Narrador
En la penumbra de su habitación, la niña lloraba en silencio. Algo en su interior le decía que Milena no había desaparecido por voluntad propia. La pequeña era muy inteligente, comprendía más de lo que aparentaba y notaba claramente que su papá estaba alterado por algo. Había llamado a su abuelita después de que él se marchara, pero desde entonces no había vuelto a casa.
Con el corazón encogido, salió despacio de su habitación. Todo estaba oscuro. Su abuela dormía profundamente, al igual que su hermanito, y en el silencio de la noche ella caminó con pasos suaves hasta llegar a la sala. Allí, sobre la mesa, descansaba el teléfono de Milena.
Conociendo bien a la niñera, sabía que ella nunca solía bloquear el dispositivo. Lo tomó con manos temblorosas y lo encendió. Buscó entre las fotos, esperando encontrar alguna pista que le revelara si Milena había decidido irse o si alguien le había hecho daño. Sonrió al descubrir imágenes donde aparecía ella junto a su hermano Jader. No había muchas de Milena, pero sí de ellos, algo que la sorprendió y le llenó de ternura.
Dejó el teléfono a un lado y se dirigió a la habitación de Milena. Al entrar, un nudo le apretó la garganta: la cama estaba vacía. La tristeza la invadió. Ella quería tanto a Milena, que en muchas ocasiones había deseado que fuese su segunda madre. Pero ahora no estaba. Una vez más, las lágrimas se derramaron por su rostro mientras lloraba sobre las sábanas de la niñera.
Decidida, se levantó y caminó hasta la habitación de su padre. Frunció el ceño al notar la caja sobre la mesa, aquella que un repartidor había dejado en la puerta horas cuando esa ocasión desapareció Milena. Cerró la puerta con cuidado, miró a todos lados para asegurarse de que nadie la veía y abrió la caja lentamente.
Dentro había un montón de fotografías. Entre ellas, reconoció a Milena. Pero lo que realmente la estremeció fue descubrir varias fotos de una mujer quemada. Se tapó la boca, horrorizada. No quería mirar, pero al girar una de las imágenes notó que había algo escrito al reverso.
Cuando leyó aquellas palabras, se quedó paralizada, con la boca entreabierta y la piel erizada. Las lágrimas brotaron de inmediato.
—¡Mi mamá… mi mamita está viva! —susurró con la voz entrecortada.
Pero lo que la dejó aún más sorprendida fue leer el resto de la nota, en seguida supo que su madre es su niñera
—Mi mamita es Milena.
El corazón le latía con tanta fuerza que parecía querer salírsele del pecho. Cayó de rodillas, llorando con desesperación.
—¿Cómo es posible? —murmuró en la penumbra—. ¿Qué le pasó? ¿Por qué tiene otro rostro entonces?
Se secó las lágrimas con las manos temblorosas. Todo tenía sentido ahora: Milena no era solo su niñera, era su madre Jarada, aquella a quien habían creído muerta hacía cinco años.
Con el alma hecha pedazos, corrió a la habitación de su hermano. Despertó a Jader de un tirón, sin importarle su sueño.
—¡Hermanito, despierta! —le susurró con urgencia.
—¿Qué pasa? —protestó él, incorporándose y frotándose los ojos.
Ella le mostró las fotografías con manos temblorosas.
—Mira esto.
El niño entrecerró los ojos, confundido, y se estremeció al ver las imágenes.
—Esas fotos son horribles… ¿quien es? —preguntó asustado.
La niña se secó las lágrimas y lo miró con seriedad.
—Jader… Milena es nuestra mamá Jarada.
El pequeño abrió mucho los ojos, incrédulo.
—¿Qué? No… no te entiendo.
—Sí —insistió ella—. Mamá sufrió un accidente, la tenían secuestrada… y parece que le hicieron una cirugía, le cambiaron el rostro. ¡Milena es nuestra verdadera mamá!
Jader la miró con el alma confundida.
—Pero entonces… ¿por qué se fue? Y ¿Por qué no nos buscó después de que se cambiara el rostro?
—No lo sé —contestó ella, con lágrimas rodando por sus mejillas—. Pero de algo estoy segura: nuestra mamita está viva. Y si no está aquí, es porque alguien se la llevó. Seguro papá también lo descubrió y por eso no ha vuelto… porque está buscándola.
Los niños se abrazaron con fuerza, llorando entre sollozos. En la puerta, sin que ellos lo notaran, estaba de pie su abuela junto a Carelia, la tía. Ambas tenían los ojos humedecidos, conmovidas por la revelación.
La abuela entró y se acercó a ellos, arropándolos en un abrazo.
—Tranquilos, mis amores… pronto su papá encontrará a Milena.
La niña la miró con desesperación.
—¿Escuchó, abuelita? Milena es nuestra mamá Jarada. ¡No está muerta! Todo este tiempo ha estado sufriendo… alguien le hizo esto.
La mujer apretó los labios, conteniendo su propio llanto, y asintió.
—Sí, hija, lo sé… Tu papá lo descubrió y no quiso preocuparlos antes de tiempo. Ahora hará lo imposible por traerla de vuelta.
Carelia, que estaba detrás, asentía sorprendida. El dolor y la esperanza se mezclaban en aquella sala. Los pequeños seguían aferrados a su abuela, con el corazón desbordado de emociones.
Ahora lo sabían con certeza: Milena era Jarada, su madre.
Por fin, el presentimiento que latía en el corazón de la niña tenía una respuesta. Milena y Jarada eran la misma persona.
***
Derek había logrado contactar a Arkady, aquel ruso amigo de Milena. Ella lo mencionaba con un tono de gratitud, asegurando que era un hombre bueno que la había apoyado en el pasado. Nunca había dado demasiados detalles, pero ahora Derek comprendía el motivo de aquel silencio. Había algo más profundo detrás de esa relación.
El encuentro entre ambos se llevó a cabo en una pequeña oficina de la estación de policía. Arkady lo recibió con un gesto firme y directo, propio de un hombre que estaba acostumbrado a tratar con situaciones de alto riesgo.
—Yo conozco a Milena —comenzó el ruso, con voz grave—. La rescaté en Manhattan, cuando fue secuestrada por un grupo de sicarios. Ahora que me cuentas lo que sucede, todo empieza a tener sentido. Porque debo decirte la verdad: soy policía de la DEA.