Ositos de Felpa.

Capitulo 48- La cuenta regresiva.

El sonido de una notificación me despertó. Aún tenía los ojos pegados, pero en cuanto vi el nombre en la pantalla, el sueño se me evaporó como si nunca hubiera existido.

Boris💙

"Falta un día. Prepárate."

Mi corazón dio un salto. No un latido normal: un salto.
De esos que te dejan sin aire y con la sensación absurda de que podrías salir corriendo aunque sigas acostada.

Mañana.
Mañana.

Me llevé las manos al pecho. Temblaban ¿Por qué rayos temblaban?

Me levanté y caminé hasta el espejo del pasillo. Tenía el cabello hecho un desastre, la camiseta torcida y ojeras de estudiante agotada. Pero, aun así, ahí estaba yo... sonriendo como idiota enamorada.
Me toqué la mejilla, como para comprobar que realmente era yo y no una versión ridícula sacada de un sueño cursi.

Suspiré.
Mañana volveré a casa.
A mi cama.
A mis amigas.
A mi vida.

A él. A Boris.

Pero todavía era hoy. Y hoy tocaba estudiar.

Me senté en la sala con mis cuadernos abiertos, tratando de concentrarme en fórmulas y resúmenes que no se me quedaban en la cabeza. Mi abuela estaba en la cocina, moviendo algo en una olla enorme que olía a gloria pura.

¿Qué haces, abue? —pregunté sin levantar mucho la voz, como si cualquier cosa más fuerte pudiera romper este día.

Turrones de coco y leche, hija —respondió sin volverse—. Para tu vieja mañana.
Se escuchó el sonido del cucharón raspando la olla, y el aroma dulce llenó la sala como un abrazo.

Sí.
Mañana es el gran día.

No solo regreso a mi casa.
Regreso a mí.

Mi abuela apareció con un vasito de arroz con leche humeante y se sentó a mi lado, como hacía siempre que quería vigilar que realmente estudiara.

—Toma —me lo puso enfrente—. Come pa' que el cerebro te funcione.

—Gracias, abue —sonreí, aunque mi cabeza estaba en otra parte... o mejor dicho, en otro alguien.

Ella me observó de reojo, esa mirada que parecía tener rayos X.

Estudia bastante y deja de estar pensando en tonterías de muchachos, Lina —dijo mientras soplaba su propio arroz con leche—. Mira que tu madre es el ejemplo vivo de que esos hombres de ciudad son lo peor.

Me atraganté un poco con la primera cucharada.

—Abue, solo estaba...

—Pensando en un muchacho —me interrumpió sin misericordia—. Se te nota en la cara, mira que ni falta hace preguntarte.

Me llevé una mano a la mejilla ¿Se me veía tanto?

—Yo solo... —bajé la voz—. Ya falta un día para volver.

Mi abuela bufó, pero no con enojo. Con esa mezcla suya de preocupación y cariño que yo fingía no entender.

—Un día, dos días... no importa. Lo que importa es que no pierdas la cabeza.
Los hombres distraen, y peor los de ciudad. Eso es fijo.

Yo sonreí en silencio, porque si abría la boca se me iba a escapar el nombre de Boris como un suspiro tonto.

Mi celular vibró de nuevo.
Otro mensaje suyo.
Y sentí otra vez la electricidad recorriéndome, la piel erizándose, la emoción haciéndose nudo en el estómago.

Mañana voy a verlo.

Me levanté de la mesa cuando por fin terminé mi arroz con leche, o al menos hice el intento, porque en realidad mi cabeza estaba a punto de reventar de ideas, nervios y una emoción que no sabía dónde meter.

Mi abuela volvió a la cocina, murmurando cosas sobre exámenes, muchachos, y que "más te vale sacar buena nota o te encierro otro mes", pero yo ya no estaba escuchando.
Tenía el celular en la mano.
El mensaje abierto.
Y mi corazón compitiendo con el microondas que pitó en la cocina.

Falta un día. Prepárate.

Me mordí el labio, respiré hondo y escribí:

"Estoy lista."
"Bueno... casi."
"Te extraño."

Lo borré.
Todo.
Tres veces.

¿"Te extraño"?
No, Lina, contrólate, por Dios.

Volví a escribir:

"Mañana."

Lo envié antes de que la cobardía me hiciera arrepentirme.

La notificación de mensaje enviado brilló y me derretí un poquito.
Tal vez más que un poquito.

No podía dejar que mi abuela me viera así porque seguro diría:

"¿Ves? Por eso no me gustan los hombres de ciudad. Te ponen así, toda boba."

Cerré la puerta.
Me apoyé en ella.
Respiré.
Y solté una risa bajita, nerviosa, emocionada.

—Mañana —susurré para mí misma.

Abrí mi pequeña maleta azul, la pobre que ya tenía la cremallera cansada, y empecé a meter mis cosas:

Primero, la ropa doblada como si fuera algo importante.
Luego mis cuadernos.
Mi cepillo.
La sudadera que olía a hogar.
Los audífonos que siempre terminaban enredados.
Mi perfume favorito, por si acaso... bueno, por si acaso Boris me abrazaba.
(Tranquila, Lina, cálmate.)

Mientras guardaba todo, me descubrí sonriendo como una tonta.
Cada prenda que metía significaba algo más cerca de volver.
De ver a mis amigas.
De dormir en mi cama.
Pero sobre todo...

De verlo a él.

Me detuve un momento, sosteniendo mi camiseta favorita entre las manos.
La pasé por mi nariz.
Olía a suavizante, a casa, a mí.
Y pensé en cómo sería mañana.

¿Me abrazaría?
¿Se reiría de mi peinado?
¿Me diría algo lindo?
¿Se quedaría callado, mirándome como hace cada vez que no sabe si decir lo que piensa?

Mi corazón dio otro salto.

El celular vibró.
Un mensaje de él.

Boris💙
Estaré allí con los brazos abiertos para ti




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