DEREK
Elegimos a las mejores candidatas, un total de diez autoras, para que firmaran sus libros y los entregaran a los cinco ganadores de las ediciones en pasta dura. Además, otras diez firmaron ejemplares en pasta blanda. Estaba más que satisfecho con el desarrollo de la feria; el CEO se mostró emocionado con todo lo que sucedió. Al concluir el evento, entregamos unas estatuillas con el emblema de nuestra empresa, El Literato, como símbolo de reconocimiento. También seleccionamos a las diez autoras que comenzarían a trabajar directamente conmigo en la edición de sus libros, que saldrán tanto en formato físico como digital.
Cuando finalmente regresé a la empresa, me sentía exhausto; eran más de las siete de la noche. Dejé todo en orden, apagué la computadora y las luces, y tomé mis llaves para salir. Al despedirme de mi amigo, me dirigí hacia el estacionamiento, pero al salir me encontré con Laura. Ella me sonrió al verme, pero luego desvió la mirada para ignorarme, y yo hice lo mismo. Subí a mi auto con un solo pensamiento en mente: llegar a casa para descansar. Lo único que deseaba era estar al lado de Milena, ya que mis gemelos estaban en la finca con sus abuelos.
Al llegar a casa, noté que las luces estaban apagadas. Entré con mi llave y encendí la lámpara de la entrada. Caminé con cuidado por el pasillo hasta llegar a la habitación, donde encontré a Milena profundamente dormida. Me acerqué y le di un beso suave en la mejilla. Ella balbuceó algo que no logré entender. Cuando intenté despertarla, la escuché murmurar entre sueños:
—No me hagas daño... ayúdame a salir de este lugar... ¿quién eres?... ¿por qué me tienes encerrada?... no... por favor... arde demasiado... duele... que alguien me ayude...
—Milena, despierta —le dije con urgencia—. Estás teniendo una pesadilla, amor, abre los ojos.
Ella se despertó sobresaltada, con los ojos llenos de miedo. Al reconocerme, me abrazó con fuerza.
—Tranquila, mi amor, soy yo —le susurré mientras acariciaba su espalda—. ¿Qué es lo que tienes? ¿Qué soñaste?
—No es nada... — susurró mientras negaba con la cabeza y cubría su rostro con sus manos—. Creo que dormí demasiado.
—¿Dormiste demasiado? —repetí, preocupado—. ¿Quieres que te prepare algo?
—¿Sabes qué hora es?
—Son casi las ocho de la noche.
—No, no te preocupes —respondió ella—. Yo puedo preparar algo para cenar. Disculpa por quedar dormida.
—No te preocupes. Además puedes descansar todo lo que deseas—le dije con firmeza—. Además, los niños no están aquí, no tienes por qué preocuparte.
—Derek, no quiero aprovecharme…
—No te estás aprovechando —afirmé mirándola a los ojos.
Ella sonrió con timidez.
—Está bien, me lavaré la cara y saldré.
—Perfecto, tranquila, estaré afuera —le respondí.
Mientras Milena entraba al baño, fui a mi habitación, encendí la luz y dejé mi maletín a un lado. Me quité la ropa formal y me puse algo más cómodo. Luego entré a la cocina y comencé a preparar tocino con huevos, pan tostado y café expreso. Cuando terminé, coloqué todo sobre la mesa. Milena salió con ropa cómoda para dormir.
—Siéntate, vamos a cenar —le dije.
Nos sentamos y, como era costumbre en nuestra casa, dimos gracias a Dios por los alimentos y por tener siempre algo en la mesa. Cenamos en silencio, mirándonos y sonriendo de vez en cuando. No pude resistir la tentación de jugar con sus pies bajo la mesa, y la vi ruborizarse. Al terminar, lavamos los trastos y dejamos todo en orden. Me senté un momento mientras ella revisaba unos libros.
Aproveché para llamar a mis hijos. Mi madre contestó de inmediato.
—¿Cómo estás, hijo?
—Bien, madre. Vengo del evento. ¿Cómo están los niños?
—Tus hijos están jugando dados con su abuelo. Dudo que quieran hablar contigo, están muy concentrados en ganarle —respondió divertida.
Mi madre giró la cámara hacia ellos.
—¡Hola, pequeños! ¿Cómo están?
—¡Hola, pa! ¡Buenas noches! —gritaron los dos al unísono.
—Está bien, los llamo mañana. Los amo mucho.
—¡Te amamos, pa! —respondieron antes de que mi madre retomara la llamada.
—Espero que logres todo lo que deseas, hijo —me dijo ella con cariño y guiñándome un ojo. Ya sabía a qué se refería.
—Gracias, madre.
—Saluda a Milena de mi parte.
—Esta bien, salúdame a mi hermana y a mi padre.
—Claro que sí, querido. Buenas noches.
Al colgar, miré a Milena.
—¿Quieres descansar ya?
Ella dejó los libros a un lado, me miró con un brillo travieso en sus ojos y se mordió el labio inferior.
—¿Qué tal si hacemos otra cosa? —sugirió en voz baja.
Sin dudarlo, la acerqué a mí y la besé apasionadamente. Por mí, no dormiríamos en toda la noche. Ella sonrió, cohibida, y supe que esa noche sería solo para nosotros.
****
La pasión nos envolvió como un fuego que no podía apagarse. La habitación estaba apenas iluminada por la tenue luz que habíamos dejado encendida esta vez. Mi mirada recorrió cada centímetro de su cuerpo, frente a mí, tan perfecta, tan mía. Me acerqué con delicadeza, rozando su piel con mis manos, como si quisiera memorizar cada curva, cada suspiro que se escapaba de sus labios.
Besé su cuello lentamente, saboreando el calor de su piel. Mis labios bajaron, dejando un rastro ardiente hasta sus redondos y suaves pechos. Los acaricié con devoción, escuchando cómo sus gemidos crecían, cómo su cuerpo temblaba bajo el mío. Sentía el latido de su corazón acelerado, el mismo ritmo frenético que llevaba el mío.
Nuestros cuerpos se entrelazaron sin prisa, pero llenos de deseo. Entré en su interior con un movimiento cuidadoso, sintiendo cómo me recibía, cómo me envolvía en un calor que me hacía perder la razón. Gemimos al unísono, y la habitación se llenó de nuestros jadeos, de la música que solo dos amantes pueden crear cuando se entregan sin reservas.
Mis manos se movían por su cintura, por sus caderas, aferrándome a ella como si fuera lo único que importaba en el mundo. Cada sensación nos hacía suspirar, cada movimiento. Nuestras bocas se encontraron entre gemidos; sus labios sabían a cielo, a pasión, a ese amor que me consumía y que por fin sentía correspondido.