—Mañana es el gran día, Pablo —dijo Ariana al antes mencionado que estaba dando su opinión sobre qué ropa se pondría para la ocasión—. Esa maldita mujer y su estúpida hija saldrán de mi casa
—No es tu casa —le recordó, esta vez ya harto de lo mismo—. Jamás lo será, por más que lo intentes, él nunca te amará.
Salió de la casa, dejando a la chica con una sonrisa cínica y con la positividad que no le había quitado. Se negaba a creer que así era.
—¡Ya quiero que sea mañana! —Emiliana saltaba en su cama y aplaudía. Lottie, Victoria y la recién llegada Eva, la miraban entre carcajadas. Estaban ellas solas en casa, Harold había llevado a Francisca y Víctor a la ciudad. Ambos ancianos le aseguraron que necesitaban unas cosas que habían dejado en casa, eso, porque Emiliana estaba presente y en realidad irían por el obsequio para ella.
—¡Yo también! —Eva iba a subir a la cama, pero Victoria la detuvo, alegando que por lo menos se deshiciese de los tacones de quince centímetros que esta llevaba.
—¿Cómo puedes andar en esto? —Tomó ambos tacones, que recién había dejado Eva en el suelo y los levantó hasta sus ojos, su mirada de horror era graciosa. Eva se detuvo antes de subir a la cama y se rió. Miró a Victoria y le arrebató los tacones.
—Es fácil. —Se los colocó de nuevo—. Solo tienes que equilibrar la espalda y balancear tus pasos, si quieres te enseño. Apuesto a que mi hermano se volverá loco cuando te vea más alta y sexy.
—No, me caeré —le aseguró—. Preferiría andar descalza mañana que usarlos.
—Mamá, anda. —Emiliana, de nuevo, hizo pucheros. Victoria negó—. Por favor, te verás preciosa con tu vestido azul y en tacones.
—¡Azul! —gritó Eva, salió de la habitación y regresó rápidamente. Tenía sus manos en su espalda y una sonrisa maliciosa—. ¡Ta dá! —Canturreó cuando sacó sus manos y le mostró a Victoria que, en ellas, tenían un par de tacones rojos—. Sentarán perfectos con tu vestido.
—No —repitió.
—Sí —le contradijeron al unísono las tres mujeres en la habitación y ella no tuvo más remedio que ceder. Total, lo único por lo que lo haría, era por ver a su hija contenta en un día importante. ¿Y por qué no? Que su ahora futuro esposo la viera distinta le llenaba de ilusión y mariposas el estómago.
—Sé la verdad —había soltado Víctor cuando su esposa se había alejado de ellos, en busca de papel para envolver—. Sé que no eres el padre de Emiliana.
Harold tragó saliva. Eso era malo, al menos así lo creía, pero Víctor estaba dispuesto a sacarlo de su error.
—Tranquilo. —Suspiró—. No pienso decir nada, ya que Victoria ha prometido que le dirán a mi nieta.
—Por supuesto —aseguró él, asintiendo.
—Sí. También me ha hablado de ustedes. —Harold volvió a tragar saliva. De pronto sentía nervios—. No sé qué haya pasado hace diecisiete años, Harold, Victoria no me lo ha querido decir. Pero, por favor, hazla feliz y cuida muy bien de ambas.
Harold le juró que así sería, porque estaba seguro de eso. Que no les haría daño, que las haría felices y con ello él también lo sería, porque no había otra cosa en el mundo, sin contar a Kayla o Eva, que lo estuvieran haciendo feliz.
—¿Lo ves? Es fácil. —Eva dio un par de pasos con los tacones mientras Victoria aún estaba parada en los que le había dado, temía caminar—. Solo mueve tus caderas a momento de cada paso, no mucho porque parecerá que estás bailando un Shaky, shaky bien cochino.
Lottie se rio como nunca. Victoria solo las fulminó con la mirada. Ya llevaban más de diez minutos intentando y ninguna había tenido la decencia de aguantarse las ganas de burlarse de ella, incluso Emiliana, por su miedo a intentar andar.
—Oh, vamos, Vicky —se quejó Eva. Victoria hizo una mueca, ese apodo no le gustaba, jamás se lo habían dicho y su ahora cuñada no le podía decir de otra manera—. A ver, solo camina y ya.
Victoria bufó, pero aun así aceptó hacerlo, ¿qué más daba? Si se caía, esa era una buena razón para que declinaran esa idea absurda de verla en tacones. Se puso recta y dio un pequeño paso. Nada pasó, así que decidió dar otro. Parecía llevarse bien con los tacones, pensaba ella. Sin embargo, las carcajadas de sus tres espectadoras le dijeron lo contrario.
—Ash —bufó de nuevo, y mejor se sentó en la cama, dispuesta a quitarse los zapatos—. Olvídenlo.
Eva negó con la cabeza y dejó de reír. Victoria había puesto una expresión preocupada. El no aprender la frustraba tremendamente. Quería verse tan bonita como Eva, quería verse tan sensual como Lottie. Quería verse hermosa para él.
—Vicky, todo está bien. —La abrazó con ternura—. No andes en ellos si no quieres. Solo era una boba sugerencia mía, pero mi hermano te verá preciosa igual. Porque lo eres, no necesitas quince centímetros más para eso.
¿Cómo sabía ella eso? Aunque Harold le haya dicho que no necesitaba de esas cosas para verse bella; que no la amaba por su físico, ella aún se menospreciaba. ¿Por qué seguía sintiéndose fea? ¿Por qué aún dudaba del amor de él si, incluso, ya estaban comprometidos? No tenía la necesidad de andarse mortificando por ello, no tenía de qué preocuparse. Ella era la mujer más bella para él y no debía importar nada más. Pero, ¿qué era ese mal presentimiento? ¿Por qué el nudo incómodo en el estómago y en la garganta? No sabía exactamente qué era, pero no podía deshacerse de él.
—¡Bobby! —gritaba Emiliana en el jardín. Bobby no aparecía por ningún lado y ya comenzaba a anochecer. Ella estaba preocupándose—. Bobby, ¿dónde estás?
Pero el pequeño cachorro no daba señales. Emiliana casi estaba a punto de llorar. Ahora se arrepentía de haber dejado a Bobby vagar por la casa. Quizás sus padres la reprenderían por ser tan descuidada.
—Creo que se enamoró de mí. —Emiliana se sobresaltó al escuchar la voz del chico que movía su mundo. ¿Por qué siempre tenía que actuar tan nerviosa últimamente? Jacob estaba tras ella con el pequeño Bobby en brazos—. Estaba por irme a dormir cuando llegó a las caballerizas.