Otra manera de mirarte (en Fisico)

CAPÍTULO 28

¿Hermana? ¿Cómo no sabía eso? No, ¿de qué se admiraba? Sabía tan poco de la vida de ese hombre que ahora se sentía avergonzada de sí misma y todo lo que había pasado durante su estadía en el rancho. Había pasado tantas cosas con él que solo podía pensar en que era demasiado estúpida por amar a un hombre que no conocía del todo.

Estaba en shock.

Miró detalladamente a Eva. Le parecía muy imponente, incluso más que Lottie que sintió hasta miedo.

—Oh, perdona. Pareces muy sorprendida —habló Eva, adivinando todo por la expresión en la cara de su recién enterada cuñada. Se le veía confundida—. Claro, seguro Harold no quiso hablarte de su hermana bastarda.

—Eva, ya hablamos sobre eso —reprendió él. Es que no le gustaba que Eva mencionara aquello, porque, a falta de su madre y su padre, ella era lo único que tenía que no le importaba el cómo habían pasado las cosas.

—Sí, sí, hermano, ya lo hablamos, pero es verdad. A ver, ¿por qué yo no conocía a... Victoria? —dudó al final, Gloria y Danielle le habían hablado poco—. ¿No querías que la conociera o simplemente lo olvidaste?

Todos estaban confundidos, mirando la escena. Victoria no dejaba de ver a Eva, admirando el parecido con Harold: los mismos ojos, el color de piel, solo que Eva era algo más delgada del rostro y su cabello era rubio. Era bonita, eso la acomplejó todavía más. De nuevo pensaba en lo que él veía en ella.

Harold se sentía preocupado de pronto. Su hermana podía decir lo primero que se le viniera a la mente y eso echaría a perder todo. Y no pudo decirle nada porque no había atendido las llamadas.

Víctor también estaba sintiendo el nudo en el estómago y quiso actuar antes de que Eva siguiera hablando.

—Francisca, vamos a dormir. —Francisca lo miró y le hizo una señal clara de que aún no quería, por la obvia razón de la presencia de la rubia que encendía su curiosidad y ella quería saber—. Anda, mujer, es tarde y la arena en tu cuerpo hará que se irrite.

Francisca puso los ojos en blanco, aun así, aceptó. Víctor suspiró de alivio para sus adentros, se despidió amablemente de todos, incluida Eva, y casi se llevó a empujones a su esposa. Una vez en la habitación, se sintió tranquilo. Lottie se incomodó por la situación y también hizo lo mismo, alejándose de inmediato.

—Mira, Eva, iré a llevar a Emiliana a su habitación y hablaremos —le dijo, desesperado. Eva trató de detenerlo. Ella quería ver bien a Emiliana, conocer a su sobrina y encontrarle parecido, pues estaba tan confundida que incluso pensó que su hermano las había ocultado cada año que ella iba de visita.

—Eva —se atrevió a hablar por fin Victoria, la detuvo del brazo y le sonrió forzadamente—. Yo te explico todo, solo deja que se la lleve.

Con el entrecejo fruncido, Eva siguió a Victoria hacia uno de los sofás donde le había indicado. ¿Qué le iba a decir? Para sus adentros, se estaba haciendo mil historias. ¿Le diría que no quiso saber de ella? Temía tanto no ser bienvenida en esa nueva familia que pensaba que esa era la razón por la que ella ni enterada. Si era así, todas las palabras que hacía más de diez años Harold dijo sobre tenerse el uno al otro eran una vil mentira.

—No soy su esposa —confesó, apenada, cuando Harold desapareció por el último escalón—. Ni ella su hija biológica. —Eva iba a hablar, pero incluso sus palabras no salían, ¿qué rayos?—. Pero ella cree que sí, por eso todo es tan raro, te lo puedo explicar si lo deseas.

Harold terminaba de acomodar a Emiliana en su cama cuando esta despertó. Le aconsejó que tomara una ducha y ella así lo hizo. Harold salió un momento mientras la chiquilla se aseaba. Desde el pasillo, rogaba al cielo que Eva no actuara mal por la verdad e intentara ayudar un poco, o por lo menos entender la situación.

—Entonces, ¿todo es una mentira? —Eva escuchó con atención la historia, aunque claro, Victoria exceptuó ciertas partes como su pasado y solo mencionó el día en el que conoció a Harold y desde allí. Se estaba arriesgando demasiado, pero aún con más mentiras, Eva se daría cuenta.

—Lo es, pero no del todo. —Bajó su mirada hacia sus manos y sintió sus mejillas arder—. Él y yo... nosotros.

—Bien, ya entendí. —Le ahorró la pena y sonrió—. Mira, no estoy a favor de las mentiras, pero, si planean decirle a la niña la verdad, cuenten conmigo para mantener mi boca cerrada.

—Te lo agradezco. —Victoria le sonrió de vuelta y suspiró—. Solo hasta su cumpleaños, no es mucho tiempo. Por cierto, estás invitada.

—¿De verdad? Será un placer venir. —Realmente no estaba muy convencida, pero vio en Victoria una batalla interna, su mirada era muy preocupante. Su palidez la hacía pensar que era demasiado malo y duro todo lo que la llevó a mentir. Estaba delgada, atormentada se notaba en sí, que ni pensaba en alimentarse. Seguro sufre trastornos alimenticios, pensó Eva.

Antes era así, en realidad. Victoria se olvidaba de sí misma. Antes de conocer a Harold, se privaba de su alimentación porque realmente no encontraba tiempo para ello, pues lo único que pasaba por su mente eran las constantes cartas a escribir y una mentira nueva que plasmar en ellas; en el tiempo trabajando y cómo hacer para ganar más dinero; en el pasado. Gracias al cielo Harold llegó a su vida a tiempo. Ahora había aumentado un par de kilos y eso la hacía sentir algo mejor, tanto física como mentalmente. Ahora le encantaba esperar esa hora para disfrutarla con su falso esposo y su hija. Ahora sí que le daba hambre que incluso probaba antes de servir. Sí, en definitiva, Harold había llegado en buen momento. Para todo.

—¿Y mamá? —dudó Emiliana al recordar no haberla visto desde que había despertado. Estaba con Harold en el pasillo, recién se había duchado y quería despedirse de ella.

—Está abajo —se limitó a decir, no quería darle detalles y que a la chica le entrara la curiosidad, primero tenía que hablar él con su hermana y saber si con lo que, posiblemente, Victoria le dijo se quedaría callada.




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