DEREK
Sonreí como un idiota. Ella me besó… y ahora supe que le gusto. Lo supe en ese instante, y ahora no pienso rendirme. Haré todo lo que esté a mi alcance para conquistar a Milena… para convertirla en mi esposa. Sí, lo sé. Es apresurado. Apenas ha pasado una semana desde que me alejé de Laura, pero... lo que sentía por ella ya no era amor. Era más bien un compromiso, una especie de deuda emocional porque estuvo a mi lado cuando más lo necesité, cuando sentía que me derrumbaba. Pero alejarme de Laura no dolía como dolía perder a mi esposa.
No sé si Milena me recuerda a Jarada… quizás sí, en ciertos gestos, en su dulzura con los niños. Pero más allá de eso, me encanta. Me gusta, me atrae… y no sólo físicamente. Es algo más profundo. Me estoy enamorando de ella.
Por esa razón, decidí no aceptar nada más con Laura. No es justo para ninguno de los dos, no quiero tener una mujer que ama ser libre, ella también debe entenderlo. Laura es una mujer que ama su libertad, le gusta salir, viajar, vivir la vida. No nació para atarse, ni para ser ama de casa. Y no quiero arruinarle la vida arrastrándola a algo que no desea. Tampoco quiero arruinar la de Milena, pero lo que me hace desearla aún más es ver cómo se lleva con mis hijos. Ellos la aprecian. Ella les tiene paciencia, los entiende, los abraza. Y eso me hace soñar… me hace desear que no sea solo un capítulo pasajero en mi vida, sino parte esencial de mi historia con ella.
Suspiro profundo y decido que lo mejor es dormir. Cierro los ojos, abrazo a mi hijo contra mi pecho, y pronto el sueño me vence.
***
—Derek… Derek, mi grandote —escucho una voz suave y familiar.
Intento abrir los ojos, pero todo está oscuro. No sé dónde estoy. Lo único que veo es una luz… una especie de resplandor sobre mi cuerpo descalzo. A lo lejos, alguien me llama. Me esfuerzo por ver con claridad.
—¿Jarada? —pregunto con la voz entrecortada—. ¿Eres tú?
Sí, era ella. Mi esposa.
—Jarada… ¿me estás hablando? ¿Estás viva?
—Sí, cariño, estoy viva. Estoy aquí, mirándote. Te extraño.
—Dios… pensé que estabas muerta. ¿Dónde estás?
—Extraño a nuestros hijos —dice con tristeza—Estoy más cerca de ti de lo que imaginas.
—¿Qué significa eso? ¿Por qué dices eso?
—Te amo, Derek… nunca te olvides de mí.
Me desperté de golpe, sobresaltado y empapado en sudor. Respiraba agitado. Miré a mi alrededor tratando de entender si fue solo una pesadilla… o algo más. Hacía más de cuatro años que no soñaba con Jarada. Y no entiendo por qué apareció ahora. ¿Qué sentido tiene este sueño? ¿Qué mensaje me quiso dar?
Me giré hacia un lado. Mi hijo dormía profundamente, con tranquilidad. Miré el reloj de pared, eran más de las cinco de la mañana. Me levanté con cuidado, tratando de no despertarlo, y fui directo al baño.
Mientras el agua caliente recorría mi cuerpo, el sueño seguía aferrado a mi mente. No podía dejar de pensar en su rostro, en sus palabras… “Estoy más cerca de ti de lo que imaginas”. ¿Qué quería decir con eso?
Tal vez porque aún la extraño. Porque, en el fondo, no la he soltado del todo. Hace cinco años que murió en ese maldito accidente. Cinco años desde que me entregaron su cuerpo sin vida, ese día, esa imagen… quedó marcada en mí como una cicatriz eterna. Y aunque intento seguir adelante, cada vez que pienso en ella, esa escena vuelve como una puñalada silenciosa.
Suspiro, tratando de liberarme del peso en el pecho. Apago la regadera y salgo del baño. Hoy empieza una semana clave. El evento está por comenzar, y necesito estar lo más enfocado y sereno posible.
***
Por la mañana, mamá estaba preparando el desayuno junto con Milena. Mis hijos, mi hermana, papá y yo ya estábamos sentados en la mesa. Mi hija, con su voz dulce, les recitaba un pasaje bíblico. Ella era el mayor tesoro en casa, una luz que iluminaba nuestros días.
Se acercó a mi hermana, le dio un beso en la mejilla, y esta le sonrió con ternura, revolviéndole el cabello.
—Hoy te haré unas colitas cuando terminemos de desayunar, ¿te parece? —le dijo.
—¡Sí, tía! ¡Unas colitas hermosas! —respondió ella emocionada.
—¿Y a mí, tía, qué me vas a hacer? —preguntó mi hijo Jader, con esa voz curiosa.
Ella solo le sonrió.
—Entonces vamos a ponerte un poquito de gel en el cabello, ¿te parece?
—¡Sí! ¡Por fin mi tía me va a peinar! ¡Me va a peinar! —gritó feliz, saltando en su silla.
—Bien, ahora dejemos los juegos para después. Terminen el desayuno, que tienen que ir a la escuela —intervino mamá, con su voz de siempre, firme pero dulce.
—Yo quiero ir a dejar a mis nietos —dijo papá.
—Claro que sí, entonces, Milena, hoy estarás de descanso.
—¿De verdad? Muchas gracias, se lo agradezco —respondió Milena, mientras colocaba cada plato en la mesa junto a mamá.
Nos sentamos todos. Milena se colocó a mi lado, mamá junto a papá. Desayunábamos en calma. De vez en cuando, no podía evitar mirarla… a Milena. Noté cómo se ruborizaba, porque seguramente ya había notado que yo no dejaba de observarla. Dejé de hacerlo en cuanto mamá me habló.
—Veo que tienes a una buena mujer al lado de tus hijos —dijo de pronto.
La miré, algo sorprendido.
—Sí, Milena es una gran niñera. En poco tiempo, los niños la aprecian muchísimo. Es tranquila, dulce… ¿verdad, Milena?
—Claro. Me gusta estar con ellos. Con solo este mes he aprendido tantas cosas…
—Me alegra mucho.
Pero entonces mamá cambió el tema.
—Estamos desayunando, hijo… pero dime, ¿qué ha pasado con esa mujer? Con Laura…
Solté el tenedor. La miré, un poco incómodo.
—Lo de Laura y yo… es un caos. Creo que no vamos a llegar a nada.
—¡Pero esa mujer es muy mala, papi! —interrumpió mi hijo.
La abuela lo miró fijamente.
—¿Por qué lo dices?
—Grita mucho. No sabe cuidarnos. Si ella quiere ser como nuestra madre, debería comportarse mejor.