Otra manera de mirarte (en Fisico)

CAPÍTULO 33

Llegaron a casa. Lottie no los acompañaba pues le pidió a Pablo que la llevase a su casa, no quería presenciar algo que, según ella, no le correspondía. Emiliana no quiso saber nada e iba dispuesta a irse en dirección a su habitación y ponerse a llorar, pero Víctor la detuvo, asegurándole que debía escuchar a su madre. Y a pesar de todo lo que estaba sintiendo; su batalla interna, obedeció a su abuelo. ¿Cómo no estar así, si ella tenía tanta ilusión con lo ya vivido?

En su rancho, Harold estaba de nuevo refugiándose en las caballerizas a lado de Kayla y su pequeño crío, quienes dormían tranquilamente. Harold estaba sentado en el suelo terroso, llorando, mirando esa foto de ellos tres en la playa que Lottie les había tomado al caer la tarde. Estaba completamente destrozado, pero no podía hacer nada a menos que Victoria y Emiliana le dieran luz verde, porque claro, debía respetar sus decisiones.

—Hermano —le habló Eva desde la puerta del apartado de Kayla—. Deberías entrar a casa.

Él le negó. Eva en lugar de insistir se sentó a su lado, olvidándose por completo que detestaba ensuciarse el trasero de heno.

—Eva, quiero estar solo —le dijo, mirando hacia otro lado. Eva puso los ojos en blanco.

—No, Harold, no de nuevo —se quejó la rubia, golpeando el antebrazo de él—. No te cierres e intentes hacer como que no pasa nada, o que no puedes hacer algo para cambiar lo que pasa. Pero hermano, puedes, claro que puedes. Por ejemplo, tu única opción real es ir ahora mismo a casa de ellas, decirles lo mucho que las amas y lo feliz que te hacen. ¡Es fácil! ¿Y sabes qué? —Se levantó del suelo y se sacudió, para luego caminar afuera—. Me voy a ir antes que me digas lo contrario.

Eva tenía razón, demasiada, pero, ¿él tenía el valor?

Victoria no sabía por dónde empezar, aunque claro, la chica ya estaba más que alterada emocionalmente que quizás de ninguna manera podría hacer que la cosa no sonara tan fea. ¿Cómo le dices a tu hija que fue producto de una violación sin hacer que se decepcione?

—Solo dilo, mamá —le pidió, al borde de las lágrimas, ella solo quería irse de allí y encerrarse en su habitación, no saber más de nada por ahora—. Empieza con esto: ¿por qué me mentiste toda mi vida?

Victoria suspiró con pesadez y la tomó por los hombros, al mirarla a los ojos no pudo evitar sentirse mal de nuevo y comenzar a llorar.

—Perdóname. —Sollozó sin poder evitarlo—. No quería que supieras la verdad, mi niña, es horrible, realmente horrible. Por eso preferí que creyeras todo aquello. Eso me avergüenza, Emiliana, no soporté la idea de que lo supieras.

—¿Ya qué importa? ¡Dilo! —le gritó. Se sentía destrozada—. ¿Qué es peor que mentirme así?

Víctor y Francisca sentían el nudo incomparable en la garganta, por fin se enterarían de la verdad; por fin sabrían qué exactamente pasó hace diecisiete años con su pequeña Victoria, aquella dulce y educada niña que les dijo que tendría un bebé, mas jamás les dijo quién era el hombre que la había embarazado y posiblemente abandonado. Qué desafortunados eran en ese momento, pues se enterarían de que estaban, por desgracia, muy equivocados.

—Me... —¿Por qué le costaba tanto decirle a ella, si a Harold se lo dijo sin más? Claro, eso rompería su corazón y destrozaría su felicidad todavía más, esa era la diferencia—. Mi niña, lo que te voy a decir, te dolerá tanto como me duele a mí, pero quiero que sepas y entiendas que, desde que vi tu pequeño rostro al nacer, te amé más que a nada en el mundo, ¿sí? A pesar de todo, Emiliana, te amé, te amo y te amaré siempre.

Sus lágrimas eran tan densas que incluso quitarlas era algo difícil. Eso era lo peor de su vida. Si en sí, desde el principio, desde la violación, el solo pensar era doloroso, ahora peor, puesto que su hija iba a saber que jamás hubo un buen hombre de familia, honorable hombre del ejército, padre amoroso, y solo hubo un desgraciado aprovechado que arruinó la infancia de una niña.

—Mamá, ya dime, ¿quién es mi padre?

—No lo sé —soltó. Víctor pensó de inmediato en unas palabras insultantes hacia su hija, mismas que había dicho en el pasado, quería gritarle, mas las contuvo. Creía que su hija había sido lo que desde el principio pensó—. Mi niña, perdón, pero no lo sé, porque jamás siquiera pensé en verlo a la cara, no quise hacerlo porque no quería recordarlo el resto de mi vida. Emiliana, tú fuiste el producto de... Un abuso.

Francisca soltó un desgarrador grito. Víctor se quedó estático, sin saber qué hacer, qué pensar. Inmóvil. Decepcionado de sí mismo, por no permitirle haber hablado aquel día, de ser así, todo habría sido distinto.

Por su parte, la más importante, Emiliana, estaba en shock. En su pecho se hizo un vacío, no sabía cómo expresarlo, ¿ese era su corazón roto? No lo comprendía, pero era una horrible sensación. Miró a su madre y la abrazó, a Victoria le tomó por sorpresa el acto, pero mejor no dijo nada y esperó.

—Yo también te amo, mamá. —Sollozó fuerte de repente—. Gracias por tenerme y amarme a pesar de eso. Te perdono. Me duele muro todo esto, porque yo pensé que todo era real, que él me quería y era quien me escribía, pero te perdono.

—Las cartas... yo escribí eso porque creí que me odiarías sabiendo que nunca tuviste un padre y...

—No me interesa ya nada, mamá. —Se separó de ella y la miró a los ojos—. Te amo y te perdono por todo.

—¿Qué pasó después de que te... echamos? —Víctor estaba avergonzado.

—Las monjas me dieron asilo por unos meses. —Suspiró con pesadez—. Al principio, se portaron muy amables, pero hui de allí cuando pretendían dar en adopción a Emiliana sin decirme absolutamente nada.

—¿Cómo así? —preguntó Francisca, con voz forzada, aún estaba en shock.

—Escuché a la madre superiora hablando con una pareja. —Miró a sus padres mientras se deshacía de más lágrimas—. Les decía que estaba por nacer el bebé y se los entregarían pronto. Supe que hablaban de mí cuando le oí contarles la historia de lo que pasó. Yo estaba por dar a luz, de hecho, lo hice unos días más tarde. Le pedí ayuda a otra de las monjas que, afortunadamente, me ayudó hasta que pude hacerlo yo sola. Eso fue cuando cumplí dieciocho y eso porque yo se lo pedí. Fue duro, aun así, logré sobrellevar todo: mi vida y Emiliana.




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