Emiliana abrió sus ojos y recordó lo que había pasado anoche. Se sentía mal por lo que le había hecho a Ariana, pero a su vez recordó lo que le dijo Jacob. Ella no tenía por qué abofetearla desde un principio, es más, siquiera debió de responderle de mala manera, ya que había preguntado algo tan fácil.
Se levantó. Fue al cuarto de baño, hizo lo que debía y salió. Se cambió de ropa y salió con dirección a la habitación de sus padres para desearles el buen día y posteriormente que los tres se fueran a desayunar.
—Mamá, papá, ¿puedo pasar? —No obtuvo respuesta. Volvió a preguntar y nuevamente le respondió el silencio.
Giró lentamente la perilla de la puerta y, para su suerte, no tenía seguro. La abrió despacio. Cuando llegó a su vista la cama, miró a sus padres con ternura. Ambos completamente dormidos. Victoria en el pecho de Harold y él abrazándola con ambas manos. Ellos no se dieron cuenta el cuándo pasó, pero ambos estaban más cómodos que nunca con la posición. Las barreras habían sido olvidadas por completo.
La chiquilla se acercó. Pensó por un momento en no despertarlos, pero en realidad quería hablar con ambos sobre lo sucedido, para así recibir la reprenda que debía.
—Buen día, tórtolos —habló algo fuerte. Harold fue el primero en reaccionar, pero no se dio cuenta de la posición en la que se encontraba hasta que Victoria también despertó. Los ojos de ambos se cruzaron. Los de ella lucharon por no agrandarse de la sorpresa e intentar hacer una sonrisa. Mientras que los de él se deleitaban con la vista. Sus ojos color marrón estaban completamente dilatados y se miraban realmente bellos para él. Por Dios, pensó, de verdad que era bellísima.
—Buenos días, mis preciosas —les dijo antes de besar la frente de la mujer frente a él, que estaba viéndolo de una manera tan penetrante que creyó que veía dentro de él. Victoria cerró los ojos para disfrutar de la calidez de los labios de Harold en su frente. Fue un momento único e incomparable. Por un segundo se sintió tan real.
—Sigo aquí. —Emiliana aclaró su garganta para después reír. Ellos se incorporaron. Luego Emiliana se puso seria, ya que tenía que hablar sobre lo de anoche. Quizás Ariana y Jacob ya les dijeron, pensó. Pero ella debía disculparse y atenerse a las debidas consecuencias—. Oigan, yo... quería hablar con ustedes sobre lo que pasó ayer con Ariana. Yo no quería...
—No tienes por qué explicarnos nada... —la interrumpió Harold—. Confiamos en ti, no hay necesidad de que te mortifiques en explicaciones. Jacob nos dijo lo que pasó. Ariana estuvo mal, puesto que ella es solo una simple empleada, y tú, tú eres mi hija. ¿Y quién soy yo? El dueño de todo este lugar, mi niña. Además, fue grosera, y aunque no apruebo que la hayas golpeado, entiendo que reaccionaras así.
La chica, con una sonrisa un poco más relajada, se acercó y lo abrazó.
—Yo no quería golpearla. Es solo que ya estoy cansada de que me traten como una tonta y...
Se calló. Eso no podía decirlo, se recordó de inmediato.
—No eres tonta, mi niña. —Emiliana agradeció al cielo su suerte, porque no le habían puesto tanta atención a sus palabras—. Solo ya no le des importancia. Despediré a Ariana. No puedo seguir permitiendo ese comportamiento.
—No, papá —dijo la chica, decidida, lo cual sorprendió a Harold—. Quizás ella necesite el dinero que le pagas, y yo no soy tan cruel. No la despidas.
Victoria se sintió realizada ante las palabras de su hija. En definitiva, la había criado bien.
—Entonces, ¿qué hago? Tiene que ser reprendida. Lo que hizo merece que la despida. Pero como no quieres, ¿qué hago?
***
—¡¿Que voy a hacer qué?! —gritó Ariana, horrorizada ante el nuevo trabajo que le estaban asignando por una semana, como castigo por haber sido una altanera con la hija de su jefe y una grosera con Jacob.
—¿Estás sorda? —Harold puso los ojos en blanco antes de volver a hablar—. Te dije que limpiaras las caballerizas. Cada centímetro del lugar. Todo, absolutamente todo. Eso implica limpiar las porquerías de los caballos.
Más horrorizada no podía estar. Ahora mismo se arrepentía de la manera en la que había actuado con Emiliana, pero ya era muy tarde para eso. Y es que Emiliana le había impuesto eso como castigo por la manera tan irrespetuosa que le había recordado a Jacob cuál era su lugar en la casa. Y eso era algo que Ariana debía aprender, que eso no era nada fácil.
—Pero ese es trabajo de Héctor y Jacob, no mío —le recordó con la esperanza de que cambiara de opinión—. Yo debo de estar en la cocina con Gloria y Danielle.
—Eso debiste haber pensado antes de ponerte de grosera con mi hija y con Jacob cuando no había necesidad, ellos ni siquiera te dijeron nada malo. Y no te preocupes por Héctor y Jacob, mientras tú haces sus deberes, ellos tendrán una semana libre y placentera. ¿Sabes? Ellos recibieron de buena manera a mi esposa y mi hija, como se debe. Ahora ellos tendrán lo que merecen por eso.
—No es justo —chilló la chica.
—¿Y fue justa la manera en la que te dirigiste a mi hija y la golpeaste? —preguntó. Ariana no pudo contestar a eso. No era para nada justo lo que ella hizo y lo sabía—. Entonces, ve a las caballerizas. Héctor y Pablo te ayudarán solo por hoy.
—Por favor, señor Harold...
—Vete. —Se dio la media vuelta y subió las escaleras.
Antes de llegar a su destino, hizo un par de llamadas, tenía una idea que no le había salido de la cabeza desde anoche y debía llevarla a cabo, si no, explotaría de la intriga. Victoria dejaría de ser una laguna de misterios, pensaba, e iba a averiguar de ella lo que pudiera.
Victoria y Emiliana se habían puesto a preparar para salir, tal como él les había pedido. Las llevaría de nuevo a la ciudad, asegurando que tenía un par de negocios. Parte de eso era verdad, pero la real y principal intención era consentir un poco a ambas, llevándolas a un centro comercial por algo de ropa nueva y también algunas cosas necesarias para ellas, quizás luego llevarlas por un helado o a cualquier parte que se le ocurriera. Solo ansiaba pasar un rato ameno con ellas. Y también deseaba con todas sus fuerzas hacer que Victoria dejara de sentirse tan tensa. Llevarla al lago había sido un fiasco, ahora no tenía otra idea más que llevarlas de paseo.