Ositos de Felpa.

Capítulo 39- Lina Entra a la Fiesta Como la Principal.

La casa de Sonia olía a crema hidratante, laca para el cabello y guerra.

Yo estaba sentada en el borde de la cama, tratando de no moverme mientras Cali me halaba el cabello como si quisiera esculpir una obra de arte, y Sonia me aplicaba base con la misma intensidad con la que un pintor renacentista trabajaba en la Capilla Sixtina.

—Dejen... de... jalar... —protesté entre dientes.

—Cállate y brilla —ordenó Sonia.

Mi teléfono vibró.

Otra vez.

Boris.

Porque desde que supo que pretendíamos ir a la fiesta de Cristina, su modo "novio sobreprotector" se había encendido al máximo nivel.

Lo desbloqueé.

Boris:
Creo que es una mala idea.

Rodé los ojos.

Yo:
Dijiste eso hace cinco minutos.

El mensaje llegó en menos de tres segundos.

Boris:
Y lo diré otras diez veces. No vayas.

Sonia bufó mientras hacía un delineado perfecto.

—Dime que no le estás haciendo caso —dijo.

—No —mentí descaradamente.

Cali me dio un pequeño manotazo en la cabeza.

—¡Te dije que no movieras la ceja! Mira eso, Sonia, la dejó chueca.

—¡Lina! —gimió Sonia— ¡me arruinas la obra maestra!

Mi teléfono vibró otra vez.

Boris:
Si cancelas, te compro ese osito gigante que te gusta. El de un metro ochenta.

Yo lo miré, tentada.

Demasiado tentada.

Cali vio mi expresión y frunció el ceño.

—¿Otra vez ofreciendo sobornos emocionales? Pásame ese teléfono.

—¡No! —lo apreté contra el pecho.

Pero el aparato volvió a vibrar.

Tres mensajes seguidos.

Boris:
También helado.
Del caro.
Y... si quieres... un teléfono nuevo.

Sonia soltó una carcajada y casi se cae de la risa encima de mí.

—¡Ay no! —dijo— ¡este hombre está desesperado! ¡Teléfono nuevo! ¡TELÉFONO NUEVO!

Cali negó con la cabeza.

—A ver, Lina. Mira a tu alrededor. —Me agarró la barbilla con firmeza— Nosotras no luchamos contra la humillación viral quedándonos encerradas en casa como si fuéramos extras en la historia.

Sonia levantó un dedo.

—Vamos a ir. Vamos a entrar. Y todos van a ver quién es Lina.

—Exacto —continuó Cali—. Y tú, mi amor, vas a entrar divina.

Mi teléfono volvió a vibrar.

Yo apreté los dientes antes de abrirlo.

Boris:
Lina, por favor. No quiero que te hagan daño. Esto es una mala idea.

Algo en mi pecho se apretó.
Porque detrás del chantaje de helados, ositos y teléfonos, yo sabía que su miedo era real.

Pero Sonia me dio un golpecito en la frente.

—Nada de ponerse sentimental —dijo—. Ese hombre puede tener bíceps tallados por los dioses, pero está equivocado. No vamos a dejar que cuatro niñas aburridas dicten tu vida.

Yo fruncí el ceño.

—¿Perdón? ¿Y tú cómo sabes lo de los bíceps? —pregunté, cruzándome de brazos—. ¡Ni yo lo he visto sin camisa!

Sonia levantó una ceja altísima.

—Por favor, Lina. No hace falta ver la caja completa para saber que el regalo es bueno.

Cali intervino mientras me trenzaba el cabello.

—Además, tú lo abrazas cada cinco minutos. Sabemos leer la textura muscular, ¿ok? Somos expertas.

—¿Experta en qué? ¿En tocar a mi novio con los ojos? —protesté.

—Exacto —dijo Sonia, muy orgullosa—. Visión táctico-estética. Cuarenta años de experiencia combinada.

Rodé los ojos.

—Ay Dios...

Cali me giró hacia el espejo.

—Mira. ¿Te ves como alguien que debería esconderse?

Negué.

Entonces abrí el chat y escribí:

Yo:
Voy a estar bien. Voy con Cali y Sonia. No voy a dejar que Cristina ni nadie me haga sentir menos.... pero si algo pasa, te llamo.

Respiré esperando su respuesta.

Cinco segundos.
Diez.
Quince.

El teléfono vibró.

Boris:
Está bien. Pero en cuanto salgas... me llamas. No importa la hora.

Mi corazón dio un saltito.

Cali y Sonia sonrieron como si hubieran ganado una batalla diplomática.

—Sabíamos que iba a ceder —dijo Cali.

—Obvio —respondió Sonia—. Es novio sobreprotector, no prisionero.

Me reí.

Y por primera vez desde el desastre de la cafetería, sentí que tal vez... solo tal vez... esta noche podía salir bien.

***

Sonia estaba terminando de delinearme los ojos cuando Cali, con la calma de un samurái, dijo:

—Ok, plan de emergencia: operación "Mi mamá no se puede enterar que voy a una fiesta".

Me giré en la silla.

—¿Y cómo pretendemos hacer eso? ¿Robando mi acta de nacimiento y fingiendo mi desaparición?

Sonia negó con la cabeza.

—Mucho drama, poca logística. Necesitamos algo realista, Lina. Algo sólido. Algo imposible de refutar.

—¿Y qué es eso? —pregunté, ya temiendo la respuesta.

—Una videollamada —respondieron las dos al mismo tiempo.

Abrí la boca en protesta.

—¡NO! ¡No van a engañar a mi mamá! Ella sabe cuando miento, me huele las hormonas del estrés desde la cocina.

—Por eso —dijo Sonia—. No vas a mentir tú. Vamos a mentir NOSOTRAS.

Cali levantó la libreta de física: parecía un manual militar para sobrevivir en la selva.

—Tenemos la excusa perfecta. Esta guía. La más horrible, extensa y emocionalmente dañina de la historia.

Asentí con pesar.
Porque sí, la guía existía.
Y sí, era digna de hacer llorar a cualquier ser humano.

—Escuchen esto —Sonia carraspeó y leyó una pregunta—: "Explique cómo la tercera ley de Newton afecta la trayectoria de un cuerpo en movimiento".
Hizo una pausa dramática.
—El único cuerpo en movimiento que entiendo es el de tu novio cuando camina directo hacia ti.




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