
Capítulo 2 – Un pequeño intruso
Lucas avanzó por aquel enorme edificio como si fuera un laberinto diseñado especialmente para poner a prueba su imaginación. Mientras bordeaba cubículos silenciosos, olfateaba el aroma rancio del café abandonado y empujaba puertas entreabiertas, su pequeña expedición tomó el tono clandestino de una travesura inevitable. Cada rincón escondía algo distinto: una taza olvidada, una planta que agonizaba bajo tubos fluorescentes, pilas de papeles que parecían montañas de nieve envejecida. Hasta que, después de una serie de giros desordenados, llegó frente a una oficina amplia y medio oscura, donde el silencio pesaba más que la luz.
Dentro, iluminado apenas por una lámpara inclinada, un hombre revisaba documentos con la concentración tensa de quien carga el mundo sobre los hombros. Con traje impecable. Cabello oscuro y rizado. Mandíbula firme. Un rostro que parecía tallado a golpe de responsabilidades. Y unos ojos profundos, oscuros, calculadores, que destellaban cierta dureza fatigada.
Mariano Villalba levantó la vista, congelándose por reflejo ante lo que sus ojos acababan de ver.
Un niño.
Un niño solo.
Un niño entrando en su oficina sin permiso.
Y su primera reacción no fue ternura ni curiosidad. Fue alarma.
En un segundo, su mente se llenó de posibilidades absurdas: ¿Un niño de la calle que había entrado por descuido? ¿Alguien enviado para distraer? ¿Un pequeño ladrón? ¿Una broma pesada de algún empleado?
El edificio estaba lleno de empleados, sí… pero a esas horas el piso estaba casi vacío. Mariano sintió una corriente desagradable recorrerle la columna, una mezcla de desconfianza e instinto defensivo.
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó, más brusco de lo que pretendía.
—Hola. —Lucas entró sin pedir permiso, dejando la puerta abierta como si nada—. ¿Ésta es tu casa?
El niño hablaba con total naturalidad, pero Mariano se puso rígido. Revisó automáticamente su escritorio: su teléfono, reloj, cartera, los papeles. Todo estaba a la vista. Nada faltaba… todavía.
—No —respondió él, frunciendo aún más el ceño—. Es una oficina. Y los niños no deberían estar aquí.
Lucas lo observó con la tranquilidad de quien no comprende el concepto de peligro.
—Yo no soy “los niños”. Yo soy Lucas.
Mariano parpadeó. ¿Quién demonios era ese pequeño?
¿Dónde estaba su madre?
¿Y cómo había llegado tan lejos dentro de la empresa?
—¿Dónde está tu madre, niño?
—Trabajando —respondió Lucas con un suspiro que parecía demasiado adulto—. Su jefe la hace trabajar mucho. Demasiado. —Abrió los brazos en un gesto amplio—. A veces llega tan cansada que yo le masajeo los pies porque sus zapatos le aprietan. Tiene unos tacones enormes… ¿Tú también usas tacones?
—¡No! —explotó Mariano, sobresaltado.
El niño asintió, como si acabara de resolver un misterio complejo.
—Igual no te quedarían bien.
Mariano sintió un tic encenderse en su sien, como si aquel comentario le hubiera rasgado la cordura.
—¿Cómo entraste aquí? —insistió, intentando evaluar si debía llamar a seguridad.
—Caminé —respondió Lucas, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú quién eres?
—Mariano Villalba —dijo él con voz tensa, imponiendo su nombre como quien coloca un muro entre ambos.
Los ojos de Lucas se abrieron con exageración teatral.
—Uouu… tienes nombre de villano.
Mariano inspiró hondo. No. No tenía paciencia para eso. Ni humor. Ni tiempo. Y definitivamente no toleraba la sensación de vulnerabilidad que sentía al no entender qué hacía aquel niño ahí, solo, explorando su oficina como si nada.
Se levantó con decisión, recogiendo su celular y sus llaves.
—Muy bien, niño. Voy a llevarte con tu madre. Vamos.
—¿Para qué? —preguntó Lucas, siguiéndolo sin esfuerzo.
—Para que dejes de deambular por donde no debes.
—Pero tú estás deambulando también —observó el niño, señalando sus pasos hacia la puerta—. Porque estás caminando.
Mariano cerró los ojos un instante, sintiendo que el equilibrio que lo sostenía pendía de un hilo finísimo. No respondió. Simplemente avanzó hacia el ascensor con paso firme, y Lucas trotó detrás de él, encantado, como si acabara de reclutarlo para una misión secreta.
A cada paso, la incomodidad de Mariano crecía.
Ese niño no era un intruso cualquiera.
Y aunque aún no sabía por qué…
algo dentro de él ya empezaba a inquietarse.