Padres inesperados

Capítulo 8

Augusto Melet dejó de menear la cabeza, un gesto con el que negaba, y la miró a los ojos mientras alzaba el mentón. Desvió la mirada por unos segundos hacia el suelo y regresó la vista a ella sin uno solo de sus gestos alterados.

—¿Eres madre? ¿Y dices que soy el padre de un hijo tuyo? ¿Y piensas que te voy a creer porque sí? Apareces un día coqueteándome por mensajería directa y sí, debo creer que soy el padre de tus hijos —espetó.

—Sí, no el padre de mis dos hijos, obviamente, pero sí del mayor, es fácil de comprobar, tiene siete años y una prueba de ADN lo demostraría, y sí lo vieras, es idéntico a ti.

Augusto bufó y sonrió con cinismo.

—Esto me ha pasado muchas veces, y sí, mis abogados se encargan, no será diferente esta vez. No quiero amenazarte, pero no puedes andar diciendo por ahí que soy el padre de tu hijo, haré que lo pagues; no sabes lo que está en juego y no puedes hacer una declaración de esas a la ligera.

Ella suspiró y bajó los hombros en señal de derrota, se sentía frustrada también.

—En todos estos años no he dicho nada, Augusto; no saldré mañana en la prensa diciendo nada, por eso te he buscado, no para que me pagues una cena cara y trates de seducirme.

Él rio y negó con la cabeza.

—¿Yo? Por Dios, te confundes muy rápido, no me liaría contigo, eres la mujer más insignificante con la que he estado, de hecho había olvidado que había estado contigo y me pregunto: ¿cómo pude?

Emely ladeó la cabeza y sonrió, no podía creer el descaro y cinismo de Augusto Melet, era peor de lo que lo recordaba y con los años definitivamente no se había vuelto mejor persona.

No había forma de que sus palabras la ofendieran, antes que nada era madre y el bienestar de sus hijos era lo único que le importaba y lo único por lo que estaba dispuesta a hacer lo que fuera.

—No voy a jugar el papel de pobre de mí contigo, quiero que le hagas la prueba al niño, quiero ir ante un juez y demostrar que es tuyo y pedirte la pensión que le toca por ser tu hijo, no quiero nada más, quiero que pagues sus estudios hasta que tenga dieciocho años… —dijo y contuvo las ganas de llorar ya que mientras decía esas palabras temió que de verdad ella no pudiera estar entonces con Damián, estaría solo.

Cerró los ojos y negó, su esfuerzo fue en vano y derramó algunas lágrimas que limpio con orgullo.

Augusto se levantó de la silla y se detuvo muy cerca de ella mirándola hacia abajo.

—Podías haber conseguido igual mucho conmigo, podría haberte ayudado, pero decides lanzarme esta mentira a la cara y no sé qué pretendes, quizás algún adversario político de mi padre te contactó, ¿fue eso?

Negó.

—No, pero los buscaré si hace falta, haré un escándalo en la prensa, con tu esposa, en los canales de televisión, donde tenga que hacerlo, Augusto, tú vas a tener que reconocer a Damián y mantenerlo.

Lo vio pasar saliva, se mostró tenso sin quitarle la vista de encima.

—Qué descarada eres, no te recordaba así. Espero que tengas como responder a las demandas que interpondré.

—¿Estás muy seguro de que ese niño no es tuyo?

—Estoy totalmente seguro. Te fuiste un día y ya.

—Porque descubrí que estaba embarazada y supe también que te ibas a casar con América, ese mismo año, ya tenían todo planeado. Yo era la otra y no lo sabía, por eso me fui, creí que era lo mejor dadas mis circunstancias.

—Sí, es cierto, no te hagas la inocente, todo el mundo sabía que me casaría con América.

—Pues sí fui inocente.

—Que conveniente tu historia, Emely, muy conveniente, pero falsa y no tenías que llegar esto para conseguir dinero, pude haberte ayudado de otra forma, ahora solo consigues que te desprecie y te hunda, porque tengo que demandarte y contenerte, no puede estallar un escándalo ahora.

—Claro, piensas en las carreras políticas de tu padre y de tu suegro y ¿Mi hijo?

—Pues es tuyo, mantenlo, busca al vago que te embarazó, no vengas a mí porque sabes que tengo posibilidades. No quieras destruir a dos familias así, tres familias, la de mi padre y mi madre, la de mi suegro y la mía.

—Creí que no tenías nada con tu mujer, eso llevas diciéndome toda la noche.

Él sonrió de medio lado y se dio la vuelta.

—No es tu problema, Emely. No es tu problema. Mi chofer te llevará a tu casa.

—No puedo dejar las cosas así, Augusto. No puedo —dijo y lloró de forma quieta.

Él se volvió y la miro con expresión seria, pero no iracundo o decepcionado. Eso vio en el rostro de Mirko: rabia, decepción, dolor; en el rostro de Augusto no había nada, no creía en sus palabras, para él ella mentía y estaba convencido de ello.

—Vete a tu casa, no te funcionó, agradece que soy un hombre bueno y de buen carácter y no reacciono mal ante la locura que me has venido a decir. Te estaré vigilando, debes entender que tengo que contenerte.

—¿Qué te cuesta hacerte una prueba de ADN? —preguntó en tono de súplica, Augusto llamó al mesonero y le señaló la comida.




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