MILENA
Por la tarde ya habíamos llegado a casa. Dejé a los niños limpios, les preparé la cena y, cuando terminaron, me fui a la habitación. Vi que el señor Derek estaba muy ocupado hablando por el móvil. No quise interrumpirle para desearle buenas noches, así que simplemente me recosté sobre la cama, dejando que mis pensamientos se apoderaran de mí.
Me sentía extraña. Como si ya hubiera vivido este día antes… Como si de alguna manera ya conociera a esos pequeños. ¿Por qué sentía esa conexión tan fuerte con ellos? ¿Por qué sentía que ya había estado en esa casa antes, aunque sabía que no era posible? Tenía tantas preguntas en la cabeza, y ninguna respuesta. A veces ni siquiera entiendo lo que me pasa, y desearía poder tener claridad, entender lo que estoy sintiendo, lo que está ocurriendo dentro de mí.
Y por otro lado… no puedo negar que me gusta el señor Derek. Me gusta demasiado. Y eso me asusta, porque tiene novia. Esa mujer no me cae bien, no sé por qué, pero no me inspira confianza. Y aunque Derek intenta ser un buen padre, siento que ella no tiene interés alguno en los niños. Especialmente a Jader... él parece que no la soporta.
Terminé de ponerme la pijama y salí del cuarto. Al pasar por el pasillo, vi que los niños ya estaban cada uno en su habitación. Jade, la pequeña, me hizo una seña con la manito para que entrara.
—¿Ya te vas a dormir, Milena? —me preguntó con voz suave.
—Sí, ya me voy a dormir, preciosa.
—¿Te gustaría que fuéramos mañana a la iglesia?
—Claro, ¿por qué no? Si me quedaré, podríamos ir… solo que no tengo vestido.
—Sí tienes. Mamita dejó muchos vestidos. Puedes ponerte uno de ellos.
—No… ¿cómo haría algo así? No podría tocar sus cosas, no me parece correcto.
—No te preocupes. Mi papito no se va a molestar —me dijo con total naturalidad.
—Voy a pensarlo, ¿está bien?
—Hoy Jader estuvo muy feliz, ¿lo viste?
—Sí, lo vi… y tu también estuviste muy feliz. Incluso noté que tu papá también lo estuvo.
—¡¿Verdad que sí?! Papá sale con nosotros los fines de semana, porque de lunes a viernes trabaja todo el día.
—Eso he notado.
—Sí, y los sábados y domingos él nos dedica todo el tiempo.
—Pobrecito… tu papá trabaja mucho. Lo entiendo muy bien. — La pequeña asintió suspirando.
—Bueno, voy a dormir. Tú también haz lo mismo.
—Buenas noches, pequeña.
Le di un abrazo y salí de la habitación con el corazón un poco más ligero.
Ya en la cocina, vi al señor Derek preparándose un té. Me miró y me habló con voz serena:
—¿Ya te irás a dormir, Milena?
Asentí en silencio.
—¿Podemos hablar un momento?
—Sí, claro. Dígame, señor.
Se quedó un instante pensativo, luego habló bajito:
—Lamento mucho lo de hoy… pero la verdad es que tú me gustas mucho.
Lo miré sorprendida.
—¿Por qué me dice eso?
—¿Tú te acuerdas que nosotros nos conocimos en una circunstancia diferente?
—¿A qué se refiere? —pregunté, algo dudosa.
—En… en la discoteca —me dijo, bajando la mirada.
Abrí los ojos y luego asentí. Sí… me acordé. No el primer día que lo vi, pero sí, ahora lo recordaba.
—Lamento mucho que nos hayamos conocido de esa forma —dije con sinceridad.
—No te preocupes, no te estoy reprochando nada. Solo quiero que sepas que me gustas… mucho. Y no quiero que eso afecte nuestra relación de jefe y empleada. Quiero disculparme, tal vez no soy…
—Sí lo es. Como usted… también me gusta, señor Derek. Pero no puedo rebasar los límites. ¿Me entiende?
—¿Te gusto? —preguntó con suavidad.
—Sí… pero que me guste no significa que pueda corresponderle. Usted tiene novia. Y sus niños… sus niños son un amor. Yo quiero cumplir con los tres meses de trabajo que le prometí. O antes, si así lo desea. Pero no puedo corresponderle… no sería correcto.
—Tranquila —dijo él, apartando la mirada—. No te voy a obligar a nada.
Solté un suspiro y lo observé en silencio. Su mirada parecía perdida, dolida. Y algo dentro de mí se removió.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —me atreví.
—Claro —respondió sin dudar.
—¿Qué le pasó a su esposa? ¿Cómo falleció?
La curiosidad me ganó. Sé que no debería haber preguntado, que quizás fue una estupidez, pero quería saber. Lo vi sonreír con tristeza y negar suavemente con la cabeza.
—Es difícil de asimilar, de comprender… Murió en un accidente. —Suspiro y continúo —En un accidente automovilístico, ella
murió de la peor manera que puede morir un ser humano.
—Lo lamento mucho. Discúlpeme, no debí preguntar…
—Tranquila —me respondió con un suspiro entrecortado, como si le costara recordar.
—Fue una tarde cuando ella me llamó para decirme que estaba haciendo unas compras y que los pequeños estaban con Lupita, tu abuela. No puedo olvidar ese momento… fueron sus últimas palabras. Me preguntó si quería comer algo delicioso y le dije que sí. Me prometió que llegaría, aunque la lluvia no se lo permitiría tan fácil. Aquella vez había mucha lluvia… demasiado relámpago.
Me quedé en silencio, escuchando con el alma encogida.
—Después que terminamos de hablar, le dije que iría por ella —continuó—, pero me dijo que no me preocupara… Sin embargo, la preocupación ya me comía por dentro. La llamé de nuevo, y me dijo que ya venía para acá. El problema es que venía por carretera norte. Al parecer, desde el trabajo habían hecho una reunión en una de las empresas donde colaboraba. La calle se volvió resbaladiza y el auto… el auto explotó.
Tapé mi boca con ambas manos, sorprendida.
—¿Cómo que el auto explotó? —pregunté con voz temblorosa.
—Sí… el auto explotó.
Cuando quiso decir algo más, su móvil se sono. Hubo un silencio largo, casi no podía respirar.
—Bueno… voy a atender esta llamada. Si quieres, seguimos hablando después.
—No se preocupe. Ya es muy tarde.
—¿Estás segura?