Papá desesperado. Necesito una Niñera ¡urgente!

CAPÍTULO 24

DEREK

Era domingo por la mañana. La casa estaba en silencio. Mientras terminaba de preparar el desayuno, mis ojos se detuvieron en una fotografía que tengo sobre el estante: Jarada. La acaricié con suavidad, como si pudiera sentirla aún a través del papel. Mi corazón se encogió un poco. A veces pienso que el destino puso a Milena en mi camino por alguna razón más grande de lo que imagino, porque hay cosas en ella que me recuerdan tanto a Jarada…

La marca en la pierna de Milena, por ejemplo. Exactamente igual a la que Jarada tenía desde pequeña, una cicatriz que se hizo jugando en el patio de su abuela. Me lo contó una vez entre risas. Milena tiene la misma marca. ¿Qué tan probable es eso? ¿Coincidencia? ¿Señal? No lo sé, pero no dejo de pensar en ello.

Guardé la fotografía y terminé de servir el desayuno. Justo en ese momento Milena salió del cuarto, ya vestida y arreglada, lista para el día.

—Buenos días, Derek. Discúlpame… —dijo con una voz suave.

—Tranquila —la interrumpí con una sonrisa mientras me acercaba—. No tienes que disculparte por haberte levantado tarde. Hoy es domingo, tu día libre… nuestro día libre.

Ella sonrió, y ese gesto me atravesó como un rayo. Por un instante, la vi tan parecida a Jarada que me faltó el aire. Me acerqué y tomé su mano con delicadeza, besándola en el dorso.

—Gracias, Derek … me siento muy feliz — expresó, con esa dulzura que la caracteriza.

—Yo me siento aún más, Milena.

Nos sentamos juntos a la mesa. Antes de probar bocado, tomamos un momento para orar y dar gracias a Dios. Aquella mañana fluyó con calma. Desayunamos tranquilos, conversamos, y luego nos pusimos a limpiar. Preparé una miel para los niños, dejé pollo listo para cuando regresaran al día siguiente. Milena, como siempre, dejó todo impecable. Lavó los platos, organizó la cocina, barrió. La casa olía a hogar.

Salí al patio a sacar los desechos porque el camión de basura pronto pasaría. Limpié la pequeña piscina y le di un toque de orden al jardín. En eso, Milena salió con una refrescante limonada en la mano. Me la entregó y se sentó junto a mí. Estábamos bajo la sombra, y por un instante, el mundo pareció detenerse.

—¿Sabes? —me dijo observando las plantas— Este lugar… esas flores. Creo que hasta hoy las estoy empezando a ver de verdad.

—¿A qué te refieres? —le pregunté mientras le daba un sorbo a la limonada.

—Las hizo tu esposa, ¿verdad? Ella sembró este jardín.

Me detuve. Fruncí el ceño y la miré fijamente.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté, sorprendido.

—Me lo imaginé —respondió con una pequeña sonrisa.

—¿Te lo dijeron los niños?

—No, no lo recuerdo. Solo… me lo imaginé. Las mujeres somos así. Amamos las flores, las gardenias, las margaritas… Y este jardín tiene el toque de una mujer enamorada.

Asentí con una sonrisa nostálgica.

—Sí… Jarada amaba este jardín. Siempre me regañaba los fines de semana si no lo regaba. Son recuerdos…

—Recuerdos que jamás se olvidan —agregó Milena.

—Exactamente… Y por eso, Milena, quiero una vida contigo.

Ella bajó la mirada. Pude ver la duda reflejada en sus ojos.

—¿Qué sucede? —le pregunté, con el corazón encogiéndose lentamente.

—No es nada, Derek. Es solo que… me siento incapaz de responderte ahora.

—¿A qué te refieres? Pensé que tú y yo…

—Sí… me gustas mucho. Incluso te amo. Me has dado una felicidad que nunca creí merecer. Con tus hijos me siento completa, pero… siento que esta felicidad no me pertenece.

—¿Felicidad ajena? —repetí en voz baja, confundido— No tengo a nadie mas que a ti.

—No sé por qué te digo esto —dijo, negando con la cabeza—. Discúlpame…

—Espera, Milena… no entiendo. ¿Por qué crees que no mereces ser feliz? Claro que lo mereces. Yo quiero algo serio contigo, quiero que estés a mi lado… siempre. ¿Lo entiendes?

Ella asintió y me abrazó. Acaricié su espalda, pero no pude evitar que un hueco se abriera en mi estómago. ¿Por qué siento que se me escapa? ¿Por qué esa sombra en sus ojos? Acaricié su mejilla y ella me miró, sonriendo con ternura.

—No te alejes de mí, ¿entendido? Ni de mí ni de mis hijos. Estoy completamente enamorado de ti. Lo único que deseo es que seamos felices.

—Tranquilo —dijo con voz serena—. Yo también soy feliz contigo… y con los niños. Muy feliz.

Nos besamos con intensidad, con amor… pero en lo profundo de mí, algo me decía que no estaba del todo segura. Que algo la detenía. Sentí miedo. Un miedo profundo. Pero no pienso alejarme. No me rendiré.

Cuando regresen los niños, les diré que Milena será parte de esta familia. Y también hablaré con Lupita. Le demostraré a Milena que esta felicidad sí le pertenece… porque ella ya forma parte de nosotros.

***

La arena estaba tibia bajo nuestros pies descalzos mientras caminábamos de la mano por la orilla. El sonido de las olas golpeando suavemente la costa se mezclaba con las risas eufóricas de los niños corriendo, lanzándose agua entre ellos, algunos construyendo castillos de arena, otros surfeando con habilidad. Las parejas se sumergían sin miedo en el mar, disfrutando del sol, del agua salada, del momento. Incluso se podían ver algunos yayes, esos pájaros tan curiosos, merodeando cerca de la pequeña isla que se divisaba en el horizonte, como si también ellos disfrutaran del paisaje.

Tomé mi celular y le pedí a Milena que se colocara frente al mar. Le hice varias fotos: sonriendo, mirando hacia el agua, con el cabello agitado por el viento. Ella reía sin preocuparse, con esa libertad tan suya, esa luz que emana sin esfuerzo. Pensé que quería guardar esos momentos para mostrárselos a mis gemelos el siguiente fin de semana. Les encantaría estar aquí. La otra semana, los traería.

—¿Quieres que entremos un poco al agua? —le pregunté, mirándola de reojo mientras sus dedos jugueteaban entre los míos.

Ella negó rápidamente, con una sonrisa nerviosa.




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