DEREK
No sabía por dónde empezar con tantas preguntas atoradas en mi cabeza. ¿Cómo era posible que Milena tuviera otro nombre, que se hubiese sometido a una cirugía, y que, además, hubiera personas siguiéndola? ¿Quiénes eran? ¿Por qué tantos secretos ocultos? Y sobre todo, padecía de amnesia.
A decir verdad, llevaba más de dos meses viviendo conmigo en la casa, cuidando de mis pequeños como su niñera, y jamás me detuve a indagar demasiado. Quizás porque ella nunca se abrió del todo… o porque yo no quise presionarla. Pero ahora, después de todo lo que escuché, el deseo de saber más me consume.
Mientras conducía, la miraba de reojo. Ella iba callada, perdida en sus pensamientos. El tal Arkady le había pedido un contacto para hablar con ella más adelante, cuando se sintiera mejor. Aquello me había dejado un nudo en el estómago, un sentimiento extraño… ¿Celos? Tal vez. ¿Quién era ese hombre para ella? ¿Un buen amigo? No lo sé. Lo único que sé es que necesito respuestas. Quizás esta noche no sea el momento, pero no puedo dejar de pensar en ello.
Me volví a verla. Era ella… tan hermética, tan misteriosa. No quería precipitarme, no quería parecer un hombre invasivo ni meloso, de esos que terminan cansando. Así que me callé. Guardé mis preguntas para después. Respiré hondo y me obligué a ser paciente, aunque dentro de mí la ansiedad hervía.
Pasé por el supermercado antes de llegar a casa. Compré frutas, yogurt y algo de comida para cuando regresaran mis hijos en la mañana. Ella me había pedido mamones chinos, y, sin pensarlo, los tomé para ella.
Al llegar a la residencia, estacioné el auto en la cochera. Bajamos juntos. Le sugerí que se recostara un poco, pero se negó, así que se quedó sentada en la sala. Le preparé un batido de yogurt con frutas y le dejé los mamones chinos ordenados en un plato. La observé mientras los comía, uno a uno, lentamente.
Por un instante, me quedé mirándola fijamente. No era solo la belleza en su rostro… había algo más. Ese brillo en los ojos, esa manera de sostener la fruta con delicadeza… Era imposible no pensar en Jarada, mi esposa, la mujer que perdí. Milena no solo se parecía físicamente; también compartía sus gustos.
—¿Sucede algo? —me preguntó, interrumpiendo mis pensamientos.
Tragué saliva. Sentí el corazón apretarse.
—Hay cosas de ti que me hacen recordar a Jarada… —le confesé con honestidad
—.Lo mismo que me dijo tu madre. — Mencionó en un suspiro.
—Quiero saber más de ti, Milena, pero no quiero presionarte.
Ella bajó la mirada, y su voz se quebró cuando respondió:
—No tienes que tenerme paciencia, Derek. Soy una mujer… que no tiene memoria de su pasado.
Sus palabras me dejaron helado.
—¿Entonces… el médico tenía razón cuando dijo que podrías tener amnesia?
Asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Así es. Solo recuerdo estar encerrada… en un lugar oscuro. Fui rescatada por ese hombre… Arkady. Y… la mujer que decía ser mi abuela tampoco lo era. Ella me encontró tirada en unas gradas, me ayudó, me cuido. Mi mi verdadero nombre ya estaba en un documento. Nunca me dijo la verdad... osea realmente no se si me llamó ¿Milena o quien sabe como?
La vi romperse. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar con fluidez. Mi pecho se estremeció al verla así, tan vulnerable, tan frágil.
—No puedo creerlo… —murmuré, sintiendo cómo mi corazón latía a mil por hora. Entonces Lupita no es su verdadera Familia.
Milena levantó la mirada con el rostro empapado, y sus palabras me atravesaron como un rayo:
—Me he enamorado de ti, Derek. Y me da miedo… miedo de que descubras quién soy… miedo de que pienses que soy una mujer rota, con un pasado terrible.
Me acerqué y le tomé el rostro con suavidad.
—No digas eso, por favor. Jamás sentiré lo que dices. Yo te amo, Milena. Tu pasado no me importa. Si quieres, podemos enfrentarlo juntos. Averiguaremos quiénes son esos hombres que te han hecho daño y qué te buscan. Incluso tu amigo puede ayudarnos. Pero escucha bien esto… —la miré a los ojos, con toda la fuerza de mis sentimientos—. No pienso dejarte. No voy a permitir que nada ni nadie te lastime otra vez. Ahora eres parte de mi familia. Eres parte de mí. Nada cambiará lo que siento por ti, ¿entendido?
Ella asintió, limpiándose las lágrimas, me abrazó con tanta fuerza que sentí todo su miedo y toda su esperanza en ese gesto. Me levanté, tomé su rostro y la besé. Un beso profundo, con el sabor salado de sus lágrimas. Un beso que lo decía todo: amor, promesa, entrega.
Nos quedamos un momento en silencio, respirando el uno del otro. Después, como si el mundo entero se detuviera, nos dejamos llevar. Caminamos hasta la habitación, y allí nos entregamos con amor y devoción. Cada beso, cada caricia, era un grito callado de lo que habíamos estado conteniendo durante tanto tiempo.
La amé con suavidad y deseo. Ella sonreía, libre por fin, nos entregamos con la misma pasión que yo sentía. Acaricié su piel, cada curva que me hacía perder la razón. Nunca imaginé volver a sentir o que este momento llegaría, pero ahora soy el hombre más feliz del mundo.
Cuando terminamos, nos quedamos recostados, mirándonos a los ojos, acariciándonos las mejillas, entrelazando los dedos. Temía, en lo más profundo, que ese pasado oscuro la alejara de mí, pero no lo permitiré. Voy a luchar. Voy a protegerla. Voy a descubrir la verdad, cueste lo que cueste. Porque Milena… ahora es mi vida.
***
Mis hijos habían regresado de la finca de mis padres junto con ellos. Al llegar, mis padres se despidieron no sin antes felicitarme, pues les había contado que Milena y yo teníamos una relación y que nos sentíamos bien el uno con el otro. Sus palabras me llenaron de alegría, pero lo que vino después me conmovió aún más: mis hijos, al escuchar la noticia, se sorprendieron tanto que corrieron a abrazar a Milena con entusiasmo.