
Capítulo 1 – Vispera de Navidad en la oficina
La ciudad de Loria parecía envuelta en una burbuja luminosa, bañada por el brillo de las decoraciones navideñas que colgaban de los postes, los árboles y hasta de los balcones más desgastados. Sin embargo, en el piso diez de un edificio corporativo de vidrio y acero, el espíritu festivo apenas lograba colarse entre las sombras del cansancio.
La víspera de Navidad siempre había tenido un brillo especial para el pequeño Lucas, sobre todo porque coincidía con la fecha de su cumpleaños, y esa noche alcanzaría los cinco. Pero ese año el mundo parecía ponerse en su contra. Mientras otros niños decoraban galletas o escribían cartas de último momento a Papá Noel, él estaba sentado en la oficina de su mamá, balanceando las piernas en una silla demasiado alta para él.
Tenía el cabello rizado, rebelde hasta el extremo, con mechones que parecían tener vida propia y que le enmarcaban un rostro despierto, donde los ojos grandes y oscuros brillaban con una mezcla de picardía e inocencia. Vestía un suéter azul con renos bordados que le quedaba un poco grande y que Lucía había tenido que acomodar dos veces para que no se deslizara por un hombro.
Por su parte, Lucía Fernández, a sus veintiocho años, llevaba consigo la suavidad de una mujer que hace malabares entre la maternidad y las exigencias de la vida. Tenía el cabello rubio recogido en un moño improvisado, unos ojos azules expresivos que hablaban incluso cuando callaba, y una figura delgada que se movía con una mezcla de prisa y delicadeza. Aquella noche, sin embargo, sus rasgos estaban marcados por un cansancio que ni el maquillaje ligero lograba esconder.
Su jefe había enviado un informe a último momento y ahora ella debía revisarlo antes de terminar el día, aunque ese “día” ya bordeaba la noche.
—Mi amor, no salgas de la oficina —le pidió, inclinándose para acomodarle el gorrito rojo que insistía en caerse hacia un costado—. En serio, quédate quietito, ¿sí?
Lucas infló las mejillas, intentando parecer obediente.
—Voy a portarme súper bien —prometió—. Como un elfo profesional.
—Eso espero —dijo Lucía, dejando un beso rápido sobre su frente.
—Pero… si aparece Papá Noel antes, ¿puedo ir a avisarte?
—Sí, pero solo si es Papá Noel de verdad —respondió ella, y ambos intercambiaron una sonrisa cómplice.
Lucas asintió… como siempre hacía antes de decidir lo contrario.
Mientras el niño intentaba dibujar un gran árbol de Navidad en una hoja que había encontrado en el escritorio, un llamado urgente llegó desde administración. Lucía revisó la extensión en la pantalla del teléfono y respiró hondo, con esa mezcla de resignación y responsabilidad que ya conocía demasiado bien.
—Mi amor, tengo que salir un momento —anunció, tomando sus papeles con rapidez—. Quédate aquí, ¿sí? Solo un ratito.
—¿Cuánto es “un ratito”? —preguntó Lucas, ladeando la cabeza.
—Lo mismo que tardas en lavarte los dientes, cariño.
—Uy… entonces vas a tardar mucho —murmuró él, haciendo una mueca seria.
Lucía soltó una risa breve, más nerviosa que alegre.
—Prometo volver rápido, hijo.
Lucía dejó su bolso y su paz mental sobre el escritorio, desapareciendo por el pasillo. Apenas lo hizo, el silencio se volvió demasiado grande para Lucas. Un silencio que no combinaba para nada con un niño de casi cinco años que, como él mismo decía, “tenía mucha energía guardada”.
Lucas miró su dibujo con un suspiro breve, luego dirigió la vista hacia la puerta entreabierta, como si lo llamara. Observó la silla demasiado grande donde había estado sentada su mamá y volvió a mirar la puerta, sintiendo cómo la curiosidad le palpitaba en el pecho, inquieta y traviesa.
—Solo voy a mirar… —susurró, justificándose ante nadie.
Se bajó de la silla con la determinación de un pirata abandonando su barco, estiró la manito hacia la manija y abrió la puerta. El pasillo se desplegó frente a él, largo, silencioso y brillante gracias a la luz blanca de los reflectores.
Lucas respiró hondo, inflando el pecho como si la aventura lo reclamara.
Y salió al pasillo como un explorador que siente que acaba de descubrir un continente nuevo.
—Si veo a Papá Noel primero —se dijo—, gano puntos extra.
Y comenzó a caminar, con pasos pequeños pero llenos de valentía, abriendo los ojos como si el mundo entero fuera un regalo que todavía no había desenvuelto.