Otra manera de mirarte (en Fisico)

CAPÍTULO 17

Francisca llevaba razón, Víctor en realidad extrañaba tanto a su hija, pero eso no quitaba el hecho de que lo había traicionado. Le había hecho la peor de las canalladas, pues esa no había sido la educación que le habían inculcado desde siempre. Ellos estuvieron repitiéndole hasta la saciedad que debía esperar hasta el matrimonio, puesto que ellos también habían esperado, porque eso era lo correcto, porque Dios no habría aceptado algo así, era lo que Víctor decía siempre. Él no podía entender por qué le había hecho tal cosa si ella no era así. No era grosera, no era alocada, ni siquiera salía con ninguna amiga y de un día para el otro le había hecho saber que en su vientre crecía su nieto.

—Estoy embarazada, me lo dijo la enfermera del internado. —Su vocecita retumbaba en sus recuerdos.

Las noches enteras se preguntaba qué había pasado, qué había hecho mal para que le pasara algo tan ruin que no tuvo otra opción que dejar a su hija a su suerte, pero nunca obtenía una respuesta coherente que lo acercase a la verdad.

—Ya llegó papá, mamá. —A Victoria se le acaloró hasta el pensamiento al escuchar a Emiliana, sintió ganas de abofetearse por eso, pero se recordó a sí misma que solo debía tranquilizarse y no demostrar lo que la hacía sentir. Que se le pasaría de todos modos, lo esperaba.

—Debe estar hambriento —mencionó, caminando hacia la cocina, para poder controlarse—. Ha llegado, ¿podrías...?

—Por supuesto, señora —la interrumpió la mujer, viendo la incomodidad de Victoria al intentar pedirle algo. Y es que así había sido todo el día. Victoria se negaba a que Gloria o Danielle hicieran lo que pensaba que le correspondía a ella. Por eso había ayudado a las mujeres en la cocina, ellas aceptaron, ya que Victoria les tuvo que decir que el almuerzo había de ser especial porque quería sorprender a su esposo.

Victoria se dio a la tarea de poner la mesa de una manera elegante, por alguna razón quería que todo quedase perfecto y que ese hombre en realidad quedase sorprendido al tener la comida lista para ser devorada nada más tomara asiento.

—Hola, he regresado —anunció Harold desde la puerta.

Había tenido una batalla interna en todo el camino por lo que se había enterado, incluso en el auto antes de bajar, y lo único que había querido era llegar y ver a la chiquilla que estaba haciendo de sus días más alegres con tan solo verla, que sabía que nada más escucharla llamarlo «padre» lo calmaba completo. Y también estaba ansiando ver el rostro de la mujer que estaba amando y de una vez por todas tomar valor y enfrentarse a la realidad.

Y es que esa mañana se había acobardado, el «te quiero» lo creía un espejismo. Además, lo primero que quería hacer, era contactar a sus padres, quizás, pensó, viendo que había hecho algo así por ella, sería un punto más para su esperanza de que Victoria lo amase de verdad, que esas dos palabras fueran ciertas. Qué torpe, se repetía, no había salido como esperaba su viaje. Pero de una cosa estaba seguro, una vez que hablara con Victoria; cuando escuchara su versión del asunto, haría todo lo posible porque esa familia volviera a reencontrarse, fuera o no por ganarse el amor de Victoria, le parecía correcto y necesario.

—Mamá y Gloria hicieron un estofado, huele delicioso, lo prometo. —le comentó su falsa hija justo después de abrazarlo.

Estaba emocionada porque había hecho muchos planes con Danielle y Jacob, que recibió a su padre eufórica, puesto que, gracias a él, celebraría su cumpleaños de una manera diferente. La triste realidad era que siempre los había celebrado junto a su madre y Lottie, siempre ellas tres y un pastel con las velas correspondientes a la edad que estaba cumpliendo, nada más, y cada año con la esperanza de ver a su padre. ¿Cómo no estar feliz? Este cumpleaños era la excepción, porque ahora su padre estaría con ella y habría muchas más personas compartiendo su felicidad.

—¡Genial, muero de hambre! —Harold miró a Victoria sonreír a su dirección, él no dudó nada, ya no, simplemente se acercó y la besó en los labios—. En definitiva, sí, te extrañe y bastante.

La morena se sonrojó, como cada vez que él le decía cosas padecidas. Solo que esta vez, y eso porque Emiliana estaba presente, siguió su juego y tuvo la osadía de ser ella la que atrapara sus mejillas y después sus labios.

—No más que yo —le retó cuando dejó de besarlo, ¿era sorpresa lo que veía en el rostro de su falso esposo? Esa expresión era nueva para ella y la hizo sentirse poderosa.

—Mamá, papá, hay mucho público presente.

La chiquilla hizo reír a todos. La escena que estaban presenciando, era tan acaramelada que más que ternura había causado gracia. Ambos perecían adolescentes muy enamorados.

***

—No debiste tratarlo así —reprochó Francisca cuando por fin Víctor había salido de la habitación.

—Él no debió venir a mi casa a hablarnos de esa mujer —refunfuñó el hombre.

—Víctor, estás hablando de nuestra hija, y él es su esposo, sea como sea que hayan pasado las cosas, él está con ella. No la abandonó como cualquier otro lo hubiera hecho, incluso me ha dicho que nuestra nieta sí nació, es una chica de quince años, ha dicho que le harán una fiesta ahora que cumplirá dieciséis.

A Víctor se le produjo un repentino escalofrío cerca del pecho. Su nieta, aquella criatura a la que le había negado el conocerlo, esa que creyó repudiar, ya era una adolescente, y sí, él también quería conocerla. Pero su orgullo era tan grande que era imposible para él mismo admitirlo ante su esposa.

Harold estaba de nervios al caer la noche, ¿cómo no estarlo? Estaba a punto de decirle a Victoria que sentía algo verdadero por ella y el que toda la tarde le estuviera sonriendo no le había ayudado en mucho para armarse de valor.

—Que descansen, los amo —Emiliana se despidió de sus padres y entró a su habitación.

Victoria se adelantó a llegar a la que desde hacía una semana estaba compartiendo con Harold y él la seguía a paso lento. Él se tomó el atrevimiento de observar su meneo de caderas, pero se abofeteó mentalmente, porque sus pensamientos estaban comenzando a viajar a donde no debían. Dios santísimo, no podía evitarlo. Victoria, a pesar de su delgadez, sus curvas parecían formar un perfecto reloj de arena.




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