Padres inesperados

Capítulo 4

Miriam, la recepcionista de la clínica la llamó a su teléfono indicándole que ya Mirko había despedido a la última paciente; Mirko le mandó a preparar comida y bebida en el cafetín, allí esperaba incapaz de tomar un bocado de aquello, tomó nerviosa entre sus manos el teléfono, tomó aire y se levantó de prisa y caminó con paso pausado hasta los ascensores.

Notó qué temblaba, sus manos estaban incontrolables y agradeció no haber bebido aquel café pues sin haberlo bebido se sentía ya sobresaltada con el corazón latiendo a toda velocidad.

Tomó varias respiraciones y trató de calmarse, sonrió a la gente que se cruzó en el ascensor con la esperanza de conseguir tranquilizarse, pensó también que Mirko seguía siendo ese hombre alegre y divertido que conoció y que su hija se enamoraría perdidamente de un padre como él. Fue consciente de que esa era otra conversación difícil por la que debía pasar: explicárselo a sus hijos.

Cubrió su boca y cerró los ojos, se dio ánimos y caminó lo más serena que pudo hasta el consultorio de Mirko.

Miriam le sonrió al verla y le señaló la puerta.

—Pasa, pasa, te espera ya.

Ella afirmó sonriente y tocó antes de abrir, Mirko archivaba documentos y examinaba con expresión severa su Tablet, sonrió al verla.

—Cierra la puerta, y disculpa que te reciba aquí, te prometo que te llevaré a comer, pero es que me voy a una convención la semana que viene y debo hacer unas cosas antes para la universidad.

Dejó todo y se reclinó en la silla mirándola sonriente.

—Cuéntame, ¿Cómo está Damián? No se debe acordar de mí, ¿Estás casada? ¿Soltera? ¿Qué fue de tu vida? ¿Por qué me abandonaste sin decir nada? ¿Me has extrañado?

—No me he casado.

Él sonrió de medio lado con picardía y alzó el mentón.

—Yo también estoy soltero. Tengo un hijo, de tres años, Mariano, pero somos solo él y yo.

—¿Ah sí? ¿Y su madre?

—Murió en un accidente a los meses de dar a luz —dijo cabizbajo.

—¡Oh! Lo siento mucho, Mirko.

—No éramos pareja ni nada, pero era la madre de mi hijo.

—Mirko, debo decirte algo muy importante, antes que nada quiero pedirte disculpas porque sí, me fui, huí como una loca, era muy joven y no sabía enfrentar las situaciones, quizás aún hoy no lo sepa, pero sé que entonces me paralizaba y tomaba las peores decisiones como dejar la universidad cuando tuve a Damián.

 Él rodó los ojos y sonrió.

—Todavía te atormentas por eso ¿Qué haces para vivir?

—Soy gerente de una tienda de ropa, sencilla, nada importante.

—Estás igual, más pálida, puedo recetarte vitaminas ¿No estás preñada, o si? ¿Por eso me buscaste? Sé que es difícil conseguir una cita conmigo, tengo mucha demanda, a ti te atendería sin lista de espera, por los viejos tiempos.

Ella negó y suspiró de forma tan pesada que él dejó de sonreír y la miró atento.

—¿Qué pasa?

Emely bajó la cabeza y contuvo las ganas de llorar, aspiró aire y lo exhaló mirando hacia el techo, se dijo que al menos le debía el mirarlo a los ojos, así que lo hizo.

—Yo me fui porque, cuando me fui, Mirko cuando me fui estaba embarazada de ti —dijo y afirmó, sorbo por la nariz y contuvo el aliento, él la miro estático sin expresión en su rostro, ni siquiera pestañeaba.

Alzó una ceja y se quedó con la mirada perdida, cerró los ojos y se llevó los dedos a los parpados y se los restregó, lo oyó suspirar varias veces.

—Lo siento.

Él alzó una mano para detenerla. Se descubrió el rostro que estaba desprovisto de la alegría y buen humor con el que lo vio desde que llegó, pasó saliva y se quedó expectante.

—¿Estabas embarazada? Así que me hiciste lo mismo que le hiciste al padre de Damián, te fuiste y ya.

—Sí.

—¿Terminaste el embarazo? —preguntó serio sin mirarla, tenía la mirada perdida.

—Se llama Alicia y tiene cinco años, comenzó el colegio el año pasado, le encanta el ballet, aunque no puedo pagárselo, pero ama ver los videos…

—Basta —dijo negando. Se echó a llorar sobre el escritorio con la cara cubierta por sus brazos.

Su corazón ya no latía desbocado, su respiración se normalizó y sentía un peso menos en su conciencia, suspiró aliviada, había dicho la verdad al menos.

Mirko se recompuso y caminó por el consultorio con las manos en la cabeza. Daba vueltas en círculo sin decir nada hasta que se volvió a sentar en su silla, la miró a los ojos mientras se limpiaba las lágrimas.

—Está bien, tengo una hija, se llama Alicia y tiene cinco años, ¿Y por qué tú te sentiste con el derecho de hacerme eso? De quitarme los primeros años de vida de mi hija, de hacer que me perdiera desde su nacimiento hasta la primera vez que habló, de abrazarla y protegerla, de disfrutarla ¿Qué está mal contigo, Emely? Se lo hiciste al padre de Damián y mí también. ¿Al menos está sana? —preguntó entre gritos.




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