a física.

En clase, el profesor entregó unas guías.
Cali y Sonia se emocionaron como si fuera Santa Claus.
Yo puse cara de "quiero desaparecer".

En el almuerzo estábamos discutiendo cuál protagonista literario estaba más rico cuando Pedro se plantó frente a mí.

No, Dios, no. No hoy.

—Lina, ¿podemos hablar?

La respuesta correcta era "NO".
La respuesta fue "sí", porque pues... soy yo.

Fuimos a una mesa vacía.

—Oye, siento mucho lo del otro día —dijo él—. Yo no...

—Tranquilo. Ya lo olvidé.

Él parpadeó como si yo le hubiera dicho que me convertí al veganismo.

—¿Olvidado?

—Sí. Sé que no fue intencional, solo... —

—¿Solo qué?

¿Pero por qué está molesto?
¿No vino a disculparse?
¿Se arrepintió de disculparse?
¿Vamos a pelear por algo que él hizo? ¿Cómo funciona eso?

Pero no tuve tiempo de procesar porque una voz helada nos atravesó como cuchillo.

—Creo que no eres sordo, jugadorcito.

Se me congeló el alma.

—Boris... —susurré, levantándome tan rápido que casi tiro la mesa.

Pedro también se levantó.

—Solo me disculpaba con ella. No tengo que darte explicaciones.

—Y no las estoy pidiendo —respondió Boris, calmado... demasiado calmado—. Confío en mi novia. Pero mantente a unos pasos lejos de ella.

—Tú no me dices qué hacer.

—No —Boris se encogió de hombros—. Pero sí es una advertencia.

Pedro dio un paso hacia él.

—JA. Mira quién quiere marcar territorio. El mismo que puso los cuernos.

La cara de Boris se vació por completo.

Oh no. Modo piedra activado. Modo peligro.

—Mi paciencia tiene un límite —murmuró Boris.

Pedro sonrió, descarado.

—¿Qué? ¿Dije alguna mentira? —alzando la voz para que TODO el comedor escuchara—. Vamos, Boris, ¿vas a negar que te acostabas con Cris-ti-na?

Deletreó el nombre como si estuviera leyendo un hechizo prohibido.

La mandíbula de Boris se tensó.
El aire se volvió plomo.

—Vamos, enséñale a todos qué tipo de "novio" eres cuando engañas a la que tienes.

Y ahí sí: silencio mortal.

Boris no dijo nada.
No explotó.
No discutió.

Solo... retrocedió un paso.
Giró.
Y salió del comedor.

Mi corazón gritó antes que yo.

—¡Boris!

Salí corriendo detrás de él.

Escuché a Cali a lo lejos diciendo mi nombre pero ya iba en modo parkour emocional.

Él caminaba rápido hacia el estacionamiento, como si quisiera desaparecer del planeta.

Cuando abrió la puerta del auto, me dio ese mini pánico de que se iría sin escucharme.

—¡BORIS, espera! —corrí.

Justo cuando encendió el motor, abrí la puerta y me senté sin permiso.

—¿Vas a perderte la clase de biología? —pregunté mientras me metía en el auto como si fuera mi Uber personal, usando mi mejor voz de "todo está bien aunque claramente no, gracias por preguntar".

Boris soltó un suspiro derrotado.

—No creo estar de humor para neuronas y células.

Y esa sonrisa rota... uf. Qué feo pegarle a mi corazón así sin permiso.

—Boris... lo que dijo Pedro es una estupidez. Todo el mundo sabe que él habla sin que el cerebro lo acompañe.




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