Emely se bajó del autobús en la parada que indicaba el mapa en internet, para llegar a la Clínica Cuidados Médicos Integrales, lugar donde según la agenda de la clínica debía estar Mirko para atender consultas, no se atrevió a llamar para hacer una cita, durante el trayecto de camino allí, pensó que quizás debió hacerlo, sería más fácil que explicar su presencia allí.
«¿Y si me cobran?, mejor así».
Lo que fue una decisión fácil para Emely fue elegir con cuál de los dos hombres hablar primero, fue una elección sencilla: Mirko, pues era más llano y cercano a ella de lo que fue Augusto. Mirko era entonces un médico de éxito, pero de origen humilde; siempre fue un hombre accesible y por su profesión, además era servicial y atento, nunca tuvo una discusión importante con él, no era agresivo y era bastante comprensivo.
Augusto Melet era diferente, además de pertenecer a una familia adinerada y poderosa, fue siempre de un carácter reservado y delicado, no conoció nunca siquiera el lado más pobre de la ciudad, llama zona humilde a los apartamentos del edificio donde vivía Emely, y solo estaba al otro lado del campus en una zona relativamente popular, a ella siempre le pareció que él estaba bastante desconectado de su entorno, los políticos eran su padre y su suegro, él se dedicaba a lo privado, así que Emely estuvo segura de que no debía haber cambiado mucho.
Al pensar en el encuentro con Augusto sentía un vacío en el estómago y ganas de vomitar, estuvo segura de que necesitaría ser honesta con él y confesarle su diagnóstico, mientras que esperaba no tener que decirle aun a Mirko, esperaba que él comprendiera sin necesidad de hablar de una vez de su enfermedad. No pretendía ocultarlo, no podía, pero esperaba hacerse a la idea y digerirlo mejor antes de hablarlo con alguien más.
Subió hasta el segundo piso de la clínica donde tenía uno de sus consultorios Mirko, el lugar estaba lleno de mujeres embarazadas, mujeres bien vestidas, fue obvio para Emely que eran de una clase social privilegiada.
Se acercó a la recepción apretando el bolso contra su cuerpo. La recepción la atendía una mujer rubia alta y corpulenta de unos cincuenta años, llevaba lentes de pasta en color rojo muy llamativos.
—Buenos días, vengo a ver al doctor Argos.
La mujer alzó la vista con desgano y la miró de arriba abajo, Emely se incomodó pues era notorio que no vestía de forma tan sofisticada como las demás mujeres.
—Buenos días, señorita, el doctor atiende previa cita y no a pacientes nuevas, si quiere verse con él debe anotarse en una lista de espera y le diremos cuando el doctor podrá verla, hay cupo para —dijo y revisó la pantalla de la computadora, hacia una mueca con la lengua dentro de su boca mientras repasaba la hoja en la pantalla —, sí, dentro de cuatro meses. Así que puede planear embarazarse para ese entonces.
—Entiendo, verá, es personal.
La mujer ladeó la cabeza y le dejó ver una mueca por sonrisa, la miró interesada mientras se ajustaba los lentes, Emely se concentró en las largas y coloridas uñas de la mujer.
—¿Cómo personal? El doctor está buscando niñera, ¿es eso?
Emely suspiró y negó ligeramente.
—No, soy una vieja amiga.
La mujer sonrió y alzó las cejas moviendo la cara con picardía.
—¿Amiga? Ujum, miren al doctor pues —dijo y la examinó de arriba abajo para finalmente dedicarle una sonrisa amable —dígame su nombre y déjeme su número, me encargaré de que la llame.
Emely en el fondo se sintió aliviada de no tener que enfrentarlo aún, pidió papel y lápiz para anotar su nombre y número.
—¿Llega muy tarde el doctor?
—No, ya está ahí, pero le gusta hacerse el divo y sale por la otra puerta y entra por esa fingiendo que acaba de llegar —dijo y se echó a reír, Emely sonrió, parecía algo que haría él.
—¿Y eso por qué?
—Ahí ahora atiende pacientes a los que no les cobra. Imagínate que se enteren estas estiradas —dijo en tono cómplice.
Emely afirmó entregándole el papel, se le quedó mirando a la mujer.
—¿Podría dárselo ahora?
La mujer suspiró de forma pesada y negó.
—No puedo, él si es estricto con eso.
Se oyó un ruido en el pasillo y las mujeres sentadas en la sala de espera murmuraron.
—Buenos días, pacientes hermosas, ¿cómo están? —dijo Mirko.
—Doctor, buenos días —dijo una.
—¡Qué bello, doctor! —respondió otra.
Emely se quedó paralizada mirando a la mujer que sonreía en dirección de donde venía Mirko, dejó de respirar por unos segundos y su corazón se aceleró, se quedó de espaldas a donde él venía y de frente a la mujer, en un segundo sintió sus pasos y el olor de un perfume agradable, se detuvo junto a ella y besó en la mejilla a la mujer de la recepción.
—¿Cómo estás, mamacita?
—Bien, mi chulo. Qué bueno que decidiste aparecer, esta joven te busca —dijo señalando a Emely, él se giró a verla.
—¿Ah sí? —preguntó, Emely juntó el valor de volver la cara hacia él que se quedó congelado viéndola a los ojos sin pestañear, lo vio pasar saliva y quedarse callado con una Tablet en la mano que pretendía examinar.
#5263 en Novela romántica
#1070 en Novela contemporánea
madre soltera dolor tristeza amor, madre soltera mentiras piadosas, padres por sorpresa
Editado: 09.07.2023