Otroba

Capitulo 14

En la cocina Rosa se ocupó de de Jazmín. Ya se había tranquilizado, pero aún temblaba levemente. Tenía un ojo amoratado y cortado el labio inferior. Le lavó las heridas y sacó hielo del refrigerador para que bajara la inflamación.

–Mira nada más cómo te ha dejado ese maldito –murmuró, molesta, ofendida –. ¡Debería bajarse los pantalones!

–¿Él era tu novio? –le pregunta Frank.

–Sí...– le responde apenada, avergonzada.

–¿Quieres contarnos qué pasó? Es decir, si puede saberse.

–Se molestó porque rompí con él –explicó con energía –. Ya no lo aguantaba más. ¡Dios, que tonta he sido!

–Tranquila hija, cálmate –le consuela Rosa besándole la frente.

–¿Ya te había golpeado antes?

–Sí, algunas veces. Cuando se enoja se pone como loco –murmura. Asiente con la cabeza y baja la mirada al piso –. Pero nunca lo había visto así. Antes era una persona distinta, un buen chico. Pero desde que empezó a juntarse con esos desgraciados del barrio, dejó de ser quien era.

–¿Quiénes son esos tipos que dices?

–Forman una bandita de patoteros –dice Jazmín con repulsión –. Viven de joderle la vida a los demás. Son ladrones y drogadictos, basura de la mejor. De esos que habría que aplastar con el pie cuan cucaracha.

–¿Rompiste con él por eso?

–Además, sí. Ya me tenía harta de pedirme dinero para beber y drogarse con sus amigotes. No sirve para nada igual que todos ellos. Pero ya se estaba aprovechando de mí descaradamente así que le dije que terminamos, que ya no estaríamos juntos. Se puso como loco...

–Y te golpeó.

–No lo haría cerca de mi casa. Mis hermanos lo hubieran hecho pedazos. Discutimos y se marchó diciendo barbaridades. No sé cómo me siguió hasta aquí. Apareció de la nada y me atacó.

–¡Inocente criatura! –murmura Rosa conmovida –. Ya no te angusties. Ya no va a lastimarte.

–Seguro que no –afirma Frank –. Ya sabe lo que le espera si lo hace.

Se abre la puerta. El escándalo había despertado a Darion y bajó a la cocina con miedo, en su pijama blanco estampado de ositos.

–Papá.

–Aquí estoy, hijo –lo carga en brazos –. ¿Qué sucede?

–Escuché ruidos en mi cuarto. Tengo miedo.

–No te preocupes, campeón –le reconforta el padre –. Había afuera un hombre malo haciendo tonterías. No tengas miedo, ya se fue.

–¿De veras?

–Por supuesto que sí. ¿No es así, Rosa?

–Claro, cariño. Los hombres malos no entran aquí, tienen miedo. ¿Quieres un vaso de leche?

Darion negó con la cabeza.

–Ahora la abuela te llevará a la cama. En un minuto iré contigo. Estaré aquí viendo que el hombre malo no vuelva. ¿Sí?

–Bueno...

–Te amo –le estampa un beso en la mejilla. Las cosquillas hacen reír al pequeño –. Ahora vuelve a la cama.

–Vamos, jovencito –le toma Rosa de la mano y lo conduce arriba –. Vamos que la cama se enfría. Los niños deben dormir bien si quieren ser fuertes.

Las palabras y la risotada se pierden subiendo la escalera. Frank se sienta junto a Jazmín. Ella mantenía la bolsa de hielo junto a su ojo golpeado; con el otro clavó en el hombre una mirada abatida y lacrimosa.

–¿Te sientes mejor? –le pregunta él.

–Sí, ya estoy más tranquila –le responde suspirando –. Lo siento Frank, perdóname por haberte hecho pasar por esto.

–No tienes que disculparte, linda. Soy quien sufre por no haber salido a la calle en tu ayuda a tiempo. Se hubiera prestado más atención podría haber evitado que ese miserable te tratara de tan vil manera.

–Yo me lo busqué, tuve que haber terminado con él la primera vez que lo hizo –se lamenta. Las lágrimas vuelven a brotar en sus ojos –. Pero no, me aferré a la idea de que cada uno de sus abusos era el último, que volvería a ser quien era antes. Soy una tonta.

–No es así, tú no tienes la culpa de que te tratara como lo hizo. No es tu culpa que sea un bastardo hijo de perra –le reanima pasándole su mano por la mejilla enrojecida –. No tiene derecho a tratarte así. Y no te sientas responsable de su miseria, tu eres mejor persona que él.

–Gracias por apoyarme –murmura mirándolo dulcemente.

–Ven aquí.

Se dejó caer contra Frank, escondiendo su rostro pálido contra el suyo, enternecida, afecta a la seguridad que él le brindaba. El hombre la enredó con sus brazos, la sujetó con fuerza contra su cuerpo, movido por una sensación aletargada y embriagante. Las manos de Jazmín a su espalda lo forzaron contra ella, serena su respiración, seducida de calor humano. Cuando Rosa regresó a la cocina, los encontró estrechamente abrazados.




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