Ositos de Felpa.

Capitulo 40- NOCHE SOLO PARA REINAS.

El carro de Cali se detuvo frente a la casa de Samantha como si estuviéramos llegando a la alfombra roja de los Grammys.

Luces rosas y moradas iluminaban la fachada. Música retumbaba desde adentro. Y un enorme letrero decía:

"FIESTA DE CHICAS – NOCHE SOLO PARA REINAS"

Y abajo, con mala leche:

"Excepto para quien no sabe medir su dignidad 😉"

Sonia chasqueó la lengua.

—Ay, pero qué creativa, ¿no? Shakespeare debe estar llorando desde su tumba.

Cali apagó el motor y se giró hacia nosotras.

—Chicas... recuerden el plan.

—Entrar con flow —dije.

—No mirar a nadie como si fueran cucarachas —agregó Sonia.

—Y sobre todo —terminó Cali—, no permitir que Samantha piense que ganó.

Respiré profundo.

Mis manos temblaban un poco.

Vamos, Lina. Empoderada. Glamurosa. Diosa del TikTok.

Bajamos del carro.

Y entonces... pasó.

Las miradas.

Todas.

Como un imán gigante de chisme.

Los grupos de chicas dejaron de hablar, dejaron de bailar, dejaron de respirar... para vernos caminar hacia la entrada.

Cali avanzaba como una modelo salida de un videoclip. Sonia como si fuera la actriz principal de una serie. Y yo...

Bueno, yo intentaba no caerme.

Una chica susurró:

—¿Esa no es la de la limonada voladora?

Otra:

—Sí... y vino. Qué fuerte.

Sonia lo escuchó y murmuró sin volverse:

—Ignora a las extras.

Yo asentí... aunque mi estómago hiciera piruetas.

Entramos.
Y la música bajó un poco —no porque quisieran, sino porque alguien se equivocó y le dio al botón— pero el efecto fue perfecto.

Todas las miradas se clavaron en nosotras.

Cali levantó la barbilla.
Sonia sonrió como si estuviera en portada de revista.
Y yo... respiré, me enderecé y dije en voz suficiente para que algunas oyeran:

—Buenas noches. La fiesta ya puede continuar.

Un grupo de chicas abrió la boca.
Otras parpadearon como si no entendieran.
Y Cristina...

Ah, Cristina.

Estaba junto a la mesa de snacks, con un vaso rosado en la mano y una sonrisa tan falsa que debería haber pagado impuestos.

Se acercó moviendo las caderas como si un productor la estuviera grabando.

—Lina... —canturreó— qué sorpresa. Pensé que hoy tenías... no sé... vergüenza.

Sonia se adelantó antes de que yo hablara.

—Ay, por favor, Cris. Si Lina tuviera vergüenza, no estaría aquí contigo.

—¡SONIA! —susurré entre dientes.

Cali tomó mi brazo, susurrando:

—No te preocupes. Tú sonríe. Ella necesita esto, tú no.

Cristina se inclinó hacia mí.

—Solo espero que no vayas a tirar nada. Ya sabes... por tu historial.

Yo respiré.
Conté hasta tres.

Y con mi sonrisa más dulce le respondí:

—Tranquila. Hoy vine sin bebidas. Pero tú... —miré su atuendo lleno de lentejuelas— deberías tener cuidado. Las cosas brillantes suelen romperse fácil.

Detrás de mí, Sonia murmuró:

—¡Tómala!

Cali casi se atraganta de la risa.

Cristina parpadeó, se acomodó el cabello y sonrió con ese gesto de "esto no ha terminado".

—Disfruta la fiesta, Lina...

Se alejó moviendo las caderas como si estuviera huyendo de un incendio.

Cali me abrazó por detrás.

—Amiga... eso fue épico.

Sonia subió los brazos como si celebrara un gol.

—¡ASÍ ES COMO SE ENTRA A UNA FIESTA!

Yo inhalé.

Exhalé.

Y por primera vez en todo el día... sentí que recuperaba un pedacito de mi dignidad.

La música retumbaba en el pecho como si alguien hubiera puesto el volumen en “fallo técnico”, pero aun así yo solo podía pensar en una cosa:

Mi novio.

Dios, qué rico se sentía decirlo.
Mi.
Novio.
NOVIO.

El estómago me hacía cosquillas, las piernas medio se aflojaban y yo estaba a un paso de salir gritando: “¡SÍ, ESTOY EN LAS NUBES, GRACIAS POR PREGUNTAR!”

Pero me comporté.
Con dignidad.
O al menos lo intenté.

—Respira, Lina —murmuré para mí misma.

Cali y Sonia, en cambio, parecían dos agentes del FBI encubiertas.
Cruzaban los brazos, evaluaban cada rincón, escaneaban caras, detectaban amenazas.
Les faltaba el micrófono oculto en la solapa y una carpeta con misiones secretas.

—Nivel de biachismo: alto —diagnosticó Sonia, observando a un grupo de chicas que nos miraban como si hubiéramos llegado a soltar bombas de glitter.

—Distribución del terreno: aceptable —añadió Cali—. Salidas laterales en caso de emergencia emocional.

Yo asentí, tragando saliva.

—¿Y mi salud mental? —pregunté.

—En veremos —dijeron al unísono.

La casa estaba llena, luces neón, perfume caro, música que hacía vibrar hasta el alma.
Y yo ahí, con mis mejores amigas, tratando de no pensar en Boris…
fallando estrepitosamente.

Porque ¿cómo no hacerlo si llevaba todo el día recordándome con esa sonrisa peligrosa que éramos algo real?
Que no era un sueño.
Que no era una fantasía mía.
Que él era mi novio.

Suspiré como boba enamorada mientras Sonia me empujaba suavemente.

—Lina, reactiva. Estamos en territorio hostil. Necesito que no te desmayes pensando en Boris —me dijo, sacudiéndome el hombro.

—Lo intento… pero él existe —respondí.

Cali rodó los ojos.

—Sí, tu novio existe, ya lo sabemos. Ahora concéntrate: ¿lista para enfrentar lo que sea que estén diciendo de ti?

Tragué aire.

La música subió un poco más.

Y yo pensé que, sinceramente, el diablo sí estaba escribiendo esta parte de mi vida…
pero al menos le estaba quedando entretenida.

Pero justo en ese momento, tres chicas que no conocíamos se acercaron.

La primera habló sin siquiera saludar:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.