MILENA
La noche estaba amena. Antes de cenar, oramos a Dios como solemos hacer, agradeciendo por todo lo que tenemos. Luego, mientras comíamos unos deliciosos tacos acompañados de una Coca-Cola bien heladita, pusimos algunas alabanzas de fondo. El ambiente se sentía cálido, familiar, como si por un instante el mundo exterior con sus sombras no pudiera alcanzarme.
Después de la cena, vimos una película los cuatro como en los viejos tiempos cuando veíamos Tom y Jerry entre otros animes para niños. Poco a poco, los niños fueron cayendo rendidos al sueño. Yo cargué a Jade, que aunque pesaba un poco, dormía tan profundamente que no tuve corazón para despertarla. La llevé con cuidado hasta su habitación y la arropé con ternura. A lo lejos, vi a Derek haciendo lo mismo con Jader. Al llevarla a la habitación, me acerqué y acaricié su rostro; dormía tan tranquila, tan serena, tan hermosa… como si por fin hubiera encontrado paz, olvidándose por un momento del mundo cruel en el que vivimos.
Le dejé un beso suave en la mejilla. Pero justo cuando iba a levantarme, sentí que atrapaba mi mano con delicadeza. Me sobresalté un poco, pensando que dormía.
—¿Qué pasa, cariño? —le susurré.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo mientras se incorporaba ligeramente y alzaba su carita hacia mí.
—Claro, dime.
—Tus gestos… son tan parecidos a los de mi mamita —dijo con una dulzura que me desgarró por dentro.
Sonreí levemente. "Si supieras que soy tu mamita…", pensé en silencio mientras me costaba tragar ese nudo en la garganta.
—¿Por qué lo dices, amor?
—Cuando yo tenía cinco años, recuerdo muy bien cómo era mi mamá. Sus gestos… la forma en que cocinaba… todo eso es muy parecido a ti. Es como si Diosito me hubiera mandado a mi mamita de vuelta en tu cuerpo. ¿No lo crees?
Me quedé sin palabras por un momento. Solo pude sonreírle mostrando los dientes, tratando de no romper en llanto. Le acaricié su carita con ternura.
—Puede ser, mi amor… Puede ser… Pero quiero que sepas que yo te quiero a ti, no solo porque me recuerdas a alguien. Te quiero por quien eres, por tu dulzura, tu valentía, por ser esa niña tan especial.
—Y yo también te quiero mucho, Milena —dijo mirándome a los ojos—. No te vayas nunca de nuestro lado, por favor. Me pondría muy triste.
Una lágrima se deslizó por su mejilla. La limpié suavemente, abrazándola.
—¿Por qué dices eso, mi niña?
—Porque tengo miedo… Tengo miedo de perderte. Tengo miedo de que te vayas y te esfumes como una burbujita… así como mi mamá se esfumó. No te alejes nunca de nosotros, Milena. Mi papá es muy feliz a tu lado… Jader también… y yo… yo te quiero como a una mamá.
Ahí fue cuando mi corazón se encogió tanto, que sentí que en cualquier momento se me rompería en pedazos. La abracé con más fuerza, conteniéndome para no llorar.
—Y yo también te quiero mucho, pequeña. Nunca lo olvides, ¿sí? Te quiero y te aprecio… Y si algún día no estoy, es porque tengo que hacer algo importante. Averiguar algo. Sin embargo juro que regresare para estar a tu lado hasta que seas una mujer.
Jade me miró con sus ojitos aguados. Me dolía el alma, verla así.
—¿Averiguar qué, Milena? ¿Te vas a ir a algún lado?
—No, cariño… Bueno, no lo sé. Solo será un viaje rápido... pero...
— Es que dijiste que solo te quedarías tres meses con nosotros… Y ya se cumplieron —murmuró con voz temblorosa.
Ni siquiera me había dado cuenta de que ya habían pasado los tres meses. Tragué saliva.
—Es cierto… ya se cumplieron. Pero tranquila, mi amor. Ya te dije…cuando averigüe algunas cosas y regresé. No me iré de tu lado, ni del lado de tu padre, ni del de mi pequeño. Jamás.
—Por favor, no nos dejes… —dijo, abrazándome con una fuerza que me partió el alma. Sus lágrimas mojaban mi cuello.
Quería decirle la verdad, decirle que necesitaba irme por un tiempo y buscar a los culpables, ya que debía encontrar respuestas, atrapar a quienes me hicieron daño, evitar que a ellos les pase lo que yo viví. Pero no pude. No frente a esa mirada suplicante. No frente a ese corazón herido.
—Júrame que cuando te vayas, regresaras pronto.
—Te lo juro mi niña. Pero es un secreto no se digas a tu Papi, ni a Jader.
Ella asintió abrazándome con ternura.
Me prometí entonces que haría lo que fuera por protegerlos, por asegurarnos un futuro sin dolor, sin miedos. Arkadi podría ayudarme. Necesito un plan, uno que no falle. Porque si algo les pasa por mi culpa, nunca me lo perdonaría.
La abracé fuerte. Nos recostamos un rato hasta que la vi perderse en su sueño, aferrada a mi mano.
Con cuidado, me levanté. Y justo al girarme hacia la puerta, vi a Derek de pie allí, observándonos.
—¿Qué sucede? —pregunté, un poco sobresaltada.
No respondió de inmediato. Solo caminó hacia mí y me abrazó con fuerza, depositando un beso cálido en mis labios.
—¿Por qué la pequeña estaba llorando?
—Tiene miedo… —dije sin rodeos—. Se ha encariñado conmigo… igual que Jader.
Derek me miró con esa intensidad que me derretía por dentro.
—Yo no quiero perderte, Milena. Ahora que lo pienso… ya se cumplieron los tres meses que pediste para trabajar con nosotros. Y tengo miedo. Tengo miedo de que te vayas, de que desaparezcas de nuestras vidas.
—Mi amor… Yo también tengo miedo —admití bajando la mirada, sintiéndome dividida entre lo que deseaba y lo que debía hacer.
Quise decirle que sería solo un tiempo, pero no tuve el valor.
Fuimos a la habitación. Y esa noche hicimos el amor nuevamente. Con tanta ternura, con tanto sentimiento… Cada caricia suya despertaba en mí los recuerdos de cuando me amó siendo Jarada, cuando me entregué a él sin miedos, sin secretos, sin máscaras. Ese mismo amor, ese mismo cuerpo que me conocía tan bien, ahora me abrazaba con la misma intensidad… como si supiera que, en el fondo, aún soy yo.
Milena o Jarada… suya, de cualquier forma.