Tras ver la puerta de la habitación cerrarse, Victoria caminó lento hacia la suya. Harold la tomó de la cintura por detrás y le besó la mejilla.
—¿Estás feliz? Yo amo verte feliz, ¿he logrado hacerte feliz? —Como si fuera un adolescente, Harold llenó de besos a Victoria antes de llegar a la habitación.
—Claro que estoy feliz. Ver a Emiliana feliz me hace a mí. Tú me haces feliz. —Sintió una pequeña ligereza en el pecho y las ganas que sentía de besarlo y tocarlo le traspasaban la ropa, pesaba. Lo detuvo antes de que abriera la puerta—. Espera aquí afuera.
—¿Qué pasa? —Harold rio divertido al sentir cómo Victoria lo detenía antes de entrar a la habitación.
Se notaba nerviosa de repente, estaba más sonrojada que de costumbre. Algo pasaba. Había estado extraña todo el día, claro que un poco más contenta, pero había algo distinto. Desde que había amanecido lo había estado tratando distinto, como más cariñosa. ¿Qué era lo que tenía? No tenía ni idea, pero le gustaba y por eso no había cuestionado, le gustaba ser consentido por su mujer.
—Nada, solo espera aquí afuera, yo también te tengo una sorpresa. —Victoria entró lo más rápido posible a la habitación y le cerró la puerta tan rápido que terminó agitada y con el corazón acelerado.
«Ya», se dijo y tomó una gran bocanada de aire. Había aprovechado el tiempo en el que Harold no estaba en casa para preparar la habitación. Que todo fuera perfecto para desenvolver todas esas ansias que tenía por estar con ese hombre, aquellas que no había podido desatar en el lago por miedo. Esas ganas de que fuera únicamente Harold quien le hiciera olvidar su atormentado pasado; quien le hiciera saber que las caricias no eran malas. Porque ella sentía que no lo eran.
Victoria se metió a la ducha e intentó salir lo más rápido posible. Dentro, se había puesto su camisón al cual le había hecho unas moderaciones; le había pedido a Gloria, tijeras, aguja e hilo y, con lo poco que había aprendido de su madre, lo había hecho más corto. ¿Cómo se había atrevido a eso? Ella nunca se había atrevido a nada, por mínimo que fuera, pero ese hombre la hacía querer sacar ese lado pervertido, ese lado atrevido que no sabía que tenía.
Harold se estaba impacientando. ¡Victoria estaba tardando demasiado! Intentó abrir la puerta un par de veces, pero esta tenía seguro. Para cuando iba a tocar y llamarla, al mismo tiempo fue abierta por Victoria, lentamente, y todo parecía un misterio. ¿Por qué la habitación estaba en penumbras? Estaba confundido, pero intrigado.
—No la enciendas —escuchó decir a Victoria cuando tenía la intención de tocar el interruptor—. Solo ven a la cama.
Pero él no miraba absolutamente nada, solo alcanzaba a ver la sombra de ella cerca de la cama, y eso, gracias a la luna y su poca iluminación que se metía por la ventana.
Encendió la luz y se encontró a Victoria en el lugar donde dormía, parada, con la cabeza agachada, su cabello suelto y húmedo. Su camisón, ahora era por lo menos quince centímetros arriba de sus rodillas y estaba un poco más pegado a su moreno cuerpo. En la cama había sábanas blancas y toda la habitación tenía un olor envolvente y raro, ¿era eso manzana con canela? Olía tan bien.
—¿Qué sucede? —Dudó ella cuando alzó la mirada y lo vio con el entrecejo fruncido—. ¿Hice mal? ¿No te gusta? Dios, yo... si no te gusta, podría...
—Cálmate —la interrumpió, parecía que comenzaba a alterarse y se preocupó. No entendía lo que pasaba, pero debía, no era un pequeño niño como para no darse cuenta de lo que pasaba.
Victoria se estaba ofreciendo ante él. Eso era. Estaba dispuesta, ese era el día en el que se entregarían el uno al otro, debía entenderlo, porque Victoria era demasiado vergonzosa como para explicárselo.
—¿Estás segura de lo que haces? —le preguntó ansioso y jadeante, de pronto su voz había perdido el audio, casi no salían las palabras, se le había trabado la lengua de la sorpresa—. No voy a negar que me encantaría mucho... pero, Dios, Victoria, ¿estás completamente segura?
Victoria bajó la cabeza y asintió. Por supuesto que estaba segura, segura de que quería olvidar y empezar desde cero, darle la oportunidad a ese acontecimiento llamado «hacer el amor», por supuesto, lo deseaba tanto.
—Sí quiero, Harold, estoy segura de que lo quiero —A paso dudoso se acercó a él, hasta quedar cara a cara. Los ojos de él brillaban de deseo y excitación. Por supuesto, él también deseaba estar con ella y hacerla sentir tantas cosas—. Quiero estar contigo, quiero que me hagas olvidar del pasado y de todo, aunque sea solo por una noche. Esta noche haz que me olvide hasta de mi nombre, Harold, por favor.
Y lo besó antes de que él preguntara, antes de que él quisiera saber por qué decía esas palabras. ¿Olvidarse? ¿Del padre de Emiliana? ¿De sus padres? ¿De qué? No sabía si detenerse y desenmarañar de una vez por todas todo el asunto o continuar y dejarse llevar por el deseo mismo que ambos compartían.
Harold no se atrevía a tocarla, porque aún recordaba el incidente del lago, el cómo había actuado Victoria ante ese atrevimiento, donde le había desabotonado el sujetador. Había estado a nada de verle los senos; por poco veía todo lo que ella creía malo en su cuerpo. El descubrimiento de que quería hacerla suya lo había golpeado hasta dejarlo noqueado, no podía creerlo, no obstante, sabía que debía aguantarse en aquel entonces... no sabía si ahora sería lo mismo.
Victoria caminó hacia atrás y, cuando sintió un golpe en las rodillas, se impulsó con la intención de caer en la cama con Harold encima de ella. Lo cual logró con éxito, con un ligero gemido proveniente de ella misma como extra. Para su sorpresa, se estaba sintiendo bien y solo era el comienzo.
—Apaga la luz —pidió la morena. No quería que la viera desnuda o por lo menos no verlo a los ojos cuando todo pasara y solo se avergonzara más.
Harold se separó un poco y la miró a los ojos. Negó.