Emiliana se disponía a escribir una nueva carta para su padre, la cual se titulaba "Lo siento". Llenaba cada renglón, tachando uno que otro error mientras era observada por Faría Garibay. Ella era la chica que había comenzado a molestarla desde el primer día del padre, en donde todas sus compañeras se preguntaban en dónde estaba el padre de aquella chiquilla, y el porqué su madre era quien la acompañaba ese día, si era el día destinado a la celebración para los papás de las internadas. Todo comenzó con algo infantil, pero Faría Garibay no conocía ya los límites.
—¿Todavía escribes a tu padre imaginario? —preguntó Faría, haciendo que Emiliana frenara su escritura y la mirara, poniendo los ojos en blanco—. Déjalo ya. Tú no tienes papá. ¿Por qué insistes?
—Cállate, Faría. Mi padre sí existe y te lo voy a demostrar. —De debajo del montón de hojas de cuaderno, que había deshecho en su cama, sacó la medalla que su madre le entregó, asegurando que el hombre que ella llamaba "Padre" le había mandado.
—Una estúpida medalla no me demuestra nada.
—Prometió venir a la fiesta del padre. Y allí es donde te lo demostraré. Te lo juro —dijo con toda seguridad, aunque ni ella tenía la certeza—. Ahora solo déjame en paz y vete.
—Todos los años dices lo mismo. Mentirosa.
A Emiliana le entristecía el hecho que, lo más cercano a un amigo que tenía, eran solo las cartas que le llegaban cada cinco o seis meses. Ella quería poder llamar a alguien por el fenómeno denominado "mejor amigo" y mantener una conversación que no fuese la de "eres una mentirosa" con la contestación de "él vendrá, lo sé"
Por lo menos, eso quería creer.
Victoria negó repetidas veces y rio nerviosa ante el ofrecimiento de aquel desconocido.
Harold podría cometer cualquier estupidez, menos tomar el lugar de otra persona solo para que una chica de quince años no odiara a su madre por mentir. Pero se ofreció por compasión. Esa mujer tenía la cabeza llena de frustración, así que, ¿por qué no ayudarla un poco? Solo sería ver a la chica, decirle que era su padre y después irse con la excusa de que "volvería a cumplir su deber en el ejército" ¿Qué podría salir mal? Aunque debía admitir que, tras esa razón, había una más, pero esa se la iba a callar por ahora.
—No, gracias. —Se negó amablemente cuando notó que él lo decía totalmente en serio—. No es su obligación, señor Harold.
—Lo sé, pero es algo fácil. Y lo quiero hacer para ayudar, creo que se quitaría un gran peso de encima si acepta —aseguró con tono amable.
—¿A qué se refiere con fácil? —Lo miró confundida—. No lo es, para mí no ha sido fácil nada.
—Es simple: puedo fingir ser el padre de su hija y su esposo —sugirió como si nada, como si no se estuviera reprendiendo en su interior por tal salvajada que sugería—. No tengo problemas con eso. Solo es un día, ¿cierto?
—¿Haría eso por mí? —preguntó, atropelladamente, arrepintiéndose de pronto, así que rectificó—: Digo, ¿por mi hija?
—No tengo problema, ya le dije —aseguró y después suspiró—. Bueno, ahora vamos a una cafetería.
También le dijo a Victoria que necesitaba saber más sobre ella y Emiliana para la tan cruel mentira que diría y que se tenía que aprender tantas cosas para antes del próximo domingo.
—¿Entonces Emiliana tiene quince y usted veintinueve? —preguntó al haber escuchado las primeras palabras de Victoria. Él sabía perfectamente que, lo que iba a preguntar después, estaba por muy fuera de lo único que debía saber. Sin embargo, estaba muy curioso ese día—. ¿Tuvo a su hija a los catorce años?
Victoria bajó la mirada.
—Eso no es de su debida incumbencia, si me permite decirlo —se atrevió a responderle—. Supongo que debe entender que esa no es una de las cosas que debe saber.
Harold no se conformó con la respuesta porque cada vez quería saber más, pero no dijo nada. Sabía que no debía.
—Bueno. —Dio por terminada su insistencia—. Entonces, tengo que parecerme a un hombre del ejército —afirmó mientras contaba con los dedos—. También me tengo que aprender una que otra carta que ha escrito, Victoria. Además, presentarme el próximo domingo para ver a Emiliana y, por último, decirle que debo volver al servicio. Fácil.
Se encogió de hombros como si la situación se tratase de una jugada que los participantes del equipo debían aceptar. En seguida analizó que eso era estúpido, pero de nuevo no dijo nada.
—Esto no funcionará. —Victoria negó con la cabeza, arrepintiéndose de haber aceptado desde un principio—. Mejor le diré la verdad a mi hija.
Miró hacia otro lado para que el hombre no notara las vagas lágrimas de frustración y estrés que amenazaban con salir. No obstante, y para su mala fortuna, él las notó y asimismo sintió una sensación tan horrible que creyó que se le rompía el corazón con tan triste momento. ¿Qué era lo que le había pasado a aquella mujer para tener que pasar por esa situación tan joven? Maldita sea que la curiosidad que ella había provocado en él que lo hacía sentir que le faltaba más por saber.
La obligó a girar hacia él con una de sus manos. A ella, al encontrarse con ese par de ojos miel que ella había creído como un simple reflejo, se le erizó la piel. Descubriendo que eran reales, sintió la necesidad de acicalarse, repentinamente avergonzada de su aspecto. Se olvidó de respirar por un momento antes que el hombre limpiara sus lágrimas lentamente al tiempo que hablaba.
—Solo es un favor, una mentirilla piadosa, no pasará nada. —A Harold entonces se le ocurrió una idea y pensó que así jamás Emiliana se enteraría de la verdad—. ¿Sabe? Podría inventar hasta que he muerto al regreso al servicio.
Victoria reaccionó horrorizada.
—Eso es muy cruel. —Cubrió su boca y quiso mirar hacia otro lado. Por desgracia esos ojos la mantenían atrapada. ¿Qué tenían? ¿O qué le pasaba a ella que todo daba vueltas en su estómago?