Las malas referencias con las que Peter había salido de Lundon Wellington no le impidieron dar con un buen puesto en una corporación de similares proporciones. Sus ascensos anteriores valieron favores que tuvo por bien cobrar y llegar con rapidez a las cúpulas donde se congregaban los suelos fértiles a sus ambiciones siempre fuera de todo marco razonable. Su desfachatez, también había mudado al nuevo cubil la fama que donde fuera hacía su más visible e inmediata impronta entre los propios allí, algunos por años cumpliendo en sus puestos, se volvían escalones que no dudaba en gastar para trepar a lo más alto. Un detestable ser, por propia mano condenado al desprestigio, conciente sin importarle los rótulos más descarados con que era marcado en una mezcla inestable de burla y odio. Pero fortalecía su ego enfermizo ser tenido por tales consideraciones, adoptándolas como berrinches de envidia a su predominancia allí donde pisara y de ello nutría su dignidad y derecho para imponer los caprichos de su naturaleza ruin y manipuladora.
Como representante de la prestigiosa firma a la que favorecía con sus inteligentes ardides, más le valía tal cargo como la pantalla idílica para excusar las constantes ausencias de sus picardías desleales que hacían la debilidad de su carácter depredador ahora descubierto, voluble a las pasiones primitivas, cuántos crímenes cargaban sus placeres y lo hacían culpable sin dejar por evidencia la más pequeña huella era algo que solo él sabía. Solo eran rumores, su manía por comer del plato ajeno en medio de las distracciones, pero ya no le pertenecía el secreto y tantas sospechas confirmadas en las manos de una ejecutora implacable, bastaba solo una falla para ser condenado. Cuando regresó de la empresa ese sábado al mediodía, se encontró con que su propio servicio estaba fieramente enajenado y al ver a Lucy ayudando a su madre a preparar el almuerzo, se sintió helado de pavor ante la mirada afilada de la chica, la única que vislumbraba su vileza detrás de tantas excusas legales. Se recompuso con actuada indiferencia, aunque la fría sensación en sus piernas no le hubo de abandonar.
–Mi amor, ya volví –anunció con cordial cariño; para Lucy le sentó con un cinismo exasperante que se obligó a tragar.
–Bienvenido. ¿Qué tal el trabajo? –le responde Katty con ingenuidad.
–Horrible como siempre –se queja desajustándose la corbata –. Muero de hambre ¿Qué preparas?
–Milanesas. Tuve una mañana difícil y sin tiempo para preparar algo más.
–Todo lo que cocinas sabe a gloria.
Se le acercó por detrás, le besa en la mejilla, se tentó de obrar a costumbre y darle una palmada sobre sus glúteos, mas se contuvo por temor respetuoso y teniendo a Lucy tan cerca, blandiendo un cuchillo sin piedad contra la ensalada que ayudaba a cortar, podría también mediar castigo a un descaro por el que siempre había reprochado. No había apartado de las hortalizas su mirada, su respiración firme e inalterable la serenidad de su seño, sabía Peter que en realidad lo vigilaba sin tregua, atenta a cada uno de sus movimientos y no quiso provocar la escasa cordura por la que desde niña siempre la había tenido por considerada. Una desquiciada, una desequilibrada cuyo desliz irrespetuoso podía cortar los pocos estribos donde se asía el propio control de su inestable carácter, bien lo recordaba en su cuerpo todavía maltrecho, o psicosomática experiencia, el miedo era el mismo. Se desentendió de ella, como una infantil negación de lo inexistente, siempre había sido la piedra en su zapato; nunca la había amado, brote indeseable que surge de una rama torcida e incorregible, la veía como un espejo de su padre de quien resentía siendo dueño de los mismos aspectos que a su hija le había heredado. Pero ahora era una joven vigorosa, fuerte y hacía él odio por sangre, ya no era capaz de someterla y por su salud debía agachar la cabeza y callarse.
Pero Lucy no reaccionó en forma ni palabra, solo preocupada por hacer bien su labor, mas por dentro disfrutaba de su atemorizante influencia, como rodeada de espinas invisibles a las que el instinto primitivo de preservación, inconciente respeto al fuego, hacía retroceder repelido. Indomable, temida, pero no dejó que su aparente serenidad se inmute; mas solo con ello fortaleciendo su aura amenazante continuó trabajando la ensalada cuan si nada pasara, muda en su empeño mientras su madre conversaba animosamente en las riendas del pedante y presuntuoso de Peter, sin cesar vanagloriando los complicados movimientos en la empresa. Puras mentiras que Katty admiraba inocentemente, crédula pero no asó Lucy, tras sus labios rebotando la burla y el desprecio por cuantas sandeces decía. Pronto se le acabaría la soberbia.
Se mostró la chica ida durante el almuerzo, ensimismada, y en cierta forma acongojada de compartir de nuevo aquella mesa. Sentía como la mirada de Peter caía de tanto en tanto sobre ella y hasta como se arqueaban sus labios ante la timidez que se esforzaba por demostrar, sumisa como un cachorro a su dueño suplicando por su travesura y esperando el castigo con sus orejas caídas de culpa; en el tono de su voz percató la satisfacción de verla rendida y lista para dejarse poner el bozal, creció su arrogancia y se permitió tantear su dominio soltando sutiles insinuaciones, atrás fue quedando su cautela al no ser respondidas sus afrentas y su saña empezó a hacerse más evidente en crudas comparaciones sin nombre. Pero no se apartó de su plato, con pacientes modales procedió hasta quedar satisfecha. Limpió su boca con cortesana finura, mas era una navaja dándole filo, y se quedó sentada muy erguida, dada a la espera que el día permitía. Eran ya las 1:30 de la tarde; sabía que Darion no dejaría pasar ni un minuto para acudir al convenio. Su ataque debía ser preciso, cuidado y letal. Su arma estaba lista, mas su madre estorbaba demorando el duelo. Cuando Katty se levantó de la mesa y se dispuso a limpiar los restos, aprovechó para sacarla del fuego cruzado y ponerla a salvo sin que sospechara de qué la estaba amablemente quitando del medio y de su notable cansancio haciendo el medio, la excusa.
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Editado: 06.08.2019