MILENA
Terminé de preparar el almuerzo justo cuando los niños acababan de ponerse su ropita de casa. Les ayudé a cerrar los botones y acomodar sus camisitas; ellos me sonrieron con esa ternura que me derrite, y yo no pude evitar corresponderles. Me sentí feliz, porque ahora tenía una razón mucho más grande para vivir: estar a su lado.
Pero en mi corazón sabía que debía enfrentar lo inevitable. Necesitaba ver a mi abuela Lupita, contarle todo lo que he descubierto y lo que he recordado. Tenía miedo, miedo de que ese maldito pasado regresara a reclamarme, pero no podía seguir escondiéndome. Tarde o temprano tendría que decirle la verdad a Derek: que yo soy Jarada, su esposa, la madre de sus gemelos, la mujer que él creyó muerta por tantos años. No sabía cómo reaccionaría, y peor cuando le comenté que creo yo que Laura tiene mucho que ver en ese accidente donde según mori. No tenía idea de lo que pasaría, pero sí estaba segura de una cosa: debía confesarlo cuanto antes.
Al terminar de comer, llevé los platos al fregadero. Estaba lista para lavarlos, pero Jade se adelantó y me sonrió con determinación.
—Milena, yo los lavo. Mientras tanto, ¿podrías ayudarme a ordenar la ropa? Ya cocinaste, fue suficiente. Yo también quiero ayudar en casa. —Luego giró hacia su hermano—. Y mi querido hermano se encargará de levantar las cosas tiradas, ¿verdad, Jader?
El pequeño rodó los ojos fingiendo fastidio, pero pronto asintió con una sonrisa traviesa. Aquello me hizo sentir un calor en el pecho, como si mi corazón pudiera latir por horas con solo mirarlos. Mis pequeños… aunque ahora me ven como su niñera, me quieren. Y sé que, cuando descubran que en realidad soy su madre, me amarán aún más.
Sin embargo, necesitaba tener pruebas. No bastaba con mis recuerdos; debía demostrar que lo que me sucedió no fue un accidente casual, sino algo planeado, una trampa de aquellos que no me querían ver con vida. Por eso mi plan era viajar a Manhattan e ir con Gerardo y buscar respuestas. Solo pediría a Derek una semana para que no sospechara nada extraño. Esta misma noche hablaría con él y le diría mi verdad. Pero antes, debía ir a ver a mi abuelita Lupita. Quería que supiera que he recordado mi pasado, que necesitaba comprender más sobre lo que me ocurrió, sobre quién me quiso borrar del mundo. Aún que claramente lo sabía, sin embargo tenía que tener las pruebas para encarararla por lo que me hizo.
Sacudí mis pensamientos cuando sentí a Jader acercarse a mí. Me miró con esos ojitos llenos de dulzura que tanto se parecían a los de su padre.
—Milena, te veo muy pensativa… ¿Todo está bien?
Asentí suavemente y pasé mi mano por su cabello, acariciándolo con ternura. Sonreí para él, aunque en mi interior la tormenta siguiera rugiendo. No quería preocuparlos. Tenía que ser fuerte… por ellos, y por mí.
***
Había terminado de ayudar a los pequeños. Como siempre, después de hacer sus unos dibujos, ellos fueron a su habitación: Jade se sentó a hacer sus tareas y Jader seguramente, a jugar un poco. Ese era mi momento para adelantar algunas cosas en la casa, así que me puse a limpiar frijoles negros, pensando en hervirlos y así, si quedaba tiempo, salir luego con mis niños a despejarnos un rato.
Mientras pasaba los granos entre mis dedos, mis pensamientos viajaron inevitablemente al pasado. Aquella época... cuando lo conocí. Algo en mi interior me grita que Laura tiene mucho que ver en todo lo que me pasó. Sí, ella… porque recuerdo perfectamente que, en esos años, su primo estuvo enamorado de mí. Pero yo, yo solo tuve ojos para Derek.
A veces pienso que ella también estaba enamorada de Derek, porque nunca olvidaré aquella vez en que, al enterarse de nuestra relación, me lanzó un comentario sarcástico que quedó grabado en mi memoria:
"No puedo creer que te adelantaste… cuando era yo la que estaba interesada desde el principio. Pero no importa, te lo regalo, total, no es de mi estilo."
Ese recuerdo sigue vivo en mí ahora que he recuperado la memoria, y me hace sospechar que Laura quizá fue la primera persona en desearme la muerte. Aún resuena en mis oídos aquella voz masculina que un día escuché, diciendo que me querían muerta… aunque él no sería quien lo haría.
Necesito respuestas. Las necesito cuanto antes. Espero poder ver al ruso, porque tal vez él me ayude a descubrir la verdad y a hacer justicia. Los culpables pagarán, lo juro.
Lo triste es que ahora no tengo con qué luchar. No tengo dinero. En aquella época, cuando trabajaba, ganaba bien, podía ahorrar, podía darles lo mejor a mis hijos… y aun así, todo se derrumbó. El peor día de mi vida llegó en lo que debía ser el más feliz: el cumpleaños de mis gemelos. Ese día me arrebataron la vida, haciéndome pasar por otra persona… por Milena.
Me sigo preguntando si nadie hizo una autopsia. ¿Acaso Derek nunca notó que la mujer que enterraron no era yo? Hay demasiada manipulación detrás de todo esto. Alguien con dinero, con poder, debió pagar para hacerme desaparecer, para que el cuerpo de aquella mujer calcinada fuera enterrado en mi lugar. Yo la recuerdo: era la mujer que, bajo la lluvia, me pidió un aventón. Esa fue la que murió… no yo.
Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos justo cuando escuché el pitido de la puerta. Fui a abrir y allí estaba un hombre de pie, con una caja en las manos.
—Buenas tardes —dijo—. Vengo a entregar este paquete. ¿Podría firmar, por favor?
Miré a los lados, extrañada de no ver a nadie más. Le respondí que el dueño de la casa no estaba, pero que yo podía recibirlo. El hombre asintió y me indicó que debía firmar en el auto. Antes de salir, apagué la estufa y lo seguí.
Pero en cuanto me acerqué al vehículo, sentí una mano sujetarme con fuerza. Alguien me empujó violentamente hacia el interior.
—¡Suéltame! —quise gritar, pero de mi garganta no salió más que un hilo de aire.
El pinchazo en mi brazo me paralizó de inmediato. Me giré desesperada para ver quién era… y cuando mis ojos lo reconocieron, el mundo se me vino abajo.