La suspensión de los ensayos había caído sobre el Instituto como una tormenta que nadie vio venir. El ambiente, antes vibrante y caótico por el arte en ebullición, se había convertido en un espacio de susurros cargados, miradas fugaces llenas de juicio, y una tensión que se sentía en el aire, como si algo pudiera explotar en cualquier momento.
Los pasillos ya no estaban llenos de risas ni de música improvisada.
Ahora eran corredores de incertidumbre, donde cada estudiante caminaba con cautela, como si fuera culpable de algo. Los rumores se expandían como fuego en papel, y todos querían saber quién había filmado el video… pero nadie se atrevía a hablar abiertamente.
En la sala de dirección, Toro se sentó con las piernas abiertas, los brazos cruzados y una sonrisa de soberbia mal contenida. Frente a él, el director Fernández, junto a las profesoras Mariana y López, mantenían una postura firme.
—Toro, sabés muy bien de qué video hablamos —dijo la profesora Mariana, conteniendo su tono para no estallar—. No es el acto en sí lo que nos preocupa, sino el contexto. El respeto. Las reglas que vos mismo aceptaste al entrar.
Toro bufó, reclinándose en la silla.
—No sé de qué video hablan —dijo, mirándolos a los tres como si fueran parte de un circo patético—. Eso es una trampa, una maniobra para arruinar mi nombre.
Seguro alguien tiene miedo de que yo siga brillando y quiera sacarme del juego.
—¿Una trampa? —intervino el director, arqueando una ceja—. ¿Eso es lo mejor que podés ofrecer como defensa?
—No tengo por qué defenderme de algo que no hice. O que, si hice, no tiene nada de malo —dijo Toro, y su sonrisa se tornó desafiante—. ¿Ahora besar a alguien en este instituto es pecado capital?
La profesora López golpeó suavemente la mesa con la palma abierta.
—No se trata del beso, Toro. Se trata de los códigos, del respeto hacia tus compañeros, hacia el trabajo colectivo. Se trata de hacerlo en un lugar que debía estar cerrado. Y de hacerlo con alguien que tenía una relación con otro estudiante.
Por un instante, la sonrisa de Toro vaciló. Pero no lo suficiente como para quebrarlo.
—No es mi culpa si otros no saben cuidar lo que tienen —dijo, frío—. Y mucho menos si no pueden soportar que les gane en todos los aspectos.
El director se puso de pie, lentamente.
—Estás suspendido por tiempo indefinido —dijo, con la voz grave y clara—. Hasta que sepamos exactamente cómo se grabó ese video y por qué.
Y Toro… este no es un show. No estás en una obra. Esto es la vida real.
Y en la vida real, tus acciones tienen consecuencias.
Toro se levantó, recogió su mochila y los miró con desprecio.
—Entonces van a tener que acostumbrarse a ver cómo me levanto, otra vez, más alto que todos.
Salió del despacho sin mirar atrás.
Y mientras los profesores intercambiaban miradas de preocupación, el instituto entero se preparaba para una nueva ola de conflictos, traiciones y verdades incómodas.
Mientras tanto, en el patio techado del Instituto, donde algunos estudiantes se reunían entre clases para tomar aire o repasar sus textos, Gonzalo se convertía en el centro de atención. Como siempre, se colocaba en el lugar perfecto para ser visto y oído, rodeado por un grupo de compañeros que lo escuchaban más por miedo que por admiración genuina.
Con su sonrisa torcida y el tono de voz entre burlón y encantador, hablaba fuerte, sin preocuparse por quién pudiera escucharlo.
—Pobre Rama… —dijo, recostado contra la baranda, mientras jugaba con una lapicera—. Siempre creyendo que con buena onda y corazón se llega lejos en este lugar.
Los demás rieron con complicidad. Algunos con ganas, otros incómodos, pero nadie lo interrumpió.
—¿Lo viste ayer? —continuó—. Parado ahí, en el escenario, como si el mundo se le viniera abajo. ¿Todo por qué? Por un beso. ¿O por una chica? ¿O por no saber bancarse el juego?
Una de las chicas del grupo, Paula, arriesgó:
—Pero che, Gonzalo… lo que pasó fue medio fuerte, ¿no? No da que lo humilles así.
Gonzalo la miró, aún sonriendo, pero con la mirada afilada.
—No lo humillo, Paula. Le hago un favor.
—¿Un favor?
—Claro. Que entienda que acá no alcanza con ser sensible o buen tipo. Acá sobrevive el que se mueve con estrategia. El que no se enamora de las personas equivocadas, ni cree que el arte es solo pasión.
Esto es una selva, y él todavía piensa que está en una obra de Disney.
Se escucharon algunas risas forzadas, pero Rama, que justo pasaba por detrás del grupo sin que lo notaran, se detuvo de golpe. Escuchó todo.
Tragó saliva y respiró hondo, sus ojos brillando de rabia contenida.
Dio un paso al frente, dejando que su sombra se proyectara sobre Gonzalo.
—¿Tenés algo más que decir, Gonzalo? —preguntó, con voz baja pero firme.
El grupo se dispersó un poco, incómodos por la tensión repentina.
Gonzalo se encogió de hombros, con esa misma sonrisa de siempre.