Mirko caminaba de un lado al otro dentro de la oficina de la abogada, una mujer de unos cuarenta años que vestía de negro y gris la mayoría del tiempo, lo que no opacaba sus facciones suaves. Ella sonrió y lo invitó a sentarse, él le hizo caso, pero no dejó de frotar su cuello.
—¿Listo?
Negó y se echó a reír.
—Sí y no, estoy demasiado emocionado, creo que haré el ridículo. La niña es hermosa, hermosa. No le encuentro parecido a mí, pero debe ser mía —dijo con los ojos vidriosos.
La abogada abrió el sobre del laboratorio y lo leyó fingiendo una expresión de indiferencia, finalmente hizo una mueca que simulaba una media sonrisa y afirmó.
—La niña es tu hija —dijo sonriendo.
Mirko gritó y alzó las manos en señal de victoria y aplaudió luego en dirección de la abogada.
—Marieta, es mi hija, tengo una hija.
—Sí, ¿Ya estás listo para conocerla?
—Sí, sí, claro que sí. Quisiera no tener que ver a la madre, si me pudieras librar de eso.
—Mirko, estamos dando los primeros pasos, no puedes exigir tanto como que ella no esté presente o que no sea en su casa la visita. Para la niña debe ser bueno también conocerte en su ambiente natural.
—Claro, se llama Alicia, Alicia, me gusta su nombre. Ya quiero que conozca a Mariano.
—Poco a poco.
—No voy a poder perdonarle que no me dijera esto antes, no tiene perdón, fue cruel y egoísta.
—Sus razones tendría.
Mirko negó pensativo, hubiese deseado cargarla entre sus brazos y oírla decir sus primeras palabras, le habría encantado incluso ayudar a elegirle el nombre y haberse podido emocionar con la idea de ser padre, sentir esa mezcla de miedo y emoción que sintió con Mariano.
Creía genuinamente que era estéril, por meses salió con una chica y ninguno se cuidaba, ella nunca salió embarazada mientras estuvo con él, cuando terminaron, ella salió embarazada al poco tiempo, él dudo de que el bebé fuera suyo y la confrontó, ella le aseguró que no, así que esperó pacientemente hasta que ella dio a luz, en efecto él no era el padre y quedó con la idea de que quizás era estéril.
Se sometió a exámenes que por un tiempo lo confirmó, hasta que un día enfermó con dolores en sus partes que lo hacían gritar y cuando acudió a consulta descubrió la razón de sus males y tras una operación al poco tiempo nació Mariano.
Laura, la madre de Mariano habría sido la mujer perfecta para él, pero el destino no lo quiso así; minimizó la importancia de esa mujer ante Emely porque no el apetecía hablar de ella o revivir su dolor.
A Laura la conoció como a Emely en la clínica, el padre de Laura se cayó en el baño y fue ella quien lo llevó a emergencias, Mirko fue quien lo atendió y cuando salió a hablar con la hija del afortunado accidentado que solo había terminado con algunos moretones, se quedó congelado ante sus ojos color avellana y sus cabellos de color castaño claro, la recordaba siempre como callada y sencilla, de mirada vivaz y facciones armoniosas que le otorgaban un rostro hermoso que combinaba con su dulce personalidad.
Él no dejó pasar la oportunidad y le coqueteó enseguida, ella reía divertida.
—Otro te diría ¿Cómo no vas a tener novio?. Yo te digo, ¡Qué bueno que no lo tengas! Quiero aspirar a ese puesto —le dijo confiado una semana después, a ella no le era indiferente y reía de todo lo que le decía.
Mirko pensó en ella y sonrió teniendo que admitir para sí mismo que al conocerla le recordó un poco a Emely, aunque Emely era de una mirada más nostálgica y una personalidad más melancólica, Laura era alegre y se la pasaba contando historias fascinantes sobre la vida de las demás personas, él soñó con darle una vida así.
La felicidad que compartieron cuando supieron que ella estaba embarazada lo hizo experimentar una sensación que lo convenció de estar en la cúspide de su vida, no podía ser más feliz, no podía haber algo que lo llenara más y lo elevara aún más a un estado de satisfacción total, y entonces la vida se la arrebató.
No se dejó caer en la depresión por haberla perdido por el pequeño que le dejó, pero el dolor lo quería arrastrar hasta un infierno del que no quería salir, no quería estar en el mundo, le parecía injusto que su hijo no tuviera a su madre y que ella no disfrutara a su hijo. Ni siquiera pensaba en lo mucho que la amó.
Cuando Emely le dio la noticia quiso insultarla aún más, quiso arrastrarla fuera de su consultorio y asegurarle que le quitaría la niña y que se aseguraría de que no lo viera más, pero el rostro de Laura apareció en su mente; en el fondo sabía que Emely no era mala persona y como dijo su abogada, sus razones tendría, no estaba seguro de poder perdonarla, pero si sabía que por los momentos no soportaba ni oírla nombrar.
—¿Vas a ir entonces? —preguntó Marieta.
—Sí, deben estar esperándome —respondió y soltó un suspiro para liberar tensión, salió de la oficina de su abogada con ella a su lado y se subió al auto tratando de manejar las emociones que lo querían controlar: miedo, angustia, emoción, felicidad.
Manejó hacia la casa de Emely con cautela, desde el fatídico accidente de Laura no volvió a cometer imprudencias ante el volante, y era especialmente cuidado con su vida en general por Mariano, así fue como nunca más salió con nadie y se quedó soltero convencido de que lo sería eternamente o hasta que ya cuando Mariano tuviera la mayoría de edad, él se podría conseguir a alguien.
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Editado: 09.07.2023