Narrador
Derek caminaba de un lado a otro dentro de la residencia, con el corazón latiéndole con fuerza y la mente hecha un torbellino. No sabía qué hacer ni qué pensar. La angustia lo estaba consumiendo. En un arranque de desesperación, pidió a uno de los guardias acceso a las cámaras internas. Él no tenía cámaras frontales ni exteriores, solo las del salón principal, aquellas que instaló para vigilar a sus hijos después de haber cambiado tantas niñeras en el pasado.
Fue entonces cuando lo vio. En la pantalla apareció un hombre desconocido, vestido como repartidor. Había dejado una caja en la entrada, pero Derek recordó con claridad que no había pedido ningún tipo de carga ese día. Su respiración se cortó cuando observó cómo Milena, confiada, salió a seguramente a firmar. En ese instante, alguien la metio al auto con fuerzas y el supuesto repartidor subió y el vehículo arrancó de inmediato. Derek apenas alcanzó a distinguir la placa, pero eso fue suficiente para anotarla con mano temblorosa.
Su mente daba vueltas sin parar. No podía creer lo que estaba presenciando. Llamó a sus padres con urgencia para que se hicieran cargo de los niños. El iría al banco a sacar sus ahorros sin importarle nada. Los niños estaban inquietos pero no quisieron preguntar nada a sus padre, mas al verlo sofocado.
Cuando llegaron los padre de Derek y su hermana, con unas compras. Vieron a un Derek descompuesto.
Carelia entró y al ver a su hermano de esa manera se llevó los niños a la habitación.
—Hijo, ¿qué sucedió? —preguntó su madre, con el rostro alterado.
Él apenas pudo responder entrecortadamente:
—Madre… Milena… ella es Jarada… ¡Jarada no está muerta! Mi esposa nunca falleció. Algo ocurrió hace cinco años y todo este tiempo hemos vivido una mentira. Acabo de verlo… la secuestraron frente a la residencia.
Su madre se llevó la mano a la boca, incapaz de articular palabra. Sus ojos se movían nerviosos por toda la sala, como buscando una explicación.
—No entiendo nada, hijo… no entiendo…
—Yo tampoco, madre —respondió Derek, agitado—. Pero una cosa tengo clara: debo encontrarla. Lo que vi en esas cámaras me lo confirma ella fue secuestrada por algún motivo que desconozco. Sin embargo ella es mi esposa del cual todos pensamos que estaba muerta.
La madre de Derek estaba mas que sorprendida.
—¿Hijo sabes quienes son?— preguntó la señora.
—No. — dijo Derek negando y luego continuó —Cuando lo haga, descubriré quien mas esta detrás de todo esto … pero primero necesito traerla de vuelta. Por otro lado debo ir a ver a Lupita luego que salga de la estación de policia.
—Lo siento mucho, hijo.
El hombre se ajustó las botas, se colocó una camiseta limpia y se dispuso a salir.
—Madre, cuida de mis hijos. No digas nada todavía, por favor. Ellos están confundidos, aun no quiero decirles nada. Se que ellos saben que Milena jamás los abandonaria. Ella fue secuestrada. Pero solo se que la encontraré, cueste lo que cueste. —Declaró con determinación.
—Ve, hijo —le dijo su madre con un nudo en la garganta—. Yo me encargaré de todo aquí. Solo vuelve con ella.
Derek condujo su auto con el acelerador a fondo hacia la estación de policía. Llevaba en sus manos el video de las cámaras, su única prueba. No sabía por dónde empezar, ni cómo dar con esos hombres, pero dentro de sí ardía una certeza inquebrantable: encontraría a su esposa y atraparía a los responsables. Y, sobre todo, descubriría la verdad de aquel accidente ocurrido cinco años atrás. Sin embargo debía sacar el dinero que estaba pidiendo ese desconocido.
***
Mientras tanto, en otro lugar sombrío y desconocido, Gerardo se encontraba en una habitación oscura. Sus ojos se clavaban en Marjorie, quien yacía atada a una silla, con la mirada perdida y la piel pálida.
A un costado, Milena observaba la escena con horror. No podía creer lo que veía. Marjorie, la muchacha que su abuela Lupita había criado como a una nieta más, estaba allí, reducida a una víctima más del monstruo que tenía frente a ella... hace tiempo que no sabía de ella y era porque ese cruel hombre la tenía secuestrada.
Gerardo se inclinó y acarició con desdén el rostro de Marjorie, disfrutando de la vulnerabilidad en sus ojos.
—¿Cómo es posible? —murmuró Milena con voz quebrada—. Tú… eras un supuesto amigo. ¿Cómo pudiste hacer esto, Gerardo?
Él soltó una risa áspera, casi repulsiva, que retumbó en las paredes húmedas.
—Tranquila, Milena. Todo esto lo planeé bien. ¿Quieres saber cómo conocí a Marjorie? Ella cayó solita en mi juego. Trabajaba en un valet bar. Me acerqué, la enamoré… y se entregó y todo por tu culpa, para encontrarte. Estaba ciega de amor. Pero ahora ya no me interesa. Es cualquier cosa para mí. Gracias a ella logré conseguir pistas.
Las palabras le supieron a veneno a Milena. Su mente se llenó de recuerdos. Gerardo había estado en Manhattan, siempre cerca, siempre fingiendo amistad, incluso mostrándole atenciones que confundían. Ahora entendía: aquel hombre amable era solo una máscara.
La risa de Gerardo resonó de nuevo mientras salía de la habitación, dejándolas a ambas en la penumbra. Milena se acercó como pudo a su prima —aunque no de sangre, pero criada bajo el mismo techo por la abuela Lupita— y acarició suavemente su rostro.
Un nudo le apretaba el pecho. Toda su vida, la abuela le había hablado de Marjorie, de cómo había desaparecido misteriosamente. Decía que era como los cuervos que criaba pensando que Marjorie era solo una mala agradecida. Ahora la verdad estaba frente a sus ojos: habían estado cerca todo este tiempo, pero separadas por las mentiras de un hombre cruel.
—Maldición… —susurró Milena, con lágrimas contenidas—. ¿Qué has hecho, Gerardo?
Su corazón clamaba respuestas, no solo por Marjorie, sino también por ella. Solo esperaba que aquel ruso noble, Arkadi, que una vez la había ayudado a escapar. La ayudara de nuevo, y espera que Derek la buscara. Seguramente los gemelos estaban pensando lo peor. ¿ Qué habría sido de Arkady? ¿Habría caído también en las trampas de Gerardo?