Los ojos de Victoria se entre abrieron al sentir el peso de la mirada de Harold. Él ya había despertado hacía horas y lo único que había hecho era observar todas y cada una de sus facciones. Incluso había recorrido con sus dedos delicadamente su rostro y, a señales de movimiento, se detenía. Victoria solo hacía muecas.
—Buenos días, cariño mío. —Le besó la frente y ella le sonrió.
Despertar los días así se había convertido en una costumbre perfecta para ella. Pero ese día todo era distinto, tenía miedo de nuevo. Algo no estaba bien.
—Tranquila. —Harold le sonrió—. Todo irá bien, ¿sí? Hoy solo hay que pensar en la fiesta de Emiliana, solo en eso, ¿de acuerdo?
Victoria suspiró y le dijo que sí. Aunque claro, esa incómoda sensación no se la podía quitar del pecho. Quizás era porque, una vez todo este asunto de la fiesta acabase, ella y él le dirían la verdad de que Harold no era su padre, pero que la amaba como si lo fuera; que empezaran de nuevo, olvidándose de aquellas falsas cartas, aquellas mentiras y vivieran momentos nuevos y mejores. Que fueran una familia de verdad, sin mentiras.
—¡Feliz cumpleaños! —El unísono que despertó a Emiliana sobresaltó a Victoria, todo la hacía entrar en alerta, ¿qué rayos estaba pasando?
Cuando ella y Harold habían bajado a la cocina, Francisca, Lottie y Eva ayudaban con el pastel que Gloria hacía. Le pusieron dieciséis velas y solo esperaban a que Victoria decidiera ir a despertarla. Su padre había notado su incomodidad y le había dicho que pronto todo estaría bien. Ella solo había asentido y le había susurrado que trataría de calmarse, pero no prometía nada.
—Oh, Dios, ¡por fin! Ya quería que llegara este día —chilló Emiliana mientras se tallaba los ojos, para espabilar el sueño.
—Pide un deseo, preciosa —le dijo su abuela. En seguida miró a Harold. Quería esa promesa, era lo único que había deseado toda su vida, solo eso: que su padre le apagara junto a ella las velas de su pastel. Fuera absurdo, pero ese era casi un sueño para ella.
—No tengo nada que desear —comentó, apenada, pues sus ojos comenzaban a cristalizarse, qué bueno que todo era de mera felicidad—. Todo lo que había pedido en los últimos diez años de mi vida había sido un momento como este, así que, solo quiero que papá me ayude a apagar las velas, ¿recuerdas?
Harold estuvo a punto de decirle que no, de no ser por Victoria, quien le dio un codazo y le señaló con la mirada las dieciséis velas. Él se sentó a lado de Emiliana en la cama y le limpió las lágrimas. Sintió un nudo en la garganta, las palabras que Emiliana había dicho ponían en duda decirle la verdad. Sabía que debían hacerlo y lo harían, pero ahora temía con mayor fuerza lo que fuera a pasar.
—Te quiero, papá —le dijo la chica y después contó hasta el tres, para, finalmente, ver las dieciséis velas apagadas y escuchar los aplausos de los demás miembros de su pequeña familia. Eva se le acercó y le dio su obsequio, que consistía en un juego de make-up. Francisca y Víctor le dieron un par de vestidos. Y la ocurrente de Lottie le dio un diario.
—Es para que escribas sobre tu amor secreto por Jacob. —Emiliana en seguida miró a sus padres, sonrojada. Lottie y Eva se soltaron a reír, hasta Francisca y Victoria lo hicieron. Los únicos con el humor amargo eran los dos hombres presentes, mas ninguno se atrevió a más de solo fruncir el entrecejo.
—Sabes que, hagas lo que hagas, no te amará, ¿verdad? —Y ahí estaba de nuevo, Pablo, tratando de hacerla entrar en razón. Tan insistente el pobre, esperanzado a que lo tomara en cuenta, pero ella seguiría siendo tan terca. El muchacho había pasado la noche anterior debatiéndose, para, finalmente, ir con ella y decirle de una vez por todas que dejara eso por las buenas, porque, por las malas, se llevaría algo no muy agradable.
—Tú no sabes nada —refunfuñó mientras se disponía a maquillarse—. Una vez que esa vieja salga de la casa, le demostraré que yo soy mejor que esa maldita y su mocosa bastarda.
Pablo bufó ya frustrado. ¿Jamás entraría en razón? ¿Jamás se daría cuenta de que, aunque no estuviese Victoria, él jamás la amaría? En definitiva, ya no seguiría permitiéndose actuar como un idiota por ella y que esta no lo viera como él quisiera.
—Ariana. ¿Sabes qué? —Por su tono, sobresaltó a la chica. Había sido muy fuerte, le dio algo de miedo. ¿Qué le estaba pasado a su amigo?—. Desde el maldito día en el que cruzaste la maldita puerta de la casa de Harold, el día que entraste a trabajar, de ahí en adelante, siempre te admiré en secreto. —Ariana abrió sus ojos ampliamente, no podía creer lo que oía—. ¡Me enamoré de ti, maldita sea! Pero tú... —La señaló con rabia—. Jamás me miraste, ¿por qué? ¡Porque preferiste imaginarte un mundo con él cuando él ni siquiera te toma en cuenta!, ¡y jamás lo hará! ¿Sabes por qué lo sé? —Pablo estaba poniéndose rojo de coraje, también tenía sus ojos llenos de lágrimas, era más que obvio el dolor que esto le causaba—. Porque él ama a esa mujer, porque no amará a nadie más que a ella y a su hija. ¡Yo escuché cuando él le dijo que era el amor de su vida! ¿Y aun así pretendes arruinarles la familia?
—Ellas no son su familia —le contraatacó—. Haré lo posible porque él me ame, Pablo.
¿Es que no lo había escuchado? Se gritaba mentalmente. ¡Qué mujer tan más idiota!
—Pues vete a hundir sola, al demonio, me largo. —Se dio la vuelta y caminó hacia la salida. Antes de llegar la miró de nuevo—. Pero no vengas llorando cuando mi predicción se cumpla, Ariana, porque juro que te vas a quedar esperando.
Una vez escupidas las palabras, salió hecho furia. Vaya que esto lo había puesto de muy mal humor. Y esta vez ya no habría sonrisitas de estúpida que lo hicieran cambiar de parecer. Porque así era siempre, Ariana, con sus pucheros y sonrisas coquetas, lo volvían tan loco que siempre terminaba cediendo a sus juegos sin llevarse él nada a cambio.
—Y esta gente, ¿quién es? —dudó Lottie desde la habitación de Emiliana, en donde se preparaban para la celebración, faltaba poco y algunos invitados estaban llegando, Lottie los oía hablar con Harold. Se aprovechaba de estar lista para echar un vistazo. Eva terminaba de maquillar a Emiliana quien ya traía su vestido blanco. Francisca y Víctor se habían cambiado hacía ya rato y acompañaban a Harold con los invitados.