Otroba

Capitulo 16

La aceptación de acompañar a Darion a su fiesta de cumpleaños no tardó en volverse arrepentimiento, poco convencida de dejarse arrastrar por un sentimiento festivo forzado por un instante de debilidad. Le infundía más fastidio que exaltación el compromiso aceptado en torno a un ambiente del que no era propio ni de su entero gusto. Sintió arruinado su sábado al desmoldarse su rutina de quedarse en casa en sola compañía de sus libros, hundida en la quietud de su cuarto vagando en historias a través de mundos oníricos plagado de criaturas y seres de ensueño. Así lo prefería, como una forma de despreciar la realidad de la que no se sentía parte; prefería experimentarse en sangrientas batallas o las fauces de algún dragón, enfrentar el embiste de una peligrosa espada, la sangre escurriéndose en sus manos extasiadas de venganza y muerte. Allí era feliz y todo fuera de ellos era un despropósito.

Para Katty, su madre, la propuesta de Darion le fue de mejor grado que a su hija. Obtener tal noticia le costó los giros de un tirabuzón ajustado, escarbando en el desgano que Lucy demostraba con agria pasión. Los hábitos distantes de la chica le agradaban, por un lado, no tanto por otro. Tan ajena al mundo, no le conocía un solo amigo y a pesar que siendo una niña le vio su retraimiento un halo protector contra las perversiones que susurran las calles, ya siendo una jovencita la hacía víctima de una descorazonada forma de vivir, tan tristemente aislada de cuantas experiencias le eran ofrecidas y que tan tercamente rechazaba. Se culpaba de ello habiendo visto aquel cambio, tan abrupto como una lámpara que se apaga, y sus puertas cerrarse aprisionándola en un laberinto por propia decisión. Llevaba Katty el peso de aquel día en su conciencia, el momento donde vociferó una vedad enfrentada tardíamente, o que jamás debió salir a la luz.

Así una guillotina cayera y dividiera al sentenciado, tan afilado su acero, capaz de atravesar el cuello de su ofrenda, donde cayera la hoja se volvía el corte letal que separaba a Lucy entre lo que fue y lo que era. ¿Cómo una verdad podía ser tan hiriente, tan atroz, para abrir el corazón en dos y condenar a alguien al exilio de su propio ser? la pregunta perseguía a Katty por las noches, que recordaba su papel de verdugo y le quitaba en ignorancia la sonrisa de su hija, su más preciado tesoro, a quien amaba por sobre todas las cosas. ¿Cuán glorioso es el silencio que esconde como un manto engañoso, los secretos hechos dagas apuntadas a la felicidad que protege? ¿Cómo manos invisibles que encapsulan las tinieblas capaces de devorar la virtud misma del sol y su obsequio? ¿Y de aquella niña feliz de lo desconocido, llena de colores y música, de pronto lanzada al estanque helado donde su dulzura se diluye para emerger como un ente ausente de emociones? ¿Qué abre entonces los ojos al espacio reconociéndolo tal cual, contemplándolo con desdén como una esponja embebida dementitas y decepciones? ¿No era acaso su culpa por abrir el cerrojo donde los demonios del pasado eran confinados al silencio, de dejarles salir sabiendo lo que ocasionarían? ¿Quitar la esperanza al dejar solo ruinas, empujando hacia un lugar donde encontremos todo aquello que nos hace dueños de un lugar ficticio donde crear la realidad a la que pertenecemos?

La invitación a la fiesta se hizo paras la pobre madre una oportunidad de redención, una esperanza, un umbral luminoso por el que Lucy se abriría paso a cuanto negaba, sin ver el prado florido que se extendía ilimitado más allá de las ruinas que evadía con su encierro. Estalló de júbilo, de ánimo, como si viera a su pequeña dar el primer paso. Aún así, fue dura su empresa por vencer la voluntad acerada de Lucy, empecinada en negarse a respetar el compromiso de darse con Darion, a las ocho de la noche cuando pasara por ella. El corazón de la chica para con su madre estaba plagado de resentimiento, pero de todas formas era la única con quien podía mantener un trato que superara con amor las distancias. Le insistió tanto hasta vencer por cansancio su rebeldía, terminando Lucy por aceptar a di de sacarse de encima a su madre y sus afanosos alegatos. Fue para complacerla, aunque no creciera su entusiasmo, pero la alegría que Katty experimentara al torcer su necia resistencia, la sonrisa que naciera en su rostro consumido, le sintió en cierta ternura para con su afán de empujarla en busca de la felicidad. Abrazó a la pobre mujer y prometió darse la oportunidad que por ella tanto deseaba. Nada tenía que perder y se conformó con la idea de un cambio tal vez interesante.

Casi dando el horario pactado, estaba Lucy ya lista para la inusual ocasión. Se había ataviado de una forma fiel a su propia piel, en la comodidad de su esencia exteriorizada y resultando en una estampa pervertida a la moda que hacía de todas las jóvenes espejos de un capricho generalizado. Gastaba ajustados pantalones de cuero negro tachonado en la cintura, botas también oscuras acordonadas sobre las piernas, una blusa sin escote ni mangas y una chaqueta de Jean azul rematando su sobrio aspecto. Un delineado en negro contra los ojos hizo su único maquillaje y agrupando su cabello en una coleta completó su preparación para la fiesta. Un vistazo al espejo para comprobar que lucía como quería, satisfecha de lograr una apariencia peligrosa y amenazante. Dejó sutiles mechones caer sobre su rostro, como delicados hilos de oro contra su tez blanquecina y tensa, tras las gafas sus ojos se volvían profundos y llenos de misterios.




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