MILENA.
Me encuentro guardando las verduras y las carnes que compre del super mercado, estaba preguntandonme que preparar para la cena. De pronto escuché el motor de un coche deteniéndose frente a la casa. Pensé que sería Derek, pero cuando me asomé por la puerta vi varias figuras: un hombre mayor, una señora mayor y una mujer joven que me resultaba familiar. Con cuidado cerré la refrigeradora, y salí al porche.
—Hola, ¿Se encuentra Derek? —preguntó la mujer mayor, con una voz dulce.
Antes de que pudiera contestar, el niño salió disparada de la sala y corrió hacia ellos
—¡Abuelito! ¡Abuelita! ¡Tía! —gritó, abrazando primero al abuelo, luego a la señora y, por último, a su tia, el pequeño sonreía emocionado.
Yo me presenté al fin:
—Buenas tardes, soy Milena, la niñera… y me encargo de la casa.
—Mucho gusto, Milena, nosotros somos los padres de Derek.
Veo que Jade sale y saluda a sus abuelos.
Al entrar les sirvo una bebida, notó a la joven ella solo observa a los niños sin hablar.
—Muchas gracias por la atención —dijo el señor.
La mujer miró a su nieta, luego me dirigió una sonrisa cómplice.
—Venimos para ver a nuestros nietos. Y usted cuanto tiempo lleva aquí. — Me pregunta la señora.
—Casi el mes.
—Abuelita, ha sido un mes tranquilo, aunque Jader siempre llamando la atención con sus travesuras.
El niño le hizo mala cara a Jade y los abuelos rieron a carcajadas.
Estábamos ahí, y no podía evitar mirar a la chica callada que apenas decía palabra. No hablaba mucho, pero con Jade se mostraba conversadora, incluso sonreía de vez en cuando. De pronto, la puerta principal se abrió. Era el señor Derek.
En ese instante, sus padres se levantaron rápidamente para saludarlo. La sorpresa en su rostro fue evidente.
—¡No puedo creerlo! Mamá, papá… ¿qué hacen aquí? ¿Por qué no me avisaron? —preguntó con asombro.
—Queríamos darte una sorpresa, querido hijo —respondió su padre con una sonrisa.
Su madre lo abrazó con ternura y le dio un beso en la mejilla.
—Hijo, te traje unas gallinas, huevos y un poquito de verduras que hemos cosechado.
—Ay, madre… no se hubieran molestado —respondió él, algo conmovido.
—¿Cómo no íbamos a preocuparnos? —dijo ella, acariciándole el rostro.
Enseguida, Jade se acercó para saludar su papá, lo abrazó con cariño. Después, el señor Derek se dirigió a su hermana y le dio un beso en la mejilla antes de abrazarla con afecto.
—Espero que te encuentres bien —le dijo. Ella solo asintió con una sonrisa leve.
Luego vino hacia mí.
—¿Cómo estás? ¿Cómo estuvo el día, Milena?
—Ha estado muy bien, señor. Todo ha estado tranquilo.
—Está bien, iré a cambiarme —respondió, y se retiró.
Cuando salió, la señora se acercó a mí.
—Hoy me toca cocinar a mí —dijo con decisión.
—No se preocupe, yo puedo hacerlo —le ofrecí, pero ella negó con una sonrisa.
—No, hoy quiero cocinarles yo. Quiero que prueben mi comida.
—¡Sí, por favor, abuelita! —dijeron los niños al unísono.
—Ve a sentarte tranquila —me dijo.
—Pero déjeme ayudarle… —insistí.
—No, tranquila, hija.
Como no aceptó ayuda, me fui a sentar al sofá con los niños y con la hermana de Derek, que se llama Carelia. El padre de Derek se fue a la cocina y comenzó a ayudar a su esposa. Ambos se pusieron a cocinar juntos. Yo me quedé ahí, observando todo en silencio, con una paz que no sentía desde hacía mucho.
Qué bonito es esta familia, pensé para mí.
***
La cena transcurrió de forma amena, con una tranquilidad tan hermosa que me llenaba el alma. Antes de comenzar a comer, oramos juntos. La niña, con una dulzura indescriptible, recitó de memoria un versículo bíblico. No necesitó abrir la Biblia, lo llevaba en el corazón. Al terminar, hizo una pequeña reflexión que me conmovió profundamente. Esta pequeña estaba lleno de amor, y eso era lo más bonito de todo. A pesar de no formar parte de esa familia, me sentía acogida… como si, de alguna manera, sí lo fuera.
Después de cenar, me ofrecí a recoger los trastes y a limpiar la cocina. Me gusta sentirme útil. Los padres del señor Derek decidieron quedarse a dormir. La señorita Carelia se acomodó en la habitación de Jade. Yo dormiría con la pequeña, mientras que Derek se quedaría con su hijo. Así, los padres de Derek descansarían en la habitación del niño.
Mientras lavaba los platos y dejaba todo en su sitio, la madre del señor Derek se me acercó con una sonrisa amable.
—Déjame ayudarte, querida — se ofreció.
—No es necesario, señora. Usted cocinó, y lo justo es que yo lave los trastes —respondí con respeto.
—No te preocupes. A mí me gusta trabajar, siempre estoy en movimiento.
—Gracias —sonreí. Me parecía una mujer tan cálida.
—¿Sabes? Tus gestos me resultan tan familiares... Tus gestos son parecidos a los de mi nuera fallecida.
—Lo siento mucho.
— Ella era dedicada, siempre pendiente de todo, incluso trabajaba fuera de la ciudad, era tranquila, siempre sonriente. Cuando te miro... no sé, quizás son solo casualidades.
—Puede ser, señora. A veces la vida está llena de casualidades.
—¿Y cuántos años tienes? Unos treinta, me imagino.
—Sí algo así.
—¿No sabes tu edad?
Ella me miró, un poco confundida. Solté un suspiro. Aún no me sentía lista para contarle a nadie que había perdido la memoria.
—Lo digo porque… ni yo misma estoy segura de cuántos años tengo. Creo que sí, que tengo treinta. A veces se me olvida. Tengo que revisar mi identificación para estar segura.
—Oh, entiendo… Bueno, ya es hora de descansar.
—Muchas gracias, señora. Que descanse usted también. Buenas noches.
Me dirigía a la habitación cuando escuché la voz de Derek.
—Milena ¿podemos hablar?
—Claro —le dije sonriendo.
—¿Cómo estás?
—Estoy bien, seño... perdon Derek —me reí nerviosa—. Y usted, ¿cómo está?