La campana sonó y yo salí de Biología con la misma energía que una planta marchita olvidada en el pasillo. Boris caminaba a mi lado, tranquilo, como si no fuéramos la pareja más buscada del FBI escolar después del desastre en la cafetería.
Yo, en cambio, estaba a un "buenas tardes, señora directora" de desarrollar una úlcera.
Cali y Sonia nos esperaban recostadas en el casillero, y en cuanto me vieron, una levantó las cejas tan alto que pensé que iban a despegar y la otra hizo una mini danza digna de un TikTok dudoso.
—¿Listos? —preguntó Cali, como si fuéramos rumbo a unas vacaciones y no a mi sentencia familiar.
Porque sí:
seguía castigada.
Mamá no quería ver a Boris ni en estampita.
Y yo tenía prohibido volver a casa con él... o con cualquier chico que midiera más de 1.60.
Así que me tocaba irme con Cali.
Boris lo sabía, y aunque intentaba verse relajado, cada dos minutos me apretaba la mano como si quisiera asegurarse de que no me evaporara.
—Mándame mensaje cuando llegues —me murmuró.
—Si mamá no me confisca el teléfono, claro —respondí.
—Puedo esconderte uno —bromeó él.
—¿Qué eres? ¿Mi dealer de celulares?
Cali se metió en medio antes de que llegáramos al beso de despedida.
—Ya, ya, amorcitos. Lina se va conmigo. Si tu mamá te ve llegar con Boris, te exorciza.
Yo bufé, pero tenía razón.
Íbamos hacia la salida cuando pasó lo peor:
la escena de terror.
El momento "por favor que sea un temblor y no esto".
Nuestros teléfonos vibraron al mismo tiempo.
Una vez.
Dos.
Tres.
Cinco vibraciones seguidas.
Cali nos miró con los ojos de "¿Qué hicieron ahora?".
Yo desbloqueé el teléfono.
Y ahí estaba.
En grande.
En bucle.
En HD.
Con zoom.
El video del desastre en la cafetería.
Viral.
Viral nivel: trending número uno.
—Ay, no... —me tapé la cara.
Cali se mordió el labio para no reírse... y falló miserablemente.
—Lina, esto es ARTE. Miren el tiempo cámara lenta... ¡Jajaja! ¡Mira tu cara al final! Pareces un hámster que vio un fantasma.
—¡No es gracioso! —protesté.
Pero justo cuando iba a apagar el teléfono...
Otra notificación.
Esta vez no era un video.
Era una invitación.
Un cartel animado, música de fiesta, luces neón y un mensaje enorme explotó en mi pantalla:
FIESTA DE CHICAS – HOY
CASA DE CRISTINA
TODAS INVITADAS
(Excepto la bájate de mi novio)
Y debajo, como si quisieran sal en la herida:
Ups... lo sentimos, LINA 😉
Sonia abrió la boca.
—Ay no... esto ya no es mala vibra, esto es maldad creativa.
Yo me quedé en shock cinco segundos. Luego, la ira me subió directo al cerebro como lava hirviendo.
—¿En serio? ¿Me van a excluir de una fiesta DE CHICAS y encima con nombre y apellido? —bufé.
En ese instante, el teléfono de Boris vibró. Él leyó el cartel y su expresión pasó de "normal" a "¿a quién tengo que partirle la madre?".
—Lina, esto es una falta de respeto —dijo, con ese tono suyo que mezclaba "peligro" y "novio protector".
—Lina, están burlándose de ti —insistió.
—Lo sé. Y además... —hice una mueca— claramente no me quieren ahí. Poner mi nombre... es demasiado personal.
Cali cruzó los brazos.
—Pues yo digo que vamos.
—¡¿Qué?! —salté, casi rompiendo mi propio tímpano.
—Obvio —respondió Sonia—. Ese tipo de cartel se derrota con presencia dramática, maquillaje perfecto, y actitud de "no vine, brilló mi ausencia hasta que llegué yo".
Boris sonrió.
Esa sonrisa que odiaba amar.
Esa mezcla de chico problemático + protector + "si alguien te mira feo, la saco del pelo".
—Estoy de acuerdo —dijo Cali como si fuera decisión de Estado.
—¡NO! —las dos giraron hacia mí.
Respiré hondo.
—Estoy castigada. Si mamá me llama y no estoy con Cali... estoy muerta. Y si voy a una fiesta de chicas donde no soy bienvenida... muerte doble. Funeral garantizado. Caja blanca y coro de iglesia, ¿ok?
Los tres me miraron como si fuera una dramática profesional. (Ok, tal vez un poquito sí.)
Y entonces... otro mensaje.
Esta vez, privado.
Número desconocido.
"Lina, deberías venir. No sabes lo que se está diciendo de ti."
El estómago se me cerró de golpe.
Cali frunció el ceño.
—Ay no... ¿Qué están diciendo ahora?
Yo tragué aire.
—Creo que este capítulo de mi vida lo escribió el diablo.