No sé qué demonios estaba haciendo, con el corazón acelerado como si fuera a cometer un crimen… cuando en realidad solo quería comprar un carrusel de ositos para Lina.
Ridículo. Sí.
Pero también completamente cierto.
Brian estaba en una reunión, así que aproveché para escaparme antes de que notara que me iba con su chofer a hacer algo ridículamente cursi (sus palabras, no las mías). Intenté no parecer un adolescente en crisis existencial mientras Marco, el chofer de mi hermano, me observaba por el retrovisor camino al lugar donde, supuestamente, hacían carruseles personalizados.
—Joven Boris… respire —dijo Marco, con esa voz tranquila de señor que ha visto de todo.
—Estoy respirando —respondí.
—No parece.
Tenía razón. Mi pierna no paraba de moverse.
Tenía miedo. Miedo genuino.
Miedo de que a Lina no le gustara el regalo.
Miedo de que pensara que era tonto.
Miedo de que fuera demasiado cursi.
Miedo… de no ser suficiente para ella.
—Le va a encantar —insistió Marco—. Es muy bonita su idea.
—¿En serio?
—En serio —sonrió—. ¿Quién más manda a hacer un carrusel de ositos solo para ver sonreír a una chica?
Suspiré y apoyé la cabeza en el asiento.
—Gracias por ayudarme… y por ser mi espía en todo esto.
Marco soltó una risa suave.
—No se preocupe. No podría negarme, en nombre del amor adolescente.
—Si mi hermano se entera…
—Tranquilo, joven. El señor Brian cree que salió a hacer unas diligencias —guiñó un ojo—. Todo cubierto.
Sentí alivio… y más nervios aún.
Mi hermano era serio, duro, cero romántico. Si supiera lo que estaba haciendo, seguro me mandaba a un campamento militar O a China.
Llegamos al pequeño taller. Marco abrió la puerta por mí, como si de repente yo fuera alguien importante.
—Vamos —dijo—. A conseguirle el regalo perfecto a su Osita de Felpa.
Entré y vi los carruseles brillando, girando despacio, como si todo estuviera pintado de magia.
Y lo supe.
Era ese.
Tenía que ser ese.
Un carrusel con ositos lila, música suave y un brillo que le recordara lo que yo sentía por ella… lo que ella provocaba con solo sonreírme.
Me acerqué al mostrador.
—Hola… necesito un carrusel de ositos… pero me gustaría personalizarlo.
—¿Para alguien especial? —preguntó la señora del taller.
Tragué saliva.
—Para… una chica súper especial.
Las palabras salieron suaves. Orgullosas. Cálidas.
Marco, a mi lado, sonrió como quien ya sabía todo.
—Entonces —dijo la mujer— haremos algo hermoso. Algo único. Algo digno de ella.
Y yo pensé:
Eso es exactamente lo que Lina merece.
Imágene de mis historia en Threads 👉 @neritza_moya.