Owo

Capítulo 3 : Enredos y confesiones

(Jueves 23:07).

El Instituto nunca dormía aunque la noche hubiera caído hace horas, en sus aulas, pasillos y patios seguían moviéndose ecos de voces, pasos apresurados y susurros apenas contenidos. Las emociones se desplazaban como corrientes impredecibles, mezclando esperanza, miedo, celos y secretos en una atmósfera que parecía siempre al borde de estallar.

Para Antonio, aquel nuevo día arrancaba con un torbellino de sensaciones encontradas que lo sacudían por dentro. Por un lado, la emoción de estar allí, rodeado de talento y oportunidades; por otro, la inseguridad que aún lo acompañaba como una sombra silenciosa.

(Viernes 18:11).

En el aula de teatro, mientras repasaban una escena de la obra que pronto presentarían, Rosa irradiaba una luz que parecía calmar el caos a su alrededor. Su sonrisa era sincera, cálida, y cada gesto suyo mostraba una dedicación que no pasaba desapercibida. Para Antonio, ella era un faro en medio de aquella tormenta de egos y rivalidades.

Durante el ensayo, sus miradas se cruzaron varias veces. Al principio, con timidez, casi sin atreverse a sostener la intensidad del otro. Pero a medida que avanzaba la escena, la conexión entre ambos parecía crecer.

En un momento, tras terminar un diálogo cargado de emoción, Antonio se quedó un instante más en el escenario, casi sin querer bajar. Rosa, al notar su vacilación, se acercó con una sonrisa suave.

—¿Estás bien? —preguntó, inclinando un poco la cabeza.

Antonio respiró hondo y respondió con una sonrisa tímida.

—Sí… solo que... esto es nuevo para mí. Y, bueno, siento que tengo que demostrar mucho más de lo que realmente sé.

Ella le dio un toque en el brazo, como para tranquilizarlo.

—No tenés que demostrar nada. Solo ser vos mismo. Eso es lo que vale.

Antonio sintió que el nudo en su pecho se aflojaba un poco.

—¿Y si me equivoco? —se animó a preguntar, con la voz apenas audible.

Rosa lo miró directamente a los ojos, con esa sinceridad que solo los buenos amigos saben mostrar.

—Entonces nos equivocamos juntos, y aprendemos. No estás solo en esto.

Antonio sonrió, por primera vez con verdadera confianza.

—Gracias, Rosa. De verdad.

Ella le devolvió la sonrisa, y en ese instante, entre el ruido lejano del instituto y la luz que entraba por las ventanas, ambos supieron que esa amistad tenía la posibilidad de ser algo más.

Pero no todo era sencillo en el instituto.

Alexander, el carismático y a veces enigmático actor de 25 años, siempre había sido un personaje que imponía presencia. Su seguridad en el escenario y su forma de hablar con facilidad y encanto lo hacían parecer casi imperturbable. Sin embargo, en los últimos días, algo había cambiado.

Durante los ensayos, sus silencios se alargaban más de lo habitual. Ya no era el primero en llegar ni el último en irse, y cuando hablaba, su voz a veces temblaba, como si llevara una carga invisible que le costaba expresar.

Antonio lo notó una tarde mientras ambos repasaban líneas en un pasillo casi vacío.

—¿Alexander? —dijo Antonio, con cautela, intentando romper la distancia que parecía crecer entre ellos—. ¿Estás bien? Te veo un poco… distraído.

Alexander levantó la mirada, pero no pudo sostenerla mucho tiempo.

—No es nada —respondió, forzando una sonrisa débil—. Solo… estoy cansado, nada más.

Antonio frunció el ceño, pero no quiso presionar. Había algo en esa respuesta que le decía que había más detrás de ese “nada más”. Sin embargo, un miedo sutil le susurraba que tal vez no debía acercarse demasiado. Había un límite invisible, una barrera que Alexander parecía querer mantener.

—Si necesitás hablar, sabés que estoy acá —insistió Antonio, con sinceridad.

Alexander asintió, pero su mirada se perdió de nuevo en la distancia.

—Gracias —murmuró—. Es solo que… hay cosas que ni siquiera yo sé cómo decir.

Antonio se quedó en silencio, sintiendo una mezcla de empatía y desconcierto. No sabía si debía dar un paso adelante o retroceder para respetar ese espacio frágil que Alexander protegía con tanto esfuerzo.

Mientras se alejaban, Antonio pensó para sí mismo que, a veces, las personas más fuertes también pueden ser las más vulnerables. Y que, quizás, esa vulnerabilidad era la puerta para conocer a Alexander de verdad.

Mientras tanto, en una esquina del instituto, Camila se encontraba rodeada por un pequeño grupo de estudiantes que susurraban con voz baja pero urgente. Aunque intentaba concentrarse en los apuntes que tenía en la mano, no podía evitar escuchar fragmentos que llegaban a sus oídos con una mezcla de curiosidad y alarma.

—¿Viste lo que pasó con Daniel? —decía una voz femenina, cargada de misterio—. Dicen que se lo vio salir con otra chica la semana pasada.

—No puede ser —respondió otro, incrédulo—. ¿Cómo haría eso si está con Camila?

—Bueno, no sé qué creer, pero algo raro hay —susurró alguien más—. Y hay más… que dicen que anda diciendo cosas que no debería.




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