Otra manera de mirarte (en Fisico)

CAPÍTULO 29

—¡Buenos días! —Emiliana tocó la puerta de sus padres el domingo por la mañana. Estaba emocionada, ese día volverían a la ciudad para comprar lo faltante para el día de su cumpleaños que ya estaba a tres días de celebrarse.

Ese sería el mejor día de su vida, aunque claro, aquel día, en el que por fin conoció a su padre, nada lo comparaba. Ese sí que había sido un fabuloso día. Su cumpleaños solo sería una promesa por cumplir por parte de su padre, esa donde las dieciséis velas serían apagadas por ella y él, y con ello le haría saber que la espera había merecido la pena. Conocerlo por fin y saber que ya no se iría jamás, eso sí que era algo por lo que quería celebrar.

Harold y Victoria se vistieron mientras Emiliana esperó en la sala junto a sus abuelos, Lottie y el pequeño cachorro Bobby. Ya estaban más que listos para salir y solo había que desayunar para comenzar mejor el día.

—Buen día —saludó Víctor a su hija y esta se lo devolvió junto con un abrazo. Había vuelto a hablar con él el día anterior y habían acordado olvidarse de lo malo, porque ambos estaban de acuerdo que, la realidad de las cosas era que uno no vive para siempre como para guardar rencor por tanto tiempo. Víctor aún esperaba poder saber muchas cosas, sin embargo, estaba bien con su hija.

—Nos quedaremos aquí, vayan de paseo ustedes —mencionó Francisca media hora más tarde—. Estoy algo cansada y preferiría dormir un poco.

—Apoyo la moción —secundó Víctor e instó a Harold, Victoria y Emiliana a emprender su viaje.

—¡Y conmigo somos tres! —gritó Lottie y todos rieron—. Yo cuido de Bobby, creo que ya nos caemos bien.

Finalmente, solo ellos tres salieron de casa.

El camino fue agradable, no paraban en risas. Harold contó algunas anécdotas de cuando era pequeño y decía lo avergonzado que eso lo hacía sentir hoy en día, las tonterías que se le ocurrían. Compartir un poco del pasado con ellas era como liberarse y aminorar aquellos horribles momentos que, evidentemente, no iba a decir.

—Te lo juro, mamá prefería verme lleno de lodo que levantarme, se reía demasiado y papá solo gruñía porque yo me revolcaba en el lodo como si fuera agua. —De nuevo fue divertido—. Los extraño demasiado.

Se siguió el silencio que reinó el auto, era algo que ya no tenía gracia, ya no tenía que haber risas sino palabras de consuelo. Emiliana habló:

—Me habría encantado conocerlos —confesó con pena—. Se ve que fueron unas muy asombrosas personas.

Harold se enterneció con aquellas palabras y sonrió. ¿Cómo no querer a esa chiquilla? Era tan educada y adorable. Ya no deseaba ser su padre biológico, porque ella ya era su hija, porque la amaba como una.

—Lo fueron, pequeña, juro que lo fueron.

Estando en la ciudad, Victoria reprendía a Harold cada que le compraba algo nuevo e innecesario para ella o Emiliana, ese hombre era un terco que gastaba su dinero en ellas, y, por más que Victoria le repetía que no debía, él respondía que su esposa y su hija merecían todo aquello que él tan ilusionado les compraba.

—No soy tu esposa —recordó, en cambio, Victoria esta ocasión. Hacía rato que no lo decía—. No estamos casados, solo somos...

No sabía exactamente qué decir en realidad, se declararon, mas no habían dicho qué clase de relación mantenían. Su ingenuidad los hacía novios, pero no lo eran, para ella era algo más que solo novios, hacían el amor y dormían juntos, como marido y mujer. Lo amaba, muchísimo, pero, ¿qué eran? Le daba pena aclararlo.

—Ya, ya —suspiró él. Para él Victoria era algo testaruda y no entendía lo que pasaba al parecer—. Mira, tienes razón. No eres mi esposa... Aún.

Victoria asintió sin comprender completamente a lo que se refería él, y se guardó la pregunta, no iba a hacérsela ahora. Le dedicó una sonrisa torcida. Entonces analizó las cosas; estaba con un hombre fuera del matrimonio y, ahora que su padre lo sabía, quizás él pensaba mal de ella. Claro, el confesarle a su padre que amaba a ese hombre y no estaba casada con él había hecho irritar a Víctor. Y aunque al fin y al cabo no era problema para ella en lo personal, eso era impropio para los demás. Victoria era anticuada y a la vez quería todo como viniera sin esperar cosas convencionales, solo quería ser feliz, pero también aceptaba que era muy cobarde. Aun así, abrió la boca.

—Nosotros...

—¿Sabes qué? —Harold la interrumpió—. Tengo algo que hacer y es importante. Mientras vuelvo, quiero que busques un par de cosas. ¿De acuerdo?

—Está bien, solo dime qué quieres que compre.

Harold la tomó de ambas manos y observó con detalle un largo rato su unión, le dijo todas y cada una de las cosas que quería para luego dejarla en un pasillo.

Más tarde en casa, Harold y Victoria escondían de la vista de su hija los obsequios que le darían. Mientras la chiquilla hablaba entusiasmada con Danielle, sus abuelos, Lottie y Jacob, mostrando las cosas que había comprado para el día que tanto esperaba. A todas las personas que estaban les encantaba la felicidad de la chica, era una de esas que ni de chiste les pasaba por la cabeza deshacer, de esas que incluso se compartían. Esa sonrisa, que le enrojecía el rostro y revelaban unos lindos hoyuelos, hacía sentir bien a cualquiera que la viera, pues era tan inocente y tierna que invitaba a sonreír con ella.

—El pastel no llevará nueces —bromeó Gloria—. Prometo que no compré esta vez.

—De chocolate está bien —dijo la niña, sonriendo—. Sé que quedará delicioso.

—Yo podría ayudar. A mí lo que sea dulce me queda de maravilla —Lottie se ofreció, abrazando a Emiliana—. Ojalá supiera cocinar novios.

Emiliana se rio y luego, discretamente, miró a Jacob. Él era dulce, por supuesto, pero no sería su novio, tenía que aceptarlo.

—Yo digo que pronto tendrás un novio dulce que te amará mucho, tía.

—Que tu boca sea de ángel, pequeña.

***

—Oye —se quejó Victoria al caer la noche, cuando estaban a punto de entrar en la habitación. Harold le había cubierto los ojos—. ¿Qué haces?




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