DEREK
Todo estaba preparado para el gran evento de mañana: el Festival de Literatura Nacional, que se celebraría en el majestuoso Teatro Rubén Darío, en el corazón de la ciudad. Ya teníamos los ajustes para el evento, los mejores libros que serán seleccionados y las escritoras que se presentarán, estaba ya más que tranquilo.
Al llegar a casa por la tarde, la calidez familiar me recibió como un abrazo. Mi madre, mi padre y mi hermana ya estaban allí, entreteniendo a mis hijos en la sala. Apenas crucé la puerta, mis ojos buscaron de inmediato a Milena. La encontré en la cocina, siempre tan diligente, preparando algo delicioso.
—Buenas tardes, ¿cómo están todos? —saludé con una sonrisa.
—¡Papi! —gritaron mis hijos mientras corrían hacia mí—. Hoy pasamos casi toda la tarde con los abuelitos. Y Milena se quedó solita, ¿verdad, Milena? — Replicó Jader y Jade soltó una risita.
Milena, un poco sonrojada, asintió.
—Sí, pero aproveché para prepararles un postre —dijo acercándose con una bandeja y sirviéndome un trozo junto con una bebida fresca.
Le agradecí mientras notaba algo distinto en su mirada. Había en ella una mezcla de timidez y. Mi madre, atenta como siempre, me observaba con una sonrisa cómplice.
—¿Cómo pasaste tu día, hijo? —preguntó.
—Muy bien, madre. Mañana tengo un evento especial temprano.
—¿De verdad? —comentó con interés—. Justo quería hablar contigo. Quiero llevarme a los niños este fin de semana.
—¡Sí! —exclamó mi hijo emocionado—. ¡Abuelita nos va a llevar de paseo!
—Está bien, madre. Si quieren pasar un rato con los niños, claro que sí —le respondí, aunque sorprendido por la rapidez del plan.
Mi madre miró a mi hermana y le preguntó: —¿quieres que tus sobrinos vayan con nosotros, hija?
—Sí —respondió ella con una sonrisa—. Queremos aprovechar el fin de semana con ellos.
—¿Y tú, Milena? ¿Irás con ellos? —le pregunté, aunque ya presentía su respuesta.
—No, no iré. Tengo unos quehaceres pendientes… además, el domingo tengo clase. Estoy estudiando —dijo con suavidad.
—Ah, está bien —asentí—. Bueno, será la próxima entonces.
—Ay, qué lástima que mi Milenita no irá —comentaron mis padres.
Todo quedó acordado. Mi madre se giró hacia mí con tono sereno:
—Así podrás trabajar tranquilo mañana, hijo. Nosotros traeremos a los niños el lunes. No te preocupes, ya hablamos con la maestra, no tendrán clases.
—Perfecto —respondí aliviado—. Gracias, madre.
Mientras preparaban las maletas, observé desde el umbral cómo Milena ayudaba a mis hijos a alistar sus cosas. Mi hijo ya se llevaba de maravilla con ella. Verlos así, tan cercanos, me tranquilizaba.
—Por lo menos date un respiro, hijo —añadió mi madre en un susurro, aprovechando un instante a solas conmigo—. Mira que la vida también es para disfrutar.
Luego, guiñándome un ojo, me dijo en voz baja:
—Conquístala. Se nota que es buena mujer… y será una excelente madre para los gemelos.
—Madre, no digas eso —respondí entre risas nerviosas.
—Hijo… es evidente que te gusta, y que ella siente algo por ti también. Esta es tu oportunidad.
Sus palabras me dejaron pensativo. Los niños se despidieron de Milena con abrazos y besos, como si fuera una segunda madre para ellos. Y aunque me costaba admitirlo, su ternura con mis hijos me conmovía profundamente.
Al fin partieron hacia el rancho. Me quedé un instante de pie en la acera, observando el vehículo alejarse por la calle. Solté un suspiro. Por lo menos sabía que estarían bien, y también que este fin de semana quizás ayudaría a mi hermana Carelia a despejarse un poco.
Entré de nuevo a la casa. El silencio me recibió, solo interrumpido por el sonido del agua corriendo en la cocina. Milena lavaba los trastes, como si nada hubiese cambiado. Cerré la puerta con llave y me acerqué a ella.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté con voz suave.
Se giró, un poco nerviosa, y asintió.
—Sí… claro, aunque ya estoy terminando.
—Déjame ayudarte igual —insistí, quitándole un par de platos de las manos. Nos pusimos a lavar juntos, el roce casual de nuestros brazos aceleraba mi pulso más de lo que me atrevía a confesar.
Cuando terminamos, le pedí que preparara café. Encendió la cafetera de grano, mientras el aroma del café recién molido comenzó a llenar la cocina.
Me sentía inquieto. Quizás mi madre tenía razón. Quizás esta era la oportunidad que estaba esperando para acercarme a Milena de otra forma.
***
Estábamos sentados viendo una película romántica. La pantalla iluminaba tenuemente el salón, pero mis ojos, inevitablemente, se desviaban hacia Milena. La observaba en silencio, pensativo, mientras ella mantenía la mirada baja, algo distante.
—¿Estás bien, Milena? —le pregunté, acercándome un poco.
Ella levantó apenas la mirada y, con una pequeña sonrisa, asintió:
—Sí, estoy muy bien. Solo que me hacen falta los niños.
—A mí también —respondí, compartiendo ese vacío—. Pero no estarán ni hoy ni mañana, hasta el lunes. Escuchaste a mi madre.
Milena suspiró levemente.
—¿Quieres el día libre mañana? —le ofrecí, queriendo aliviar un poco su melancolía.
—Bueno… haré mi trabajo y luego iré a ver a mi abuela. Además, debo ir a la universidad. —Hizo una pausa antes de añadir—: Pero regresaré por la noche, mientras me imagino que usted estará muy ocupado.
—Sí —asentí—, estaré con lo del festival.
—Me alegro —dijo ella suavemente, soltando un suspiro.
Hubo un pequeño silencio. No pude evitar acercarme un poco más. Sentía la necesidad de ser sincero, de abrir mi corazón.
—Milena —comencé con voz baja—, me gustaría que tú y yo… nos diéramos una oportunidad.
Ella me miró fijamente, sin apartar la vista, atenta a cada palabra.
—Ya se lo dejé muy claro a Laura —continué—. No quiero nada más con ella, no después de su comportamiento. Lo que había entre nosotros solo fue un compromiso extraño… que ni yo sé cómo se dio realmente. No lo voy a negar, me gustaba al principio, después de la pérdida de mi esposa, ella estuvo ahí, apoyándome, acompañándome durante un tiempo. Y tuvimos una relación, sí, pero nunca fue amor… al menos de mi parte. Me agradaba, pero nunca la amé como pensé que podría.