—Yo acompañaré a Jacob a dejar a Gil y Kayla, ustedes pueden decirle a Gloria que vaya sirviendo, ahora vuelvo —les dijo a las dos mujeres. Estas asintieron y entraron a la casa.
—Fue un día muy asombroso, mamá. —Emiliana estaba que no le cabía la felicidad. La semana estaba siendo la mejor de toda su vida. Ya ansiaba el momento de informarle a su padre, más bien, pedirle el favor que tanto anhelaba y estaba segura de que él comprendería y aceptaría su plan. Sí, él entenderá, se aseguró y también lo deseó.
—Para mí también lo fue, mi niña. —Y no mentía, en realidad se sintió tan bien. Harold había bajado toda su molestia, haciéndola reír. Aunque claro, seguía pensando que nada de eso era correcto, ni para ella ni para él, mucho menos para el momento en el que había que alejarse de él. Porque sí, aún tenía ese plan en la cabeza: el de decirle a su hija que su padre había de volver al ejército, el mismo en donde, pasado el tiempo, le haría saber que él había fallecido al regreso. No le agradaba la idea, ¡por supuesto que no! Pero no había otra alternativa.
—Tengo un problema. —Harold había recurrido, una vez más, a su fiel confidente. Y es que Héctor lo comprendía como a nadie, al menos en la actualidad. Su madre también lo hizo en su tiempo, pero, a falta de ella, el hombre había estado allí, junto a él y su padre en tiempos difíciles, siempre estaba allí cada vez, apoyándolo en sus buenas y malas decisiones.
—Tiene que ver con ellas, ¿verdad? Lo supe desde que llegaron, muchacho, no soy tonto. —Ese hombre lo conocía a la perfección. Eran ciertas sus dudas, pensaba Héctor cuando Harold asintió, abrumado—. Ellas no son tu mujer ni tu hija, ¿no es así?
Harold de nuevo asentía. Héctor palmeó un lado de la banca solitaria, lejana a las caballerizas, que estaba bajo un árbol, en donde siempre había ido a pensar y descansar de su tan ajetreado día. El hombre más joven, se sentó.
—A Victoria la conocí la semana pasada, tuvimos un accidente —comenzó a decir Harold—. Yo te juro que primero me había molestado con ella por ser tan distraída y por el golpe en el auto. Pero cambié de opinión al verla con detalle, al escuchar sus alegaciones sobre el asunto, al verla buscar soluciones fáciles y nada favorables para ella para salir de un problema. De principio me dio lástima, pero después me intrigué y pregunté. Cada vez quería preguntar más.
Harold comenzaba a frustrarse, le daba una desesperación tan grande el poder llegar a la conclusión, pero, si no le daba detalles a Héctor, quizás no lo entendería, por eso trató de controlarse antes de continuar.
—Ahí supe de Emiliana y lo que pasaba: me dijo que estaba preocupada porque su hija creía que tenía un padre fabuloso cuando no era así, le dijo que estaba en el ejército y que le mandaba cartas que Victoria escribía. —Suspiró. Héctor estaba sintiendo en él una batalla interna así que decidió confortarlo con una palmada en la espalda—. No me dijo por qué hacía eso, ni lo ha hecho hasta ahora, pero llamó mi atención y para saber más me involucré en una mentira.
—Te haces pasar por ese padre, ¿por eso te cortaste el cabello así? —adivinó el hombre mayor, y es que eran predecibles sus palabras para él. Casi toda su vida conociéndolo era de gran ayuda. Además, por lo que decía era más que evidente a dónde iba.
—Sí, al principio por poco me arrepiento, pero luego pensé que las ilusiones de esa niña serían destrozadas y el plan era solo ir a su escuela a un festival y hacerle creer que yo era su padre, después irme y fingir que había muerto de regreso. Pero todo se complicó. —Harold volvió a suspirar, lo siguiente era la principal razón por la que había recurrido al hombre mayor desde que llegó—. El problema es que, estos días que he convivido con ellas, han sido de los mejores de mi vida. —Miró al suelo de nuevo—. Me hacen recordar a cuando mamá estaba aquí y papá era ese hombre amoroso que fue. A antes de que ella muriera. Me hacen sentir en familia, como hace años no me sentía, Héctor.
Héctor no sabía qué hacer más que palmar su hombro, aunque claro, ya se había dado cuenta a dónde quería llegar Harold, pero quería que él mismo se lo dijera.
—Adoro a Emiliana, me gustaría que en realidad fuera mi hija. No sé qué hacer: decir la verdad, seguir hasta que regrese al internado o quedarme callado y que ella siga creyendo que yo soy su padre. —Miró de nuevo a Héctor—. Héctor, creo que debo ser sincero con la niña y decir lo que siento, tengo miedo porque creo que me odiará y con ello a su madre. Y, me siento ahogado, porque además de eso, ahora sé y estoy seguro de que estoy enamorado de Victoria.
—No es su hija —había dicho para sí misma al escucharlo y suspiró aliviada, eso la llenaba de felicidad y ahora sabía lo que haría para lograr lo que quería desde un principio. ¡Era lo que necesitaba!
Ariana había ido a ver a los caballos por última vez, su favorito era Kit, un equino negro brillante al igual que Lance. Había oído toda la conversación y, a pesar de molestarle la confección de Harold sobre que amaba a aquella mujer, pensó que por lo menos podría arruinarle su teatrito a la familia feliz e intentar lo que hacía años que debió: tener a Harold para ella sola, sin Victoria o Emiliana quien lo impidiera.
Harold había regresado a la casa un poco menos apesadumbrado. Héctor le había aconsejado ser sincero, pero que encontrara el momento y las palabras indicadas para ello, pues Emiliana tenía que saber la verdadera razón por la que habían mentido desde el principio, eso implicaba unir las piezas del rompecabezas Victoria Méndez primero, lo sabía Harold; saber él también la verdadera razón por la cual Victoria había llegado hasta tal punto.
—He regresado —anunció desde la entrada mientras iba en busca de ellas al comedor. Pero ninguna estaba allí.
—Acaban de ir a dormir —le informó Gloria, mientras le servía la cena, él asintió y se sentó en la mesa.
Media hora más tarde, iba escaleras arriba, se había demorado porque había pensado en cómo y cuándo hablaría con Emiliana, aunque claro, primero tenía que hacerle saber a Victoria lo que sentía, primero tenía que estar seguro si la mujer sentía lo mismo que él, y si no, el plan inicial seguiría en marcha, aunque a él no le gustara la idea.