Las caricias no subieron de nivel aquella noche, Harold sabía que Victoria no se sentía lista para estar con él y porque todo el miedo parecía estar concentrado en ello. Hablaron del asunto unas horas, sin detalles para no incomodarse. Victoria, a pesar de su miedo y vergüenza, le había confesado que lo deseaba, como a nada. Que lo quería tocar y que él la tocara.
Lo que no le dijo, es que le tenía miedo a que fuera igual que aquella horrorosa vez y no quería decepcionar a Harold. Porque no sabía si sería buena, si él disfrutaría de sus caricias inexpertas, si él podría borrar el daño, no lo sabía para nada y temía saberlo.
—Papá, ¿puedo hablarte? —Emiliana lo había sacado de sus pensamientos mientras él continuaba preparándose para ir a revisar la mercancía que salió esa mañana y que debía enviarse a tiempo.
Emiliana aprovechó que Victoria estaba preparando el almuerzo junto a Gloria y Danielle, para cuando él volviera. Momento justo para hablar de su futuro, creía la chiquilla.
Harold había puesto una sonrisa de oreja a oreja nada más escucharla, la abrazó y besó en la frente.
—Dime, mi niña, ¿qué necesitas? —A la chica le daba algo de pena decir lo que quería, puesto que le hablaría de lo que ella quería para su futuro, en el que los tres estarían juntos, eso ansiaba ella, tanto que se arriesgaría a todo.
Las charlas diarias con Jacob la habían puesto a pensar, hasta que decidió que era lo que ella quería y, si lo hablaba claro con sus padres, seguro lo entenderían. Aunque claro, primero quería contarle a su padre, ya que temía que Victoria se negara al instante solo porque aquella institución era de las mejores y más respetables de la ciudad, incluso del estado y quizás solo por ello le diría que no.
—Te quiero enseñar un par de cosas. —Emiliana sacó lo que llevaba en el bolsillo de su jean, eso que justamente le había dado Jacob hace dos días y se lo mostró—. Son un par de folletos de la preparatoria donde Jacob está, se encuentra en la salida de Miguel Alemán, dice que es muy buena, que hay buenos maestros y...
—Emiliana, ¿qué pasa? —indagó él, totalmente confundido de lo que decía—. ¿Por qué me enseñas esto?
Emiliana bajó la cabeza y suspiró, lista para sacar el tema por el que principalmente había acudido a él.
—Quiero ir, quiero estudiar en esa preparatoria.
—¿Y el internado? —dudó él, aunque algo en el fondo le decía que sería mejor tener a la chica cerca y, para variar, que la vería no solo los fines de semana y convivir con ella solo un par de meses al año, claro que le convendría más.
Y ya estaba más que previsto que lo pasarían juntos, ya que con Victoria las cosas ya estaban más que claras y no tenía pensado desmentir absolutamente nada y alejarse de ellas, ¡por supuesto que no!
—No quiero volver, por favor, papá —le suplicó, juntando sus manos y viéndolo con la nariz arrugada—. Mira, sé que preguntarás la razón y debo ser sincera sobre eso, porque solo así dejarás que vaya. No pensaba contártelo, porque sé que volverás al ejército y...
—No voy a volver —la interrumpió, tomándola por los hombros, sonriéndole—. Me quedaré a tu lado y al de mamá, cariño. Eso ya acabó, ya cumplí el tiempo que debía.
Emiliana sintió que su plan marchaba bien, él aceptaría, ella lo presentía.
—Entonces, ¿puedo ir a la preparatoria en la que estudia Jacob? —Volvió a mirarlo suplicante—. Por favor, prometo dar buenas notas, pero no me hagas volver a ese maldito internado.
Harold aún no había escuchado la razón, pero sentía que era mala y asintió, solo que tuvo que decirle que había que hablar con su madre.
—Solo di sí, papá. No quiero que sigan molestándome. —A estas alturas, de la desesperación, Emiliana estaba suplicando con lágrimas.
Es que el ver de nuevo a Faría y su séquito de niñas ricas mal educadas no le parecía una buena opción, y mucho menos volver a toparse a ninguna. Temía que la volvieran a golpear, temía que siguieran con sus burlas e insultos.
—¿Quién lo hace? —Emiliana se sobresaltó a escuchar a su madre entrando a la habitación, sin querer había escuchado lo último que ella había dicho y estaba preocupada—. ¿Emiliana, quién te molesta y por qué no me habías dicho que pasaba?
Emiliana miró a su padre, preguntándose si ambos la tomarían en serio o simplemente la llamarían loca. Pero tenía que decirlo, no podía seguir callando algo tan importante.
—Las chicas con padres ricos y la señorita Julia —mencionó, bajando la mirada—. No quería preocuparte. Antes, solo me molestaban porque soy becada, pero desde que tengo doce me molestan con que mi padre es un invento tuyo y que nadie me quiere.
Victoria sintió la culpa de nuevo apoderarse de sus pensamientos, se sintió una mala madre, uno: por mentirle a su hija casi toda su vida y dos; por no cuidar de ella y permitir que no le tuviera la confianza como para contarle algo así.
—Perdóname, hija. —Victoria abrazó a su hija y se puso a llorar silenciosamente.
No tenía por qué disculparse, pensaba la chiquilla, porque la cobarde que había callado había sido ella, porque no se atrevió a decirle desde el primer día que la molestaban. Pero ahora lo único que quería era poder cambiar las cosas, su futuro. Dos años más en el internado no creía poder seguir soportándolos.
—No, mamá, perdóname tú a mí, porque yo no te dije nada, me daba miedo que no me creyeras. —Eso hizo sentir más mal a Victoria. Su hija creía que su madre no le haría caso alguno en la tan importante situación y eso la hacía sentirse peor aún, porque tal vez ella le dio razones a su hija para tal desconfianza.
—Irás a la preparatoria que más te parezca —le hizo saber el ojimiel a su falsa hija y Victoria sentía ganas de decirle no, porque eso sería gastar dinero que no tenía y que le apenaba aceptarle a él. Si no fuera porque él le había avisado con la mirada que lo hacía con el mayor gusto del mundo, se habría negado.