El ambiente se volvió tan silencioso que resultó ser incómodo. Emiliana se impacientó y repitió la pregunta. Era como un sueño saber la historia de amor de sus padres, así creía que aprendería un poco y sabría algo más sobre el verdadero amor. Sobre el cómo se daba uno cuenta de que en realidad era amor, porque era más que evidente que sus padres se amaban demasiado. Soportaron años separados mientras él estaba en el ejercicio, años en los que no habían sabido mucho el uno del otro más que únicamente por cartas. Y que, al volverse a ver, habían demostrado cuán grande había sido la espera. Aquel beso era de te extrañé y valió la pena esperar. Había sido hermoso.
—Bueno yo... —Victoria balbuceó nerviosa. En su mente solo estaba el día que conoció a Harold, mas no podía decir que por medio del accidente automovilístico, ¿qué chiquilla de casi catorce años andaría en auto? ¡Absurdo! Nada se le ocurría, caray. Ahora sí que estaba en un lío.
—Tuvimos un accidente —comenzó Harold. ¡Eso no! Le gritó mentalmente Victoria. ¡Todo a la basura, no! Harold iba a arruinarlo todo, o al menos ya la había puesto nerviosa—. Tropezamos una tarde. Justo regresaba a casa de la escuela, cuando una chiquilla venía corriendo, como alma que lleva el diablo, hacia mi dirección.
Victoria respiró y esperó que continuara. Gracias al cielo se le había ocurrido algo a él, porque ella solo pensaba en que todo se iría a la basura cuando se dieran cuenta de la verdad; cuando supieran que tenían un par de semanas de conocerse y no diecisiete años. Cuando supieran su vergonzosa verdad.
Lottie no era la única adelantada a los hechos, aunque claro, Victoria primero se planteaba el intento y el error en la cabeza antes de abrir la boca. Primero pensaba en las consecuencias, pero siempre tenía que ser peor de lo que debía, incluso sabía cómo terminaría.
—Tiró todos mis libros y cayeron a un charco de lodo —continuó Harold, mirándola, dándole calma con sus ojos y sonriendo divertido por la historia. Ella se puso algo más tranquila y prefirió escuchar a dónde iba con la historia, el desenlace que al hombre se le estaba ocurriendo, porque era evidente que estaba inventando todo a su paso.
—Parecería que me estás contando una película americana, Harold —se burló Víctor. Se estaba esforzando por mantener la cordura, por Francisca, especialmente por Emiliana. Tenía que estar tranquilo y hallar comprensión para su hija y no intentar matar al hombre del cual ella se había enamorado a tan temprana edad como para hacer algo tan bárbaro y terminar diecisiete años después aún juntos. Tenía que guardar compostura para lo que seguía.
—Víctor, deja que continúe y calla. —El hombre mayor la fulminó con la mirada. Emiliana cubrió su boca e intento no reírse de su abuelo, se le notaba molesto y no entendía el porqué, y tal vez era bueno no saberlo, pero era divertido—. Continúa, querido.
—Ella golpeó su frente y yo mi pecho. —Tocó su pecho e hizo una mueca, recordado el golpe. ¿Estaba contándoles la verdad a medias? Pensaba Victoria, ¡por supuesto! Pero solo estaba cambiando la situación. Le pareció divertido eso, así que decidió ser ella la que continuara.
—Fue un desastre —interrumpió a su falso esposo antes de que hablara. Harold no pudo resistir la sorpresa al escucharla proseguir, suerte que Víctor había visto a su hija cuando habló que no lo notó—. Él se molestó y me exigió pagar por sus libros.
—¡Los arruinaste! ¿Con qué querías que estudiara? —bramó divertido, aumentando detalles a la historia.
—Bueno, ya, la cosa es que no te los pagué, tú los compraste solito —siguió ella y volvió a ver a sus tres espectadores, para evitar sonrojarse por la sola mirada de Harold—. En fin, estuvimos un buen rato discutiendo, hasta que él me invitó un helado.
Víctor estaba esperando esa parte, la que seguía de allí, se estaba molestando, por supuesto que lo estaba haciendo. ¿En qué maldito momento había sucedido todo eso? Quizás en el intermedio de casa a la escuela de monjas y viceversa. Quizás hasta dejaba sus clases botadas por irse a revolcar con él. Aunque las monjas jamás le dieron ni una queja de ella, incluso la tenían en un pedestal como la mejor de las clases y la mejor portada. ¿Cómo había podido burlarlo de esa manera?
—Y bueno, señor Méndez, los ojos de su hija, son los más hermosos que he visto —Harold le aseguró, tomando la mano de Victoria quien estaba a su lado, se la besó y ella le sonrió—. Su sonrisa alegra mis días, me bastó tan solo una semana para darme cuenta de ello. Me enamoré de ella, ¿cómo no hacerlo? Es una gran mujer, es una excelente madre. Ella y Emiliana son lo más importante en mi vida.
Finalizó, mirando a su hija y quien sonreía de oreja a oreja, le había encantado la historia. ¿Así que eso era el amor? ¿El mirarse el uno al otro como si solo estuvieran ellos dos? ¿El apreciar cada virtud y no molestarle cada defecto imaginario? ¿El demostrar cada día lo que el otro sienta?
—¿Y qué hay de tus padres? —Preguntó el hombre mayor con un dejo de molestia—. ¿Ellos no importan? ¿No son una parte importante en tu vida, quizás la más grande?
Con lo último miró únicamente a Victoria quien captó sus palabras, ¿también hablaba de ella? ¿Era una indirecta? Harold miró a Víctor y colocó la misma expresión firme y solemne que él.
—Mis padres siempre serán una parte importante en mi vida, señor Méndez. Son los seres que me dieron la vida, sin ellos no sería nada —le espetó sin tono.
—¿Si son importantes en tu vida, por qué no están aquí? —Esa había sido la peor de las imprudencias de su parte, Francisca estaba avergonzándose de su actitud, que casi lo reprendió por ello, pero Harold habló antes.
—Mi madre murió cuando yo tenía diecinueve años, señor Méndez. A raíz de eso, mi padre entró en depresión y se dejó morir tres meses después. Esa es la razón por la que no están aquí. Y creo que, considerando la situación, se entiende por qué lo único que me importa, lo único que tengo y lo que más amo en la vida son a mi esposa y a mi hija. Si me disculpa. —Se levantó de su asiento y salió hacia la cocina. Estaba calmo, pero era evidente que se había molestado demasiado, pensaba Francisca. Y en realidad ese no era el sentimiento. Aún dolía, trece años después y aún dolía.