Otra manera de mirarte (en Fisico)

CAPÍTULO 10

—Yo nunca...

Dios, qué pena, ahora se había arrepentido de sus palabras. ¡¿Por qué dijo que lo haría?! ¿Qué le estaba pasando? Confiar en Harold se le estaba haciendo costumbre muy rápido, quizá desde el primer momento en que lo vio.

Ya habían comido las cosas que Harold había traído, hablaron un poco, habían pasado un buen rato. Así que era hora de entrar al fresco lago. Victoria había dicho que sí, que, con ese calor, hasta entraría completamente desnuda, aunque claro, lo último lo había pensado. Qué pena decir esa vulgaridad frente a Harold, se dijo. Sus padres, ante todo, le habían enseñado que ese tipo de lenguaje solo lo podían hablar los esposos con sus esposas. Nunca a otros, mucho menos a desconocidos, o peor en su caso, que se acabasen de conocer hace poco. El padre de Victoria era estrictamente religioso. Su madre, la pobre hacía la santa voluntad de su marido, así que era una sola opción y opinión del asunto en todo caso.

—Bueno, si tú no quieres, no tienes por qué hacerlo —le dijo tranquilo, notando los silenciosos nervios de la mujer—. Espérame aquí un rato, porque yo sí lo haré.

Sin esperar afirmación, se acercó al lago mientras se quitaba su camisa y la dejaba en el suelo. Victoria lo miraba atenta. Él se sacó sus botas y calcetines y los dejó donde mismo. Hasta que desabrochó sus vaqueros, Victoria pudo apartar, o más bien se obligó a apartar, la mirada. ¿Por qué tenía que ser tan vergonzosa? Se preguntó frustrada. ¿Por qué no podía ser como Ariana? Con solo verla se sabría que, si Ariana estuviera ahí, habría seguido a Harold hacia las frescas aguas, sin importarle un pepino si llevaba poca ropa o no. Si su cuerpo era perfecto o no. Si Harold tuviera morbo al verla o no. Es más, Ariana hasta completamente desnuda se habría metido, e incluso ella, con todo el mayor gusto del mundo, habría manchado las aguas con Harold allí dentro... Pero la cosa era que ella era Victoria Méndez, una mujer a la que le dan miedo hasta los halagos, no era una mujer extrovertida, y jamás lo sería, de eso estaba segura. Tampoco era respondona, ni siquiera había podido defenderse de Ariana misma. No pudo defenderse de su altanería, siendo que tenía razones para hacerla callar, aunque para ella fueran falsas, puesto que era la "esposa" de Harold, el jefe de ella.

De pronto lo pensó, ¿qué le impedía ser un poco como Ariana? ¿Su padre? ¿Su madre? ¡Ellos no estaban en estos momentos ahí! Se recordó, con la voz de Lottie. Es más, nadie, más que Harold, le vería en esas prendas. ¡Al diablo!

—Voy a entrar —susurró para sí misma, armándose de valor—. Lo haré.

En ese momento, Harold estaba volteando hacia otro lado. Entonces quiso apresurarse a quitarse la ropa, para que él no la viese hacerlo, porque allí, la poca valentía que había ganado, se le esfumaría al instante, haciéndola ponerse más roja que un tomate.

Cuando ya estaba en ropa interior, no lo pensó dos veces y entró. Harold aún no se daba cuenta. Era agradable estar ahí dentro. El agua estaba en la temperatura correcta. Quizás los árboles que obstruían el sol hacían un buen trabajo. Perfectamente único. Cerró los ojos un momento y se hundió, para después salir y suspirar de alivio por deshacerse de un poco de calor.

—Eh, decidiste entrar.

Si fuera posible, el agua hubiera hervido en ese instante. Victoria se sonrojó y no salió del todo, para no mostrarle a Harold las partes descubiertas e imperfectas de su cuerpo. No, no, no. Estaba en cuclillas, no era muy hondo, lo que pasaba era que en serio no quería que la viera. Pensó que la vería de igual manera cuando ya estuvieran por irse y ya no había cómo retractarse, sin embargo, estaba haciendo tiempo.

—Es que no soporté más el calor. —Con esa respuesta sintió que tenía otro poco de valentía, pero lástima que era de la que hacía un segundo había perdido al escuchar la voz de Harold, así que se encontraba en las mismas.

Harold se acercó un poco a donde ella se encontraba. Victoria sentía la sensación extraña que le recorría la espina dorsal otra vez.

—Ahí no está hondo, ¿cómo es que...?

—Estoy sentada —le respondió rápidamente—. Lo que pasa es que...

Harold siquiera le prestó atención a lo último. Acortó más la distancia y le tendió su mano.

—Vamos, no es tan profundo, no temas, si no sabes nadar, yo te enseño.

¿Qué estaba pasando por la cabeza de ese hombre que la estaba tratando de esa manera? La había llevado a aquel lugar mágico sin necesidad alguna. No tenía idea del porqué, pero le estaba empezando a gustar todo.

En su lugar, Harold ya no sabía ni que hacer. Vaya que la idea la había considerado ingeniosa, ahora le parecía estúpida, la piel de esa mujer se miraba tan suave y tentadora. Había aguantado las ganas de girarse cuando la sintió en la orilla y hasta casi se descolocó cuando logró ver sus piernas mientras ella bajaba su pantalón. Ahora, teniéndola así de cerca, lo ahogó el miedo, no obstante, trató de respirar normalmente.

***

—¿Y jamás intentaste escapar o algo? —preguntó Jacob a Emiliana cuando ella le mencionó todo sobre el internado. Se había sentido con la comodidad de confesarle al muchacho la situación tan horrible que pasaba por aquel lugar, pero le había hecho jurar que guardaría el secreto.

—No, jamás me pasó por la cabeza. Mi madre hubiera muerto de la desesperación por ello, además, son unas rejas horripilantemente enormes. Y no hay manera de salir de allí, huyendo. Es casi como una cárcel. Supongo que me acostumbré al lugar, aunque las chicas sean unos monstruos.

—Qué terror —fue lo único que atinó a decir. Llegaron a la puerta de la residencia y él sintió que debía despedirse—. Bueno, me la pasé genial contigo hoy.

—Has quitado las palabras de mi boca. —Ambos rieron—. ¿Me acompañas en la cena?

—Pero el señor Harold...

—No te preocupes, le diré que yo te invité, no pasa nada. ¿Sí?

Jacob asintió. No se la iba a pensar dos veces. Por supuesto que cenaría con esa chica linda, quería pasar más tiempo con ella.




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